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Tímidos rayos de sol atravesaban las nubes del cielo para en seguida ocultarse de nuevo de la vista de todos nosotros, manteniendo aquel día oscuro y lleno de sombras.

Caminando rápidamente volvimos a adentrarnos en la aldea. Ni me molesté en esperar a que Derek alcanzara mi paso, desde que escuché la primera campanada, un mal presentimiento que comenzaba a asfixiarme se me había instalado en el pecho.

Cuando se hacían sonar las campanas en días que no fuera un domingo y a horas tan tempranas como aquella, era señal de algún tipo de catástrofe. La noche pasada no había habido tormentas, ni habíamos recibido el ataque de bandidos, ni nada por el estilo, por lo que sólo podía significar una cosa: Una muerte, y, desde hacía años, las únicas causas que se nos venían a la cabeza a cualquier habitante de Beacon Hills que fuesen responsables de una muerte, eran los ataques por parte del lobo.

La plaza de la aldea estaba vacía, al igual que las calles, así que guiándome por el sonido de los gritos y voces de la gente, seguí avanzando hasta la zona de siembra, donde los agricultores tenían sus campos de trigo prácticamente desiertos ante la venida del invierno. Moviéndome entre las construcciones de paja y madera donde se guardaban los frutos obtenidos en las cosechas, seguí las oleadas de gente que se arremolinaban entre sí como animalillos asustados intentando escapar de su depredador.

Ya ni estaba seguro de donde había quedado Derek, pero sabía que me seguía, quizá algo alejado y empujado por el resto de personas, pero estaba ahí.

-Ha vuelto a matar... Se ha incumplido el pacto- Frente a mí visualicé a mi querida Lydia, con su largo cabello pelirrojo, ardiente como las llamaradas de fuego de las antorchas que prendíamos en las noches para protegernos de la oscuridad, y ataviada con uno de sus alegres vestidos amarillos como el sol de verano. Ese vestido de la omega era lo único que parecía alegrar el tenebroso ambiente.

Estaba hablando con su abuela, una vieja alfa, con la que vivía junto con su hermano pequeño desde que sus padres murieron debido a una de las muchas epidemias a las que nuestra aldea se tubo que enfrentar. A su lado se encontraba mi otra gran amiga, Erica, una beta, con su rubio cabello recogido en una suave trenza que le llegaba hasta la cintura y cubierta con una gruesa capa de piel que la protegía del fuerte viento que comenzó a soplar en aquellos instantes. Junto a ella, estaba Jackson, otro beta, también protegido por fuertes ropas de piel mientras observaba con recelo a todo aquello que le rodeaba. Aquel rubio cobrizo fue el primero en verme llegar.

-Pero el lobo...- La mirada de la rubia se cruzó rápidamente con la mía- Lo ha roto...

Mi respiración agitada por la caminata interrumpió sus palabras. Acabé colocándome frente a ellos y les miré sucesivamente a cada uno.

-¿Quién? Decídmelo- Mi voz salió temblorosa y con un tono por encima de lo normal. El peso extra en mi pecho comenzaba a subir por mi garganta.

Caperucita Roja» SterekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora