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-Luna llena

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-Luna llena

-No salgáis esta noche

Esas palabras y otras tantas con el mismo significado ya se habían convertido en algo demasiado común de escuchar para mí en las noches de luna llena, sobre todo a primera hora de la mañana, cuando apenas los primeros rayos de luz comenzaban a bañar los alrededores de las casas de la aldea y mi madre me mandaba a por agua al río a las afueras de nuestro territorio. Alegre como sólo un niño de 7 años podía ser, rápidamente me ataviaba con las viejas ropas que nuestros vecinos nos habían prestado una vez que a su hijo mayor le dejaron de valer: unas mayas grises junto con una fuerte camisa blanca de tela muy tosca, y que a pesar de que eran nuevas para mí, ya comenzaban a deshilacharse y romperse por el huso. Coloqué unas botas de piel de cordero en mis pequeños pies y salí corriendo con el objetivo de cumplir la tarea que me habían asignado. En verdad me gustaban esas ropas, aunque ya de un tiempo hacia acá, madre había dejado caer que pronto tendría que comenzar a usar largos vestidos como los suyos, según ella, en poco tiempo me convertiría en un joven omega, y debía empezar a vestirme como tal. Mi favorito de todos los vestidos que atesoraba mi madre, era el de color azul oscuro que sólo se ponía en ocasiones especiales, y que padre le había comprado mucho antes de que yo o Kassia naciéramos, el resto eran simples vestidos de colores tristes que se colocaba para trabajar. Desde bastante pronto supe que el dinero no era algo de lo que mi familia podía alardear.

Salí de casa con el caldero en mano y corrí felizmente entre las gentes con mi rubio cabello (con la edad se me fue oscureciendo) alborotado al haber salido de la cama hacía apenas unos minutos. Finalmente llegué a la plaza central de la aldea y me detuve en cuanto vi el panorama que se estaba preparando al igual que todos los meses: Enormes columnas de piedra con diferentes grabados y escritos en lenguas que no era capaz de comprender, se alzaban en el centro del recinto creando una infraestructura que, por muy rudimentaria que en verdad fuese, siempre me había parecido una creación monumental. Los hombres que allí se encontraban no tardaron en prender varios palos de madera y dejar que el fuego se extendiese a la cúspide de cada columna, unas más altas, otras más bajas, pero al final todas ellas acababan haciendo las veces de antorchas gigantes, provocando que el respeto que ya me infundían a pesar de ser objetos inanimados, aumentase. A ambos lados, varias mujeres comenzaban a levantar grandes astas de madera decoradas con diferentes tallas y figuras en forma de luna menguante. Tres de estas figuras ascendían por la estructura de madera hasta la parte superior, donde una cuarta luna menguante cumplía el papel de recipiente para alojar a otra figura todavía más imponente, una enorme pieza de mármol, totalmente blanca y redonda en la que habían pintado con una tinta tan oscura como el carbón, un rostro que intentaba parecerse a algo humano, pero que para mí se asemejaba más a los rostros que veía en mis pesadillas. Esa especie de plato intentaba representar a la majestuosa luna llena que esa noche se alzaría en el oscuro cielo con una expresión de ¿disgusto? ¿enojo? Nunca supe descifrar la emoción que habían intentado plasmar en aquella pieza. Sólo sabía que pasase el tiempo que pasase, toda aquella parafernalia seguiría poniéndome los pelos de punta.

Caperucita Roja» SterekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora