Paul y yo nos encontrábamos junto a la cinta de equipajes esperando a que el operario de turno escupiera nuestras maletas cuando decidí que no iba a ser ginecóloga. Es curioso lo interesante que siempre me pareció la biología del aparato reproductor femenino: estrógenos, progesterona, mala leche premenstrual y el estupendísimo dolor de ovarios menstrual. Me resultaba fascinante estudiarme la compleja teoría de los ciclos hormonales femeninos, pero no me atraía tanto el hecho de experimentarla en carnes propias ni tampoco en carnes ajenas. Y es que aquel día descubrí que no hay nada con lo que empatice más que con una mujer sufriendo los dolores pélvicos de las contracciones uterinas.
Horror.
Además, el hecho de que mi madre estuviese en la misma situación que la mujer que rompió aguas justo al lado de Paul mientras esperábamos en la cinta, no me ayudó en absoluto.
Nos giramos al escuchar que la mujer gemía y respiraba enérgicamente, agarrándose su tripa gigantesca como si en cualquier momento fuese a explotar cual globo relleno de agua (o nitroglicerina).
Paul no tardó en reaccionar para acercarse a ella con cautela. Parecía estar sola. Se encontraba inclinada hacia delante y progresivamente fue arrodillándose hasta quedar postrada en el suelo.
Paul se acercó y posó su mano sobre el hombro de ella con suavidad.
–¿Hay alguien que te acompañe? –preguntó él amablemente.
La mujer, con la cara enrojecida y los ojos rellenos de lágrimas de dolor, negó con la cabeza.
–Mi marido está en mi casa, me está esperando, yo iba a coger un taxi– dijo ella con dificultad.
Paul asintió y, sin perder tiempo, se quitó su jersey y lo hizo un bulto en el suelo, sobre las baldosas desgastadas, para que la pobre mujer pudiese tumbarse y apoyar su cabeza lo más cómodamente posible.
–Túmbese –ordenó él con autoridad–. Deberíamos llamar a una ambulancia o, a su marido… ¿Cree que necesita ir al hospital o las contracciones aún no son muy seguidas?
–Voy a parir –afirmó ella absolutamente convencida.
Poco a poco comenzó a formarse un corrillo de personas alrededor de aquella escena y tuve que abrirme paso para poder situarme al lado de Paul, que mantenía la calma de una manera admirable. Lo vi sacar su Smartphone del bolsillo, dispuesto a tomar medidas urgentes.
–¿Cuál es su nombre? –pregunté con suavidad cuando me agaché a la altura de la cabeza de la parturienta.
–Emily –bufó ella al tiempo que se arqueaba de dolor.
Me incliné hacia el oído de Paul para que Emily no pudiera escucharme.
–Esto no mola… ¿Tú crees que está de parto?.
Él esbozó una media sonrisa. Pero se trataba de una sonrisa de preocupación.
–Probablemente… Pero podrían ser más cosas así que es mejor que la trasladen al hospital lo antes posible.
Observé a Emily, respiraba pausadamente y hacía muecas de dolor continuas. Su barriga era lo bastante grande como para pensar que el niño que estaba a punto de dar a luz tenía ya los nueve meses cumplidos.
–Habría que hacerle una ecografía, Emily… ¿Le parece bien que mi novia llame a su marido y yo, mientras tanto, a una ambulancia? –preguntó Paul manteniendo su tono autoritario.
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Becca Breaker (II): Junto a ti © Cristina González 2014
Novela Juvenil*Segunda parte Becca Breaker I: contigo* Becca aún no ha terminado el bachillerato. Le espera otro año duro. No sólo tendrá que esforzarse por alcanzar el diez en cada examen, si no que tendrá que soportar la distancia que la separa de Paul y otros...