No recuerdo con exactitud el día que la invitación llegó a mi bandeja de mensajes en whatsapp.
"Celebraré mi cumpleaños", era el motivo principal del grupo al que recién había sido invitada.
Revisé rápidamente quienes estaban involucrados en el festejo y de inmediato pensé que no era la mejor opción asistir.
No por alguien en especial sino porque en estos tiempos de incertidumbre los gastos y yo simplemente no nos llevamos bien.
No es que me queje del estilo de vida que decidí adoptar queridos lectores, pero a menudo recuerdo la historia de Diego Rivera, aquella que asegura que el hombre trabajaba pintando demasiados murales (algunos de ellos de manera simultánea), porque exigía una paga anticipada y todo se lo gastaba.
Tal vez no es de artistas eso de ahorrar, o tal vez es cosa mía y yo estoy tratando de justificarme.
El punto es que no sabía si para fin de mes, cuando el viaje tenía que estar completamente saldado, yo tendría los recursos para lograrlo.
Semanas antes tendría que pagar un depósito nuevo, una mudanza y una renta pues había decidido mudarme de mi antiguo apartamento; el contrato se vencía y la renovación definitivamente no era una opción; o eso creí.
Como sea el escenario no era del todo favorable, pero pese a eso en ningún momento dejaron de invitarme, de hecho, las modalidades de pago aparecieron tras la explicación de lo que anteriormente mencioné.
Pocos días después ya estaba en el punto de encuentro,lista, sin decirle a mi madre que iría a Valle de Bravo con motivo del cumpleaños de alguien cercano, ya saben, el plan era no alarmar con todo lo que está sucediendo, pues ella, como muchos adultos que conozco está verdaderamente apanicada con todo esto.
Estaba en el estacionamiento del lugar de salida, sosteniendo la correa de un perro mientras el resto hacía malabares para que todo lo que llevábamos cupiera en dos autos.
Cuando todo parecía estar listo, salí a la banqueta, con el perro emocionado porque había otros dos de su especie, listos para el aventurero fin de semana, y yo... yo con mi cubrebocas identificaba a todos excepto a uno:
Él.
Con la cara cubierta a más de la mitad y con mi notable desconocimiento de quién era (porque cabe destacar que en el grupo tampoco estaba), nos saludamos torpemente con el codo.
Me subí a un auto y él se fue en el otro.
Y recorrimos no sé cuántos kilómetros porque las distancias y los números son cosas que pasan desapercibidas de mi vida, hasta que subimos una empinada entrada, luego de varias calles empedradas y llegamos a la nuestra casa del fin de semana.
Lo primero que pasó fue que necesité salir a fumar un cigarro al balcón de la casa, dividida en cuatro pisos. Y por lo visto él también.
Pero no hablamos tanto. Apartado en la esquina del lado derecho y recargado hacía la vista que da al lago, excluyó para mí tan afortunado escenario. Lo observé un poco incómoda, porque hablaba de muchas cosas que no entendía: medidas, pesos y texturas.
Extrañamente yo que salí después a fumar, me terminé el cigarro primero.
El acomodo en las habitaciones fue un fiasco, lo que se me prometió como parte del plan no fue cumplido, pero no me quejé porque al final iba en plan de integrarme con personas que aunque conozco de hace tiempo, no son tan cercanas a mí.
¿Al final?, al final me tocó dormir en la peor cama, una litera y en la parte de arriba como si no fuera suficiente.
Lo primero que pensé fue: más tarde cuando esté borracha será difícil poder subirme, ¿me ayudas si lo necesito?, le pregunté a mi roomie del fin de semana.
De lo poco que me conocía y de lo mucho que ya sabía, se rió de mi capacidad la cual jamás puso en tela de juicio y me dijo que sí.
Y así transcurrió el resto del día, un poco lento porque había que poner orden al tema de los alimentos, decidir quien por convicción se luciría ayudando a preparar las respectivas comidas, y desempacando.
Tal vez esto último solo aplica para mí, que tiendo a viajar con ocho mil cremas y mascarillas porque como saben, quienes me conocen, soy adicta al skincare. Me resulta placentero, es mi manera de decirle a mi ser que la respeto, porque de dietas y rutinas no puedo decir lo mismo.
Esa tarde me tomé una siesta porque en la semana había tenido varios desvelos producto de las páginas leídas y las palabras escritas como parte de mis tareas del curso de escritura, que nunca termino de estudiar.
Además sinceramente las siestas y yo somos como hermanas, nos llevamos bien aunque a veces no, porque puede interrumpir mis actividades ya que suceden sin anticipación o peor, sin planificación.
Paloma ya está lista la comida, repetía mi hermana para despertarme. Por un momento desconocí donde realmente estaba.
Me levanté del sillón blanco junto a la pared de piedra y subí las escaleras, todos instalados el último lugar disponible era en la cabecera. Asumí que era la única opción y prendí mi segundo cigarro del día.
La conversación fluyó entre temas de pandemia, casos cercanos y la vida, pues al final estábamos ahí reunidos para celebrar un cumpleaños más.
Él, ayudaba al fuego a no apagarse entre las piezas de carbón que asaban una deliciosa carne, preparada por otro amigo del que me sorprendí, por su talento culinario.
Platos hondos colocaban frente a nosotros, al centro de la mesa, que sino eran cortes, eran quesadillas, salsas y un poco de guacamole.
No sé porque pero no tenía tanto apetito como de costumbre, probablemente mi cuerpo apenas estaba re activándose después de la siesta o solo me pedía una bebida de energía, tal vez más vino es lo que necesito, pensé. Últimamente me siento cercana al rosado muy frío, así que extendí mi copa en tres ocasiones para que me rellenaran el cuerpo de ese elixir.
Y él al parecer igual que yo, no encontró su lugar y se sentó donde podía menos incomodar.
Junto a mí y así fue como empezamos a platicar.
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El amor en tiempos digitales
Lãng mạnTodas las historias aquí compartidas, pertenecen a una serie de escenarios múltiples, con personajes diferentes, llenos de características particulares, unidos por un factor común: la interacción interpersonal a través de plataformas digitales.