NUEVE

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El olor a café recién hecho hizo que el capitán abriera los ojos. Había dormido tan profundo que no se había percatado de que la mujer a su lado había despertado minutos antes.

―Hay una pequeña cafetería al costado de la recepción ―la rusa le pasó el café, en un vaso de isopor, después de besarlo en los labios.

―Buenos días para ti también ―murmuró antes de probar la bebida con cafeína. Estaba bastante bueno― ¿Dónde conseguiste ropa? ―inquirió observando el vestido amarillo de la espía.

―La esposa del dueño es una mujer muy comprensiva. Le expliqué que... ―alguien llamó a la puerta, haciendo que el rubio se levantara de inmediato, poniéndose alerta.

Natasha soltó una carcajada.

―Tranquilo, no creo que te veas amenazante cuando estás desnudo ―comentó con la ceja elevada―, aunque si tu objetivo es impresionar, estoy segura de que lo lograrás.

Steve se sonrojó, no se había dado cuenta de que aún estaba sin ropa. Natasha abrió la puerta solo un poco, para atender a la persona que había tocado sin exponer al americano. Agradeció en un perfecto húngaro aceptando algo en sus manos.

―Ya tenemos para tu ropa ―dejó sobre la silla del rincón lo que parecían ser un pantalón y una camisa.

―¿Qué les dijiste? ―se interesó terminando de tomar el café.

―Que vinimos a Budapest para casarnos, huyendo de nuestras familias, pero la suerte no nos acompañó y nos robaron el equipaje. Tú pudiste esconder tu billetera, por eso tenemos algo de dinero para regresar.

―Es una buena historia.

―¿Acaso esperabas menos de mí? ―lo molestó con diversión.

―Por supuesto que no, Nat. Ni siquiera yo hubiera pensado en una historia tan buena. Eres increíble.

Comenzó a desabotonar la camisa gris. Inmediatamente, Natasha se la quitó de las manos.

―Estaba pensando en que tal vez deberíamos hacer esto creíble para los señores Bokor ―lo hizo retroceder hasta la cama.

―¿Cómo? ―inquirió con voz ronca.

―Creo que ya sabes la respuesta ―dijo con los ojos brillando de deseo.

Rogers la envolvió en sus brazos, tomando sus labios en un beso demandante. Rápidamente, el vestido amarillo fue a parar con el resto de la ropa. Se tumbaron a la cama para llevar el encuentro al siguiente nivel. La temperatura subió rápidamente.

Cuando estaban en medio de la cuarta ronda, alguien llamó a la puerta. Natasha gritó el equivalente a un "Ya voy" en húngaro, bajándose de encima del rubio, peinando descuidadamente su cabello con sus manos para ponerse de nuevo el vestido.

―Debería ir yo ―se ofreció el capitán.

―No sabes húngaro. No sé si ellos hablan inglés.

―Entonces vamos juntos ―se vistió rápidamente.

―Hola de nuevo, señora Bokor. Le presento a Steve Rogers, mi novio. Él no habla húngaro ―lo tomó de la mano―. Cariño, ella es la señora Bokor.

El americano saludó a la mujer con un asentimiento de cabeza, entonces la señora Bokor lo saludó con un marcado acento extranjero. Ella hablaba inglés, pero no tan fluido.

―Lamento mucho todo lo que tuvieron que pasar. Es una pena que se lleven esa imagen de Budapest. Estuve hablando con mi esposo de eso, hasta que se nos ocurrió algo.

Sr. y Sra. Rogers Donde viven las historias. Descúbrelo ahora