PRÓLOGO.

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Harry Potter se hallaba encerrado en su pequeña habitación en Westover Hall, un colegio que parece militar, en América. Era una noche normal DE INVIERNO, si eso se le denomina a una en la que un niño pelinegro de 13 años está tratando de hacer unos deberes de Historia de la Magia mientras los otros están de fiesta.

Lo que nadie sabía es que Harry Potter no es un niño normal, es un mago. ¿Fantástico, ¿verdad? No, si eres un niño el cual perdió a sus padres gracias a un señor psicópata oscuro, y fueses el único superviviente.

Pues bien, Harry Potter no vivía plagado de lujos, como suponía la mayoría de la sociedad mágica. Al contrario, cada día era abusado por parte de sus tíos, una morsa con bigote, si llamarlo así no fuese insultar a estos animales, una mujer de cara de caballo y un niñito malcriado parecido a una ballena joven.

La razón por la que había conseguido librarse de ellos, era porque ganaron un viaje a América y lo inscribieron en esta escuela. "Cuanto más lejos de nosotros estés, mejor", había dicho Tío Vernon al apuntarlo.

Harry no estaba más de acuerdo. Había discutido, prácticamente rogado, quedarse para Navidad en Hogwarts. No obstante Dumbledore, en un acto irreflexivo de crueldad para el azabache en su opinión, había resuelto que debía irse por las vacaciones de invierno a la casa de sus tíos. Él había alegado que "siempre es bueno regresar por un día especial al hogar más preciado" con aquella sonrisita, cosa por la que Harry lo maldecía. Por suerte, logró que Hedwig se quedara en Hogwarts, para que no sufriera los maltratos de sus tíos o su colegio.

El joven iba a posar la pluma en el pergamino cuando algo afilado como una daga-pincho entró volando por su ventana, se clavó en su hombro provocándole un poco de dolor y lo elevó por los aires, dejándole en el patio del colegio y clavándose con brusquedad en la pared, incapacitando el movimiento al chico. El azabache miró hacia adelante y vio al doctor Espino, el subdirector, por un instante antes de que se ocultara de la vista con una sonrisa perversa.

Harry miró a sus lados por primera vez, y vio a dos chicos de pelo oscuro y tez olivácea, altos y un tanto musculosos. Nico y Bianca di Angelo, recordó que se llamaban. Gimió de dolor. El hombro le ardía bastante, pero era soportable.

Un chico venía por el pasillo, llevando en su mano una espada a modo de linterna.

—Tranquilos, no os haré daño —dijo, avanzando hacia ellos. Hizo una pausa y añadió, con aparente serenidad pero con un leve matiz de urgencia en su voz—: Me llamo Percy, os sacaré de aquí y os llevaré a un lugar seguro.

—¡Cuid...! —intentó advertirle Harry, pero fue demasiado tarde porque se oyó un silbido y la misma daga atravesó el hombro del chico, llevándole hacia la pared a su lado.

—Sí, Perseus Giiiackson —dijo el doctor Espino avanzando hacia sus cautivos, masacrando el apellido del hijo de Poseidón al hablar y con un acento francés muy notable—. Sé muy bien quién eres. Gracias por salir del gimnasio, me horrorizan esos bailes de colegio... En el que, por cierto tú, Potter, no has estado.

—Es que... -intentó decir, pero espino lo interrumpió.

—Sin excusas, los magos no me sois útiles, así que no pasará nada si te elimino del mapa —el chico se rió internamente. "Otro más que se apunta a la lista de "quién quiere mi cabeza". Lástima, habrá que hacer fila y esperar", pensó el mago.

¿Mago? —escuchó a Bianca preguntar mientras Percy intentó darle un tajo con la espada, pero estaba lejos de su alcance. Un segundo proyectil fue a aterrizar justo por encima del rostro de Harry, haciéndolo pegar un ligero bote y clavarse más el material que lo sujetaba a la pared en el hombro y, por consiguiente, hacerle lanzar un gemido de dolor.

—No... mejor será así... Los cuatro vendréis conmigo. Obedientes y en silencio. Si hacéis un solo ruido, si gritáis pidiendo socorro o intentáis resistiros, os demostraré mi puntería —eso en opinión de Harry era innecesario, ya que la habían comprobado. El chico no creía que alguien pudiera aprisionar así a los cuatro, a no ser de que usara algún hechizo desconocido para él. Y no necesito absurdos conjuros para haceros daño, Potter —rio Espino como si leyera la mente.

Se resignaron a las condiciones del Doctor Psicópata y lo siguieron a través del vestíbulo hacia la salida.

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Editado el 28/07/24: Añadidos detalles sobre la pobre Hedwig, que quedó olvidada en la historia. Perdóname, querida amiga.

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