Capítulo 15: diabetes gestacional

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No había podido acompañar a mi madre a realizarse la primera ecografía porque yo entonces me encontraba pasando las vacaciones en casa de Paul. De ahí la gran sorpresa que me llevé cuando mi madre me enseñó las "fotos".

Mientras yo extendía la tira de ecografías y trataba de distinguir lo que poco a poco se parecía cada vez más a un bebé, Bono se encontraba sentado a mi lado, moviendo su largo rabito y observándome con expectación.

Me sentí muy frustrada al no distinguir más que un par de lentejas negras en un mar heterogéneo de grises distorsionados.

                     —¡No veo a mi hermano! —exclamé con cierto tono dramático.

Mi padre que me miraba desde su cómoda butaca al lado de la chimenea —que se encontraba apagada en ese momento—, esbozó una extraña sonrisa que prometía estar apunto de desvelar un secreto escandaloso.

                     —Querrás decir... —empezó mi madre utilizando un tono misterioso.

                     —Hermanos —dijo mi padre para completar la frase.

Entonces miré a mis dos progenitores acusándolos con mis pupilas dilatadas por el estrés.

                     —¡Ja! Entonces tu embarazo no fue accidental. ¡No mintáis! ¡Los embarazos múltiples son típicos de la reproducción asistida! ¡Infames! —grité haciendo aspavientos con las manos.

Lo cierto era que estaba intentando parecer algo dramática y escandalizada, pero mis gritos no eran más que una muestra de alegría debido a la ilusión que me hacía tener dos criaturas idénticas por hermanos.

Mi madre movió la cabeza en ademán de negación.

                     —Juro, Becca, que ha sido accidental. Además, ninguna clínica de reproducción asistida me hubiese atendido de buena gana teniendo casi cincuenta años.

                     —¿Entonces? ¿Qué demonios les pasa a tus óvulos? ¿Tienen hiperactividad o algo así?

                     —No lo sé. Es posible que haya cierto componente genético, tengo unos primos que son gemelos monocigotos.

                     —¿Mono... Qué? —salta mi padre desorientado.

                     —¡Déjalo! —le gritamos mi madre y yo al mismo tiempo.

                     —¿¡Y el parto!? —pregunté de pronto—. ¿Será una cesárea? ¿Qué va a ocurrir? ¡Estás muy mayor! ¿Y si no lo soportas?

El ceño fruncido de mi madre me sacudió rápidamente el repentino ataque de histeria.

                     —Rebecca Breaker, te recuerdo que me conservo muy bien, así que te prohíbo que me llames vieja descaradamente.

                     —Te pongas como te pongas, sigues teniendo casi cincuenta años –repetí.

                     —Ya, para tu tranquilidad, si el primero de tus hermanos tiene la cabecita colocada para salir en el momento del parto, podré parir sin ningún problema.

                     —¿Y el segundo?

                     —Suelen darse la vuelta durante el parto del primero, y si no, cesárea.

                     —¡Argh! ¿Y cómo sabes todo eso?

                     —Me he vuelto a estudiar la obstetricia en estos días que he estado de baja —me confesó ella.

Becca Breaker (II): Junto a ti © Cristina González 2014Donde viven las historias. Descúbrelo ahora