DIEZ

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Steve y Natasha regresaron muy relajados de su luna de miel. El color bronceado que trajeron en la piel fue consecuencia directa de un cambio de último minuto en su destino turístico. Ya en el aeropuerto, viendo la tabla de los vuelos que despegarían en unos minutos, compraron un par de boletos para ir hasta Grecia.

Natasha se estremecía al recordar los apasionados días que le habían seguido a su llegada al hotel. El sol, las aguas cristalinas, la comida, Steve en traje de baño... todo había sido perfecto, como si estuvieran en un sueño.

―Bienvenido, capitán y agente Rogers, supongo ―Alexander Pierce había llegado desde Estados Unidos para recibir a la nueva pareja de casados.

―Muchas gracias por la increíble luna de miel ―sonrió la pelirroja, entrelazando sus manos con las de su esposo.

―Lo mejor para mis mejores activos. Ordené que ampliaran la habitación del capitán Rogers, ya llevaron allí sus cosas ―observó a la mujer―. Mañana tendrán más objetivos que eliminar.

A pedido de Pierce, el americano lo siguió hasta su oficina.

―La agente se ve muy enamorada, estás haciendo un excelente trabajo ―comentó cuando ingresaron.

Steve asintió con seriedad, quedándose parado frente a una de las sillas junto al escritorio.

―No hemos tenido problemas. Fue fácil convencerla de que lo que tenemos es amor. Creo que no sabe diferenciarlo debido a su pasado.

―Tiene sentido. Los rumores sobre los entrenamientos de agentes de la KGB son bastantes... brutales. Bueno, ahora hablemos de un asunto también relacionado con esa organización, me he reunido con Ivan ―le informó bastante serio, se sentó en su silla ―, ha insinuado que la KGB merece un poco más de crédito una vez que dominemos el mundo. Eso no me agrada, entonces, dime, ¿cuánto tiempo crees que deba pasar para que tu esposa acceda a ayudarte a eliminar a la KGB? ―inquirió finalmente con las manos juntas bajo su mentón.

El supersoldado no se sorprendió ante la pregunta. Con el tiempo había aprendido que Pierce quería que todas sus piezas se movieran lo más rápido posible. En ocasiones, lograba pedir cosas imposibles. Ese hombre no había estado en batalla nunca, así que solo podía imaginar el tiempo que le llevaría a un soldado hacer lo que necesitaba.

―Un mes, más o menos.

―Entonces te doy un mes, luego quiero fuera del juego a esos rusos.

Después de esa reunión, el supersoldado fue hasta su habitación. Su esposa estaba allí, con la mirada fija en su tablet.

―¿Sucede algo? ―preguntó el hombre.

―Nada nuevo, me aseguré de que no hayan puesto cámaras aquí adentro. Pierce parece no estar interesado en vender las cintas de nuestros encuentros sexuales ―sonrió dejando su dispositivo en la cama―. ¿Hay novedades?

Steve se sentó a su lado.

―He conseguido un mes antes de que nos pidan acabar con la KGB.

Un mes era poco tiempo si consideraban que tenían misiones casi todos los días. Debían ser cuidadosos en no levantar sospechas. La caída de la KGB había sido planeada por la pelirroja en su juventud. Hasta ahora tenía los recursos para lograrlo.

―No será sencillo, debemos entrenar mucho más. Nos complementamos bastante bien, pero necesitamos ser uno para asegurarnos de lograr el objetivo ―tomó de nuevo la tableta electrónica para organizar un calendario.

―No olvides agendar el sexo ―bromeó el hombre.

Natasha lo observó con los ojos entrecerrados.

Sr. y Sra. Rogers Donde viven las historias. Descúbrelo ahora