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Tessa

Salí pitando de la biblioteca como si me fuese la vida en ello y un instinto me decía que en el fondo no me equivocaba. Alguien me había pegado un papel con celo en mi bolígrafo, delante de mis narices y yo no me había enterado.

Caminaba por las calles llenas de gente a toda velocidad, esquivando cualquier obstáculo que se interpusiese entre mi apartamento y yo. Estaba tan asustada que ni siquiera escuchaba el ruido de mi alrededor, incluso había salido tan rápido del aula de estudio que ni siquiera me había quitado las gafas.

Justo cuando creía que los contantes y mis sentidos se habían relajado noté como algo vibraba en mi chaqueta: mi teléfono.

Alguien me estaba llamando. Seguramente era Gia con un ataque histérico típico de madre porque llevaba toda la tarde fuera y no había dado señales de vida.

Saqué el teléfono del bolsillo y me paré en seco en medio de la calle. Número oculto. La gente murmuraba palabras no muy amables mientras me empujaban levemente. El corazón volvió a su ritmo desmesurado. Miré hacia los lados bruscamente por instinto.

No sé si sería la mejor opción o la que determinaría mi muerte pero yo colgué la llamada y continué caminando a paso más que ligero. Faltaban dos calles para llegar a mi apartamento, estaba cerca pero a mí me parecían kilómetros. Metí las manos en los bolsillos con fuerza y con los sentido alerta por si mi teléfono comenzaba a sonar de nuevo.

Por fin conseguí llegar al apartamento. Abrí  la puerta del portal con urgencia y ni siquiera barajé la posibilidad de usar el ascensor. Corrí hacia las escaleras cuidando de no tropezar con ningún escalón.

Cuando llegué a la puerta miré varias veces hacia el hueco de las escaleras, esperando ver u oír a mi acosador personal. Metí la llave en la cerradura y entré en casa. Antes de despegarme de la puerta cerré el apartamento por dentro, asegurándome de que nadie pudiese entrar en el piso.

Me apoyé contra la pared del salón intentado recuperar el aliento. Me quité la chaqueta y tiré la mochila en el mismo sitio de siempre. Gua no paraba de decirme desde que llegué a esta casa que era un desastre con mis cosas y que si no estuviera ella, viviría entre basura. Para nada se equivoca.

Fue entonces cuando me dio la impresión de que el ambiente estaba muy tranquilo y miré de forma instintiva al sofá. Gia no estaba en su sitio habitual. Me encogí de hombros y caminé hacia la cocina. Fui hacia la nevera y vi que había un post-it pegado en la puerta.

He ido al cine con Sam
-Gia

Mi compañera de piso me había vendido para ir con su novio no novio (así me lo explicó ella) a una cita que probablemente sea no cita.

Abrí la nevera y vi unas sobras de macarrones que como no llevaban nombre decidí cogerlos. Eché el contenido del taper en un plató y lo calenté en el microondas.

Después de casi producirme una quemadura de segundo grado con el plato me senté en el sofá y apoyé el plato en la pequeña mesa de cristal. Encendí la televisión mientras masticaba una cucharada de macarrones con tomate, no fue hasta después de un rato haciendo zapping por los canales cuando decidí que no había nada interesante, así que volví hacia atrás en busca de las noticias.

Ya era una adulta con todas sus letras y aún odiaba tanto el canal de informativos que nunca solía verlo, excepto cuando no echan nada entretenido.

En la pantalla de mi televisión salían continuas imágenes y escenas del atentado que se produjo en el museo. Salían titulares y datos de los papiros robados, eran tan antiguas que incluso no tenían valor. Vi que la imagen de uno de ellos, llenos de jeroglíficos y para tener los años que tenía, muy bien conservado.

Entonces en mi cabeza algo se conectó y un susurro rondó en mis pensamientos: El papiro de los Orígenes.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Yo jamás había estudiado historia egipcia y jamás había visto ese trozo de lo que fuese.

Apagué la televisión porque me sentía realmente incómoda. Hoy había sido el peor día que he tenido nunca, incluso superando la vez que fui en zapatillas al instituto sin darme cuenta. Dejé el plato en el fregadero con intenciones de lavarlo más tarde. Subí las escaleras y tras entrar en mi habitación cerré la puerta, suficiente socialización por hoy.

Me tiré en la cama y dejé el teléfono a mi lado. Contemplé mi techo lleno de pegatinas de estrellas que brillaban en la oscuridad, aunque con la luz encendida no se podía apreciar. Miré la hora en el reloj con forma de vaca que había en la pared morada de mi cuarto. Ya casi eran las 11 de la noche y Gia aún no había vuelto.

Decidí que hablaría con ella mañana porque estaba cansada de todos los acontecimientos para nada agradables que había tenido hoy, ahora solo necesitaba dormir. Mi habitación estaba tan en silencio y había tanta calma que no me lo podía creer, era como música celestial para mis oídos.

Mis ojos ya estaban cerrados cuando el teléfono comenzó a vibrar.

SethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora