Capitulo 3.

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Hoy era el día.

Ya había transitado una semana desde que firmé el contrato que se guardaba quién sabe quién en su despacho. Estaba muy nerviosa por saber como sería mi primer día de secretaria. Ya había leído todo el manual completo e incluso, con unos ahorros que se escondían en la secadora descompuesta, fui a los días siguientes a una tienda para comprar algunas prendas de ropa especiales para la ocasión, agradecía que fueran económicas para lo poco que tenía. Debía cambiar urgentemente mi imagen.

Tras colocarme con dificultad una falda de tubo negra, me coloqué con cuidado de no volverme a lastimar el pie, los tacones nuevos que eran de un color rojo vino tinto, eran presentables.


—¿Te puedes apurar, putita? Tengo hambre.


Golpeó la puerta de mi "cuarto" desde afuera.

Me di una última mirada en el reflejo de la lavadora, y salí de ahí con mi pequeño bolso.

No tardó en echarme la intensa mirada.


—¿Qué haces vestida así? ¿A dónde vas? — Preguntó, tal cuál como un detective —.


—Cancelaron la reunión de la semana pasada, ahora es para hoy y tengo que ir en formal.


Aclaré actuando tranquila. Él volteó los ojos y me dio la espalda para dejarme sola.


• • •


No es que no haya caminado antes con tacones, pero se me hacía difícil mantener el equilibrio con estos. Estaba yendo sin tomar el Bus para caminar un rato en soledad y noté como muchas miradas paraban en mí. Me aferre a mi bolso algo insegura -como siempre-, y decidí viajar con la vista al suelo.

Llegué. No me había dado cuenta si no fuera porque en el reflejo de un charco se miraba el gran edificio borroso. Levanté la cabeza, era hermoso, muy grande diría yo, acogedor, elegante sin duda. ¿Sería suficiente mi vestuario para este lugar? Trague saliva y lo contemplé un rato más antes de entrar a lo desconocido. Sus letras principales, esas letras grandes y llamativas dejando en claro el nombre de la compañía para quien dudara.

Me refleje en la puerta, una chica muy tímida se veía ahí. Tomé aire y avancé a la puerta dorada, a la grandisima puerta dorada.

Al instante de traspasar esa puerta con cautela, un frío penetrante y exquisito entró por mi cuerpo. Me gustó, me relajó.


—Señorita, ____, no pensé que vendría a la hora que acordamos.


Se acercó desde una vitrina de la cuál habían dos hombres más con trajes perfectamente planchados.


—Sí, pues tenía que empezar mi primer día a la perfección, ¿no? — Respondí insegura. Él sonrió —.


Los hombres dejaron de hablar y fijaron una vista seria en mí, luego se pusieron a hablar de nuevo pero sin dejar de mirarme. Nose ni como es mi reacción, me siento intimidada.


—Señorita, ____ — Pidió de mi atención para mirarlo a él — ¿Podría al menos dejar de clavarle las uñas al bolso? —.


Inmediatamente solté asustada el bolso, muy avergonzada. Lo recogí del piso con rapidez para que nadie más aparte ellos tres se diera cuenta. Cuando no era con Josh, no podía ser capaz de mirar tanto tiempo a los ojos, enfrentar, o dar la cara. No podía, mi vista de siempre ha sido para el suelo.


—Lo siento mucho.


Hice casi que una reverencia, desesperada. Él rió y puse un mechón de cabello tras mi oreja.

© EL JEFEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora