John tenía los ojos llorosos mientras acariciaba con cariño la mano de Paul, sin poder dejar de verlo. El pelinegro tenía los ojos cerrados por completo y los labios entreabiertos, como si estuviera dormido; ya no había rastro alguno del dolor que había experimentado un par de horas antes, pero su piel todavía estaba más pálida que de costumbre. Aún así, seguía viéndose hermoso ante los ojos del castaño.
Lennon se acercó para depositar un beso en su frente. Sonrió un poco al sentir la calidez que le indicaba que sus plegarias habían sido escuchadas: Paul estaba vivo, había sido lo suficientemente fuerte como para quedarse a su lado. Habían tenido que realizar una cesárea de emergencia, los médicos decidieron que la mejor opción para el paciente era la anestesia general. Tardaron casi el doble de tiempo que al realizar una cesárea común.
Cuando permitieron que el empresario lo viera, le habían dicho que McCartney despertaría en cualquier momento, pero llevaba casi media hora junto a él y aún no había pasado. No obstante, no se sentía preocupado, estaba muy aliviado, Paul podía tardar todo el tiempo del mundo en reaccionar.
—Señor Lennon —la voz de una de las enfermeras lo sacó de su ensimismamiento—. La pediatra quiere hablar con usted, lo está esperando en la entrada de la unidad de cuidados intensivos neonatales.
Eso bastó para que volviera a sentirse angustiado y juró que su corazón se encogió ante el temor de escuchar algo que no fuera bueno. Sólo las malas noticias se daban en privado, las buenas se expresaban en voz alta y delante de todos. Se preguntó si su hijo no había sobrevivido, no quería enfrentarse a algo así de nuevo; no podría soportarlo.
—Sí, claro, iré de inmediato —asintió.
—También quería decirle que hay un par de personas en la recepción, pero entenderá que no podrán entrar hasta que el paciente despierte.
—No hay problema, lo entenderán —respondió—. Debe ser mi tía y mi mejor amigo, los llamé mientras Paul estaba en el quirófano. ¿Podría explicarles todo mientras hablo con el pediatra?
—Claro que sí.
—Gracias —Lennon tomó la mano de McCartney para besarla. Suspiró al ver la tranquila expresión en el rostro del pelinegro—. Volveré pronto, cariño.
El magnate se apartó de la camilla y salió de la habitación para encontrarse con una mujer de cabello negro, que apenas era visible bajo el gorro que llevaba puesto, y marrones ojos detrás de un par de anteojos. Parecía ser joven, pero las marcas que se formaron en sus ojos al dirigirle una sonrisa tímida al castaño indicaron lo contrario.
—Soy la doctora McKenzie, encargada de la unidad de cuidados intensivos neonatales —se presentó, el tono de su voz logró animar un poco al hombre.
— ¿Mi hijo está... —el empresario no supo cómo formular la pregunta, un escalofrío le recorrió la espalda.
—Está listo para que usted lo conozca —habló la mujer.
El corazón de John comenzó a latir a un ritmo acelerado y sus ojos se llenaron de lágrimas, mismas que la impresión del momento le ayudó a contener. Parpadeó, creyendo que se trataba de un sueño, que quizá nada era real. La pediatra dijo algo más, pero no la escuchó.
— ¿Señor Lennon?
—Lo siento —cerró los ojos y negó con la cabeza, intentando salir del trance—. No estaba escuchando, creí que diría... ya perdí un hijo antes y, bueno, pensé que la pesadilla se repetiría.
—Lamento que haya pasado por esa difícil pérdida, es normal que se sienta así —lo tranquilizó McKenzie—. La mayoría de los padres que se enfrentan a una situación similar suelen esperar lo peor. Mi deber es no mentirle: un bebé prematuro es más vulnerable que cualquier bebé nacido en término, es más pequeño, más delicado, de bajo peso; pero le aseguro que todo el personal de la UCIN hará todo lo que se pueda para mantener a su hijo estable.
John asintió despacio.
—Quiero verlo, por favor.
—Claro, venga conmigo.
Caminaron por varios pasillos hasta llegar al área del hospital que correspondía a la unidad de cuidados intensivos neonatales. Una vez ahí, tanto McKenzie como John comenzaron el riguroso protocolo para ingresar. El castaño tuvo que llenar una serie de formularios y responder varias preguntas sobre su estado de salud para poder pasar la primera puerta. Luego tuvo que colocarse un cubrebocas y lavarse las manos con la técnica que una de las enfermeras le enseñó. Se sentía impaciente, pero sabía que todo era por el bien de los pequeños que se encontraban tras la última puerta.
—Con el transcurso de los días, tanto usted como su esposo se familiarizarán con el personal de la unidad —le aseguró la doctora, haciendo un ademán para señalar a sus compañeros de trabajo—. Todos estaremos siempre dispuestos a apoyarlos y a resolver cualquier duda que pudiera surgir.
—Gracias —respondió John, recorriendo con su mirada la serie de incubadoras que se encontraban en la habitación, se preguntaba en cuál de todas se encontraba su pequeño.
McKenzie asintió y lo guió hasta él antes de que se lo pidiera. El empresario observó con asombro y demasiada atención a la diminuta criatura que yacía dentro: memorizó la posición en la que se encontraba, el tono rojizo que tenía su piel, la manera en que estaba cubierta por el lanugo, los colores del par de cables que tenía conectados. Lo único que llevaba puesto era un gorro de tela color azul que cubría su cabeza, el pañal más pequeño que John había visto en su vida, y una pulsera en el tobillo, con una etiqueta donde se podía leer el nombre de Paul y el de John. Ante sus ojos: era perfecto.
— ¿Es necesario que esté en la incubadora? —preguntó el castaño, sin apartar la mirada del bebé.
—Por ahora, sí —contestó la pediatra—. Su hijo pesa un kilo y ochocientos gramos, necesitamos que gane peso. Afortunadamente no tiene dificultades para respirar, pero la incubadora le brinda oxígeno suplementario para respirar mejor. También lo mantiene a una temperatura adecuada, al haber nacido a las 32 semanas, es algo que aún no puede controlar por sí sólo; los cables son para monitorear sus signos vitales.
—Entiendo.
—Acérquese —McKenzie abrió las compuertas—. Introduzca sus manos, puede tocarlo.
John lo hizo, sintiendo de inmediato la calidez del ambiente en el que se encontraba su hijo. Acercó el índice de su mano derecha hasta tocar la diminuta mano izquierda del bebé, su corazón se derritió cuando el pequeño agarró su dedo con cierta firmeza. Sus ojos se llenaron de lágrimas de nueva cuenta, agradeció que fuera por un motivo feliz.
— ¿Ya habían decidido el nombre que le pondrán?
—Todavía no, queríamos verlo antes.
—Entiendo, voy a darle privacidad con su hijo, estaré cerca por si necesita algo —le informó la pediatra antes de retirarse.
El castaño ni siquiera contestó, estaba demasiado enfocado en aquel diminuto y maravilloso ser humano que Paul y él habían creado. Su expresión era de completa serenidad.
—Hola, hijo —le habló por primera vez, con el tono de voz más suave que pudo emitir—. Soy tu papá, estoy muy emocionado por conocerte. Mamá aún está recuperándose por haberte traído al mundo, pero pronto vendrá a verte. Los dos te amamos muchísimo.
Continuó hablando con el neonato hasta que recordó lo que había mencionado la enfermera sobre las visitas y se preguntó si Paul ya se había despertado. Estaba seguro de que querría ver al bebé, así que le indicó a la pediatra que volvería más tarde y salió de la UCIN luego de prometerle a su hijo que no tardaría en regresar.
Durante el trayecto de regreso, lo acompañó una sensación de alivio y de paz, misma que se vio interrumpida al ver a varios miembros del personal afuera de la habitación donde había dejado a Paul. Frunció el ceño y se apresuró hacia ellos.
— ¿Le pasó algo a Paul?
—Señor Lennon, el paciente McCartney...
Ni siquiera esperó a que le explicaran lo que estaba pasando. Entró a la habitación y lo descubrió él mismo: la camilla estaba vacía.
ESTÁS LEYENDO
Sehnsucht [McLennon]
Fanfiction"Sehnsucht se refiere al deseo de alcanzar algo que no se puede alcanzar, por eso puede doler tanto".