Capítulo 26

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Paul estaba hecho un ovillo sobre la camilla en una de las habitaciones del ala de maternidad del improvisado hospital en la parte alta del edificio de la empresa de acompañantes. Lo habían llevado ahí luego de que salieran los resultados del laboratorio y de haberlo llamado mentiroso por lo menos veinte veces; pero él no era un mentiroso, sólo había mencionado lo que le aseguraron los médicos toda su vida. Ellos eran los que habían fallado con el diagnóstico, no el pelinegro.

Se cubrió con la sábana al ver pasar a uno de los doctores y se mordió el labio inferior con fuerza para poder contener un sollozo. Tenía ganas de llorar, y eran casi incontrolables; pero no estaba dispuesto a darles esa satisfacción a los que lo miraban como si se tratara de un bicho raro, de una horrible abominación, un error de la naturaleza. McCartney sabía que no era nada de eso, podía tener dos sistemas reproductores completamente funcionales, pero eso no lo convertía en menos persona que los otros. De cualquier manera, lo habían separado de las mujeres embarazadas y todos los médicos se habían negado a revisarlo.

Como si eso no fuera suficiente de por sí, no sabía qué iba a hacer con eso que estaba creciendo en su interior. Se suponía que su trabajo sería temporal: seis meses y de vuelta a Liverpool a continuar con sus estudios como si nada hubiera pasado. Aunque tener hijos estaba en sus planes, nunca se imaginó tener al primero a los dieciocho años, mucho menos que él fuera quien lo pariera. No estaba listo para algo así, no podía mantener un bebé, no tenía absolutamente nada para ofrecerle. Soltó un sollozo de manera involuntaria.

Además, esperaba que John no se enojara demasiado con él ni lo forzara a hacer algo que no quería. El problema también era que aún no sabía qué era lo que quería. Había escuchado a los doctores cuchichear algo sobre el magnate obligándolo a seguir con el embarazo para quedarse con el producto, porque esa era la forma despectiva en que se referían al bebé, y sobre un posible aborto. Ambas opciones asustaban a Paul, pero confiaba en que Lennon no era un monstruo y pensaría un poco en él antes de tomar una decisión.

El pelinegro comenzó a llorar en silencio bajo la sábana, el vacío que sintió repentinamente le impidió contenerse más. Necesitaba que alguien lo abrazara y le dijera que todo iba a estar bien. Cerró los ojos al escuchar la puerta de la habitación abrirse de nuevo.

— ¿Puede dejarnos un momento a solas? —Paul reconoció la voz de John de inmediato, pero no se inmutó.

—Sí, claro —contestó Sadie antes de salir.

McCartney escuchó la puerta cerrarse y luego sintió el espacio libre de la camilla hundirse, se aferró a la sábana al notar que el castaño la estaba jalando, no quería ver decepción en su rostro.

Paulie, tranquilo, soy sólo yo.

—Lo siento... —susurró McCartney con la voz completamente quebrada.

— ¿Por qué te disculpas? Esto no fue culpa tuya —Lennon intentó remover la sábana, pero obtuvo el mismo éxito que la primera vez—. Déjame verte, Paul, no quiero seguir hablando con un bulto.

—No...

—Por favor...

El pelinegro jaló la sábana y se sentó en la camilla para ver al castaño, quien no pudo evitar notar lo cristalinos que se encontraban los ojos del menor. El magnate tragó saliva, imaginándose la mezcla de emociones que McCartney estaba experimentando.

—Estoy embarazado.

—Lo sé —Lennon asintió—, por eso me llamaron.

—Dicen que soy un mentiroso... —el pelinegro sollozó—. ¿Por qué mentiría con algo tan serio como eso? Crecí creyendo que no era portador, yo... se suponía que no podía quedar embarazado. No soy un mentiroso.

Sehnsucht [McLennon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora