CAPÍTULO 12

237 20 6
                                    

«—¡Corre! ¡corre!—escucho que alguien me grita no muy lejos.

El sonido de un arma siendo disparada aturde mis oidos, acelerando mi corazón. Comienzo a correr sin mirar atrás, la espesa noche me impide ver con claridad el panorama haciendo que caiga de narices al tropezar con la rama salida de un tronco, me arden las rodillas y las palmas de las manos.

Me levanto del suelo lentamente, veo mis rodillas; una de ellas está con una herida muy profunda por el pequeño hueso que se a movido de lugar.

Escucho como cortan el cartucho de un rifle, levantó mi rostro y el miedo me paraliza en mi lugar.

Un hombre canoso sostiene el rifle apuntando en medio de mis cejas, el frío del metal me traspasa la piel helando mi sangre. Él hombre sonríe con malicia al quitar el seguro de el arma dispuesto a matarme. Su dedo aprieta el gatillo lentamente y yo sin poder mover ni un sólo músculo, el miedo me impide salir corriendo de ahí. Cierro los ojos esperando el disparo que nunca llega, un grito ahogado es lo único que mis oidos escuchan.

Temerosa abro los ojos, él anciano se encuentra a varios metros lejos de mi, muerto. Veo al hombre furioso frente a mi, sus hombros se mueven rápido, le toco un hombro tratando de tranquilizarlo cuando de manera rápida me toma de la muñeca y me hace correr de nuevo sin parar.

Una docena de hombres nos persiguen acorralandonos, el gruñe cada vez que las posibles salidas son cerradas por ellos, quemando los árboles. Me suelta de la mano dispuesto a transformarse cuando un disparo sale de entre medio de varios pinos, escuchó su gruñido gutural de agonia, corro hasta él dejándome caer en mis rodillas, mis ojos comienzan a cristalizarse.

Sus ojos están cerrados por el dolor, de su pecho escurre sangre espesa que no para de salir manchando su cuerpo.

Las lágrimas bajan como cascada de mis ojos, levantó su rostro con cuidado.

—Por favor abre los ojos.— digo con la voz entre cortada, rasgo mi vestido y con el pedazo de tela trato de detener la hemorragia haciendo presión en su pecho, la bala no esta en su corazón por lo que hay una ligera esperanza de reponerse.

—Vamos mi lobo, despierta.— intento hacer mas presión en su pecho pero es inútil, la tela esta completamente empapada de su sangre. Estoy comenzando a entrar en pánico, cada vez mas su rostro se torna mas pálido al igual que sus labios ya no están rosados.— ¡Despierta!. Mi amor no me dejes.

Las lágrimas siguen bajando por mis mejillas, esto no puede pasarnos. No después de la maravillosa noticia que recibimos.

—Rose...— escucho su débil voz apenas y logra terminar de decir mi nombre.— La bala... la bala sa... sacala.— termina de decir, su estado cada vez mas se va agravando y su tono de voz me lo afirma.

“Plata”. Es lo primero que pienso al escucharle. Apartó la tela que a cambiado de color blanco a rojo debido a su sangre. Todos mis vellos del cuerpo se erizan al pensar que debo hacer. Mi mano tiembla y trato de hacerme fuerte por él, por nosotros.

Cierro mis ojos y adentro mis dedos en el hueco que formo la bala en su piel, escuchó su gemido de dolor y abro los ojos. Encuentro la bala y poco a poco comienzo a sacarla del pecho de él.

El lobo gruñe de dolor y sus ojos se abren encendidos de verde. Sus uñas se hacen largas al igual que sus colmillos. La gran e imponente bestia despertó, se transformó con mi muñeca aún en su mano, la aprieta y grite de dolor.

Destino; Atada A Ti © Nueva actualización Donde viven las historias. Descúbrelo ahora