Ausencias en una Navidad diferente

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Apenas había comenzado la noche, cuando ya estaba pensando ¿con quién me texteaba hace un año?.
Mi mente divagó un poco, hasta que caí en cuenta que la respuesta es: con nadie. Aquella vez no estuve tan pendiente del número de veces en las que mi celular se encendía, producto de una notificación nueva, y en aquellos días tampoco estaba agobiada porque alguien me escribiera.
Escribo "tampoco" porque está año mi preocupación literalmente se redujo a cero. Frente a mi, compartiendo la mesa, estaban todos mis familiares con los que he disfrutado estas fechas los últimos tres años, y entre los mensajes previos a la cena pude leer uno, que hacía mención a lo obvio que en alguna etapa de la vida nos parece, tener la oportunidad de convivir y reunirnos en familia. Pensamos que el valor de estas fechas son los regalos, cuando realmente es la dicha de que todos, absolutamente todos los integrantes, tengan ganas de querer reunirse.
Por eso considero que esta Navidad fue diferente. Pasé más de la mitad de la noche con 1% de batería. No perdí mi tiempo revisando el celular para entrar a Instagram y ver en qué andaban los demás. No escribí ningún mensaje, que no fuera una respuesta a quienes decidieron escribirme primero.
Y no, no es una cuestión de ego. Pero como dije: no quise perder mi tiempo, entendí que lo que tenemos es el hoy y necesitamos apegarnos a eso.
¿Para qué estar todo el tiempo, en el constante agobio de cosas que no podemos cambiar?
También es el primer año en mucho tiempo, en el que mi papá no me escribe ni para enviarme una foto de su cena, o de su mesa.
No sentí raro pero lo noté. Quiero decir: fue muy evidente.
Durante la noche dudé en si mandar un solo mensaje de texto, que no estaba vinculado a algún familiar, sino a una persona que quiero mucho y que se ha estado perdiendo en el tiempo.
La verdad es que no pensaba ser una de esas ex maniáticas que buscan un pretexto, para escribir pero si tenía ganas de enviar un: ¡Feliz Navidad!, que igual daba si tenía o no respuesta de vuelta.
Hace mucho dejé de hacer las cosas, esperando algo a cambio.
No sé si la noche fue más corta de la usual, o si el tiempo decidió ir más rápido de la normal, pero cuando miré el reloj ya eran las 11 de la noche, y yo apenas terminando mi primer plato de la tradicional cena.
Entre oraciones, agradecimientos, juegos, bromas, anécdotas, y pausados silencios producto del deguste en nuestras bocas, de repente la vibra se calmaba.
Y así corrió el reloj, que me dió la oportunidad de escribir mis deseos, que me permitió evaluar en sí hacerlo, y no me perdonó cuando se madrugada se hizo y todo se volvió pasajero y sin sentido.
Ya no hallé las justificaciones suficientes para enviar mi mensaje, pero la sorpresa en esta ocasión fue que ni siquiera lo tenía redactado.
Lo cual me indica que probablemente se trate solo de un capricho temporal, el cual se intensifica por el poco espacio de tiempo qué hay, entre lo vivido y el recuerdo.
Y de él a su vez, en esta ocasión no tuve indicios de vida. Desconozco dónde estuvo y con quien, y es que aunque parezca obvio ya no lo es.
Entonces me doy cuenta del sentido real de estas fechas. Y me da gusto saber que no necesité envejecer para comprenderlo o peor aún: valorarlo.
A ratos me acuerdo de las personas con las que me hubiera gustado celebrar, o de quien tan solo me hubiese encantado recibir un mensaje.
Pero esta vez no me aferré al celular, a lo intangible, a lo efímero, a lo no físico. Qué fácil es crear expectativas o bien darle tanto poder al hecho de que una persona quiera o no enviarnos un mensaje.
Ese día vi a mi madre recibir un mensaje de uno de sus hermanos, con quien hace tiempo no estaba en contacto.
Ese día también fue el primero en muchos años en el que no envié ni un mensaje, ni siquiera los respondí a tiempo. Y bueno... también es el primero en el que en la lista coloco a mi padre.
En estas fechas alguien dijo: "ella no lo merece. Él sigue teniendo sus fotos publicadas, a pesar de que ella ya está con alguien".
Y entonces pensé: ¿quien avaló lo permitido?, ¿por qué las emociones se someten a una evaluación continua, en la que nuestras emociones son expectadoras?. Quiero decir: ¿Y si quiero borrar las fotos que me recuerdan a él, y él decide dejarlas como ilustración de un buen momento, entonces... yo no lo merezco?, ¿y si me da la gana contestar un mensaje al minuto de haberlo leído, o bien se me ocurre hacerlo hasta la mañana siguiente, soy una desconsiderada?, ¿y si me da la gana escribirle aun cuando él fue quien me dejó en visto, soy una rogona?... Explorar para percibir e identificar mis sentimientos, no debería ser un delito...
Sin embargo puede ser que de hacerlo, ya muchos han pensando cuál es la pena, y por cuánto tiempo la condena.

El amor en tiempos digitalesWhere stories live. Discover now