permiteme presentarme

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William, sé que no es justo decírtelo en este momento o por este medio, pero si lo intento teniendote de frente corro el riesgo de ser débil, de comportarme como la cobarde consumada que soy y nunca decir lo que guardo dentro de mi hace tantos años. Me has regalado mis mejores recuerdos, las sonrisas más honestas y los sueños más imposibles. Y no lo digo porque suene lindo, sabes que odio la poesía casi tanto como doblar la ropa. Pero no puedo negar que cuando pienso en nosotros no puedo evitar sonreír aunque justo ahora solo pueda contener las lágrimas. Te amo y siempre lo voy a hacer sin importar las circunstancias o cuanto me duela hacerlo. Pero también acepto mi derrota y se admitir cuando he perdido, aunque eso signifique dejar una parte de mi corazón irse contigo.

Nunca imagine decir todo esto por medio de un e-mail. Seguramente cuando lo leas estarás confundido, enojado y felizmente casado.

—Siempre tuya, Charlotte

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¿Bastante patético verdad? En mi defensa cuando escribí el e-mail estaba escuchando los consejos de una botella de vino que resultó ser una pésima cupido, por eso no se puede confiar en el licor barato, tampoco recomedaria el vino caro para el caso...

Para que puedas entenderme déjame llevarte diez años al pasado cuando William Brent se cruzó por primera vez en mi camino.

Era un lunes, lo recuerdo bien porque estaba emocionada por mi cumpleaños número quince que sería exactamente en cinco días. Mi mamá me iba a llevar a conocer por primera vez Roatan, la isla donde ella creció y vivió hasta los dieciseis. Ese lunes yo solo podía pensar en la playa, la comida y todas las actividades que teníamos planeadas para el fin de semana próximo. Es decir, mi madre me había llevado un par de veces a Honduras a visitar a los abuelos en la ciudad, pero nunca había suficiente tiempo para conocer la isla, eso requería salir de San Pedro Sula y tomar un ferri y el poco tiempo que estábamos de visita se repartía entre visitar a los miembros de mi extensa familia.

Las clases pasaron sin novedad o bueno casi mi clase de matemáticas siempre era memorable, aunque fuera la última semana de clases. El profesor fue mi primer amor platónico, aunque después no tan platónico, pero no vamos a adelantarnos a los acontecimientos. Georgiana caminaba a mi lado mientras regresamos de la escuela hasta su casa. La señora Recardes me consideraba casi como una hija, técnicamente vivía con ellas. Mi mamá trabajaba por las tardes por lo que en lugar de estar sola en el apartamento prefería refugiarme con los Recardes.

—Vamos a ir al café a ver la banda que te comente ¿Cierto?— me preguntó Giana con ese tono que significaba que no me había dicho nada pero quería que fuera con ella.

No esque no me gustara acompañar a mi mejor a amiga, pero sus gustos en musica diferían bastante de los mios, el indie pop no era mi idea de diversión y en definitiva comprar camisas de franela a cuadros en pleno verano tampoco me apasionaba, encima ¿Cuál era el punto de usar lentes enormes? O ¿Porque poner un mostacho en todos lados? Son cosas que nunca logré entender.

—No acordamos nada, además estoy estudiando por ambas— me negué tratando de concentrarme en el libro que debíamos leer para la clase de literatura, leer y caminar siempre fue un mal hábito que terminó causándome varios accidentes.

Georgiana no era lo que se podía clasificar como una apasionada de la lectura. Siempre terminaba dándole un resumen de los libros, personajes y acontecimientos, además de detalles que posiblemente aparecieran en el examen de literatura. A mi no me molestaba en absoluto, decir las cosas en voz alta me ayudaba a recordar mejor, darle las respuestas era perfecto para estudiar.

—Puedes leer en el café no habrá tanta gente, además puedes leer en la parte de arriba, si no me acompañas mi mamá no me dejará poner un pie afuera de la casa, por favor— insistió sabiendo que si yo iba la señora Recardes no tendría problema alguno, yo era una especie de garantía.

Una Reunión Con El Destino Donde viven las historias. Descúbrelo ahora