La luz del sol entraba por las ventanas cuando me desperté a la mañana siguiente. Alguien estaba golpeando la puerta y girando la manilla, tratando de entrar. Me encerré después de la escena con Ruggero anoche. Solo en caso de que él tuviera la tentación de volver a intercambiar más insultos conmigo. Me llevó horas dormir con la música zumbando en el suelo y mis emociones salvajes.
Pero el agotamiento ganó al final.
—¡Karol! ¿Hola? —gritó una voz femenina desde el pasillo— ¿Estás ahí?
Me arrastré sobre la cama enorme, colocándome la camisa de Ruggero. Lo que sea que usó para lavar en Las Vegas, no olía a vómito. El hombre tenía habilidades de lavandería. Suerte para mí, porque aparte de mí vestido de fiesta sucio y un par de blusas, no tenía nada más para ponerme.
—¿Quién es? —pregunté, bostezando ruidosamente.
—Laura. Soy la asistente personal de Ruggero.
Abrí la puerta y asomé la cabeza. La morena elegante de la noche anterior me devolvió la mirada, nada contenta. Por tener que esperar o ver mi pelo con aspecto desordenado por la cama, no lo sé. ¿Todos en esta casa parecen que acababan de salir de una portada de Vogue? Sus ojos se convirtieron en rendijas cuando vio la camisa de Ruggero.
—Sus representantes vinieron para reunirse contigo. Es probable que quieras poner tu culo en marcha. —La mujer giró sobre sus talones y se alejó por el pasillo, sus tacones chasqueaban con furia el suelo de baldosas.
—Gracias.
No me respondió, pero no esperaba que lo hiciera. Esta parte de L.A era claramente una manada de idiotas maleducados. Corrí para ducharme, me puse unos vaqueros y blusa limpia. Era lo mejor que podía hacer.
La casa se encontraba en silencio mientras corría por el pasillo. No había señales de vida en el segundo nivel. Me coloqué un poco de labial, até mi pelo mojado en una cola de caballo, pero eso fue todo. Era hacer esperar a la gente o ir sin maquillaje. La cortesía ganó. Si el café hubiese estado en la oferta, dejaría esperando a los representantes de Ruggero por lo menos por dos tazas de café. Correr con cero cafeína parecía suicida, dadas las circunstancias estresantes.
Bajé corriendo por las escaleras.
—Sra. Sevilla —llamó un hombre, saliendo de una habitación a la izquierda. Llevaba vaqueros y una camisa blanca de polo. Alrededor de su cuello tenía una gruesa cadena de oro. Entonces, ¿quién era? ¿Otro de la manada de Ruggero?
—Siento llegar tarde.
—Está bien. —Sonrió, pero no podía creerle a pesar de sus grandes dientes blancos. La naturaleza claramente no participó en sus dientes o el bronceado— Soy Adrián.
—Karol. Hola.
Entró en la habitación. Tres hombres en trajes esperaban sentados en una mesa de comedor impresionantemente larga. Arriba, otra araña de cristal brillaba con la luz de la mañana. En las paredes había hermosas y coloridas pinturas. Originales, obviamente.
—Caballeros, está es la Sra. Sevilla —anunció Adrián— Scott, Bill y Ted son los representantes legales de Ruggero. ¿Por qué no te sientas aquí, Karol?
Adrián habló despacio, como si yo fuera una niña imbécil. Sacó una silla de la mesa para mí justo enfrente del equipo de las águilas legales, luego caminó alrededor del asiento para sentarse a su lado. Guau, seguro que me lo dijo. Las líneas se habían dibujado.
Froté mis sudorosas manos en los lados de mis jeans y me senté con la espalda recta, haciendo todo lo posible para no debilitarme bajo sus hostiles miradas. Sin duda podría hacer esto. Después de todo, ¿qué tan difícil puede ser conseguir un divorcio?