19. Felicidad trastocada en tristeza.

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No volví a casa, me quedé en la suya. No queria ver a mi padre, ni a la chica del espejo a la que tanto odiaba y tan poco aguantaba.

Me despertó acariciandome la espalda. Yo me hacía la dormída para que no parara, pero debió de darse cuenta y comenzó a hacerme cosquillas. No pude evitar reirme a carcajadas.

Nos quedamos mirando unos segundos, se me hicieron los más bonitos del mundo.

Ninguno de los dos dijo nada. Pero los dos sabíamos que ahí estabamos realmente bien. Perdidos en los ojos del otro.

De pronto, me trajo una bandeja, café, naranja y una cuantas galletas.

Lo mejor era su sonrisa. Esa sonrisa me mataba cada vez que la veía, pero de una manera u otra era la mísma que me resucitaba cada día.

Baje la vista a sus nudillos. Tenía menos heridas de las habituales. No pude evitar agarrarle de la mano. Me sentía tan comprendida a su lado.

Él se acercó a mi muñeca, me quitó la venda que ocultaba mís cortes y comenzó a acariciarla despacio y con cuidado.

Era extraño, parecía que le hiciera daño verme de esa manera.

Y me abrazó. Así de repente y sin avisar, daba igual. Yo tan sólo hundí mi cabeza en su pecho para escuchar como latía una vez más.

No me movería de aquí jamás, y ojalá fuera así, pero tenía que irme a casa antes de que mi padre se despertara.

Nos besamos. Me dedicó un triste adiós, acompañado de su sonrisa. Y corrió hacia mi cuando iba a salir de alli. Me dijo al oído que me quería. Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo y temblé, otra vez. Finalmente, me fuí.

Llegué a casa, si se podía llamar asi ese lugar al que nunca quería ir. Entré por la puerta lentamente para no despertarle.

Pero por desgracia "mi padre" estába despierto. Tenía una botella de Whisky en la mano completamente vacía y las cuencas de los ojos desorbitadas de lo furioso que estaba.

Se acercó, y por mucho que grité, nadie me oyó. El continuaba pegandome y yo seguía llorando del dolor que sentía.

Acabé en el baño encerrada, con la cabeza entre las piernas, llorando, y sangrando como tantas veces me había pasado.

Llena de moratones y de heridas, causadas por personas que deberían quererme, pero que tan sólo me dan palizas.

Rota, hundida, otra vez, otra vez en este lugar viéndola a ella. No me paraba de mirar.

Cerré los ojos y lloré, lloré todo lo que pude y más. Hasta que me quedé dormída. Ahí. En esa esquina en la que pensé que no acabaría más.

Atrapada en el espejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora