LA

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Verano. Una palabra corta para describir un periodo de tiempo mágico en donde los días dejan de tener nombre y la realidad de alguna forma se vuelve borrosa ante los rayos calientes del sol que brilla con más fuerza que nunca. Ese verano después del último año escolar es un limbo entre la nostalgia de una etapa que termina y las puertas de un nuevo comienzo. Los exámenes estandarizados resultaron un éxito, mis calificaciones eran casi perfectas en el área de humanidades, pero los números y yo éramos enemigos naturales, pero fue lo justo para asegurarme un puesto en la mejor universidad pública, Berkeley, y para mi suerte una media beca también. Mi sueño desde que nos mudamos a los Los Angeles había sido entrar a esa Universidad y lo mejor de todo Giana fue aceptada también, ambas en el programa de psicología. Para mi desgracia William y Barbara también lograron entrar, él en el programa de Ingeniería civil y Barbara en ciencias políticas.

El baile y los últimos eventos deportivos del año, fueron de esos momentos que se guardan para siempre, las risas, decorar el gimnasio y sentir que algo grande estaba por iniciar, me llenaban la cabeza de humo y el corazón de nostalgia. A pesar de no tener una cita para el baile, William fue tan amable de llevarnos a Giana y a mi, aunque no asistíamos a la misma escuela. En contra de la opion de la fabulosa Barbara bailamos un par de canciones lentas nos reímos un rato y nos dejamos llevar por el momento. Ese día fue como vernos de verdad, ya no eramos los niños que compartían secretos en el café los viernes, estábamos por ser universitarios, vivir solos a varias horas de la seguridad del hogar. Ese día pude ver en sus ojos la chispa de algo más que cariño de amigos, sus manos en mi espalda, las palabras cerca del oído, tan íntimo como si solo existieramos los dos. Pero los sueños se acaban y las noches mágicas terminan.

Afortunadamente Georgiana superó a su amor los vocalistas y estaba lista para conquistar Berkeley,  todo lo opuesto a mi luto por la relación del señorito William Brent que ya se había extendido por más de lo saludable. Según ella era la mágia de Los Angles; yo estoy completamente segura que el lugar geográfico no puede estar relacionado con cuanto dura un corazón roto o un amor platónico. Yo soy la prueba viviente de eso, sin embargo, intentar contradecir a la señorita Recardes era una misión suicida. Giana tiene las ideas arraigadas en los huesos. Ante sus ojos los Angeles es una ciudad con demasiadas oportunidades como para quedarse llorando por los rincones.

Por mi lado los viernes en Express se volvieron una terapia psicológica en donde William se lamentaba de su relación que lejos de ser ese idilio que me había planteado era más parecido a una pesadilla. Una parte de mi quería decirle que dejara a Barbara de una vez y buscara mejores opciones. Pero no quería aprovecharme de mi situación para sabotear a un amigo. Él me abría su corazón sinceramente y yo no era tan nefasta para jugar con eso. Mi cariño por Brent iba más allá de un simple enamoramiento, aunque en ese momento aún no lo sabía, una parte de mi quería despertar una mañana y no pensar en él como él hombre perfecto.

El problema era cuando lo tenía enfrente, sus ojos eran un mar de miel derretida que buscaban una sincera respuesta a sus problemas de chicas. Yo era una chica, se suponía que fuese capaz de descifrar el enigma del pensamiento femenino para él. Pero lastimosamente no tenía esa respuesta mágica que él esperaba.  Obviamente ella no le convenía, sus caracteres eran demasiado opuestos y habían pocas cosas que tuvieran en común como para ayudarlos a mantener viva la relación. Sentia que no podía darle una opinión sincera porque estaba sesgada por mis sentimientos. Viéndolo en retrospectiva solo éramos un grupo de adolescentes intentando satisfacer una necesidad quizá de atención y muy posiblemente afecto, y la sensación de aceptación.

—Ya no soporto más esto, Barbara no me deja respirar— se quejó William poniéndose las manos en la cara y restragandose el rostro con su dramatismo habitual.

—Ir de compras con una chica no es tan malo— lo animé imaginando que su novia lo iba a arrastrar al centro comercial a comprar ropa veraniega, otra vez.

Una Reunión Con El Destino Donde viven las historias. Descúbrelo ahora