23. Hasta siempre, mi vida.

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Estába en el hospital, traté de incorporarme cuando una enfermera bastante amable, se acercó a mi.

Me dijo que el golpe en la cabeza me había dejado inconsciente y que había tenido bastante suerte.

Giré la vista a mi alrededor, no le veía. ¿Dónde estaría?

La enferma continuó hablando, me dijo que el chico que venía conmigo estába en una habitación contigua a esta.

Espera ¿¡¿¡Qué?!?! No, no podía haberle pasado nada. Me negaba a imaginarme eso y a creérmelo.

Fuí dando tumbos por el pasillo hasta llegar a la habitación de al lado y entonces le vi, ahí tumbado. Con un respirador y el cuerpo todo vendado.

Caí de rodillas al lado de la cama, y por mís mejillas empezaron a correr lágrimas.

Le agarré de la mano, empecé a acariciarsela, no iba a soltarla. Me estába intentando autoconvencer de que no le pasaría nada.

No paraba de llorar, no podía, me sentía inútil. Creo que nunca había sentido tanto dolor como lo estába haciendo ahora.

Le estába perdiendo, él era mi vida y se estába yendo.

Y creeme, quedarse sin vida estando viva, es lo peor que te puede pasar.

Interrumpió mís pensamientos la enfermera que entró por la puerta, mientras yo le acariciaba de pie la cabeza.

Estuvo informandome sobre lo sucedido. Me dijo que le habían agredido y que él, malherido, había logrado traerme hasta aquí.

Su estado era grave. Y los médicos no sabían con seguridad si iba a despertar.

Y yo no sabía con certeza si volvería a perderme en sus ojos, si algún día volvería a ser feliz a su lado.

No sabía si aquel día sería el principio o el fin.

De repente comencé a oír pitidos. Escuché un sonido fuerte y agudo. Algo iba a mal.

Comenzaron a entrar médicos en la habitación y me dijeron que había sufrido una parada cardíaca.

Las fuerzas me faltaban y las piernas me temblaban.

No podía mantenerme en pie, caí al suelo, con la cara empapada por las lágrimas.

La máquina que pitaba. Alguien pidiéndome que me tranquilizara. Él en mi imaginación que me gritaba.

Sólo oía ruido y al momento silencio.

Un silencio atroz, que hizo retumbar mi corazón.

Fué como el fuego. Una llama enorme que se apagó de repente por culpa de una inmensa ráfaga de viento que acabó con todo, con nuestro amor, con él, conmigo.

Acabó con los besos, esos que nunca más volverían a morir en mís labios.

Apagó las caricias que encendían mi piel y mi ser.

Y pudo con todo lo que alguna vez había sentido por él.

Me dejó helada, como si mi corazón no fuese a latir nunca más, como si se hubiese hecho trizas en ese momentos y no hubiese suficiente pegamento para reconstruirlo.

Me quedé ahí, de rodillas, pensando que ojalá ocurriese algo que me quitaste este sufrimiento y me devolviese a él.

Algo asi como la muerte.

Nunca había creído que hubiese algo más allá de esta vida.

Pero creía en él y en que quería volver a morirme en su sonrisa.

Porque no sólo es respirar, es vivir.

Y mi vida se había ido cuando la máquina desprendió el último pitido.

Atrapada en el espejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora