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Gerard

Ya habían pasado casi dos meses desde que recibo cartas de alguien dizque enamorado de mí.

No me molestaba el hecho de que alguien me mandara papeles con poesía, más bien me gustaba, lo que no me agradaba era que las demás chicas se habían copiado de la persona que empezó con eso.

Por todo el montón de papel no podía encontrar la carta que realmente sí me importaba.

Algunos de esos lindos papeles llegaban a la basura. Lo siento, pero sus faltas de ortografía me mataban y muchas veces no tenía coherencia lo que escribían.

En fin, la carta que más apreciaba era de la persona pionera de este acto de amor puesto que las suyas me parecían tan sublimes y perfectas que las guardaba en el bolsillo de mi pantalón hasta llegar a casa y, cuando ya estaba en la paz y tranquilidad de mi cuarto, me ponía a leerla con lentitud, analizando cada palabra y cada signo escritos en ella.

Al final, olía aquel perfume de arándanos tan adictivo. Casualmente ese olor siempre ha sido mi favorito desde niño cuando tenía cinco años y un enanín de mi preescolar traía un block de hojas perfumadas y las que más me gustaban eran las de arándano mientras que a lo demás les embriagaban las fresas y manzanas.

Era yo el único al que no le agradaban ni las fresas ni las manzanas, pero no me importaba, ellos no influirían en mí de ninguna manera.

Recordar aquello me arrancaba una sonrisa avergonzada y un leve sonrojo porque ese día me hice amigo de ese enanín que me parecía tan tierno, inocente e indefenso.

Un día, unos niños lo intimidaron tirándole todas sus cosas al suelo.

Él lloraba y ellos reían. Ese niño era el menos fuerte del aula, era sensible e irradiaba bondad.

Una bondad genuina, más que la bondad innata que todos poseemos desde que nacemos, esa bondad que hace que nos apiademos unos de los otros, que apacigua nuestros instintos asesinos, que traía el más mero dolor y nos conduce a la locura, él tenía algo más que lo hacía diferente.

Me les enfrenté y ellos me buscaron pelea.

Sonrío socarronamente al recordar que fue un tres contra uno y que, a pesar de que fue injusto, cada uno de ellos se llevó un lindo moretón en uno de sus ojos a casa.
Yo quedé casi igual o peor que ellos, pero aún así tuve las fuerzas suficientes como para preguntarle a él si estaba bien y si no lo habían golpeado.

Y desde ese momento, ese mocoso me llamó "Gee".

De esa forma fuimos muy unidos durante todo lo que quedó del preescolar. Disfruté muchas cosas con él, pero todo cambió cuando entramos a la primaria y nuestra amistad se esfumó.

Fue él quien se alejó, pero después me di cuenta de que tal vez fui yo el que se distanció.

Nunca entendí muy bien cómo es que nos separamos y de un momento a otro la relación se cortó.

Lo noté muy tarde, estábamos en quinto grado y ya no nos hablábamos o, mejor dicho, yo no le hablaba.

Sin su consentimiento, había hecho nuevos amigos muy graciosos y carismáticos, había construido mi nueva vida escolar.

Casi no lo veía, aunque volteara a mirar hacia atrás, él no estaba y lo buscaba con la mirada por el aula pero no lo encontraba.

Suspiré.

Aquello me parecía ya tan lejano que me daba pena.

Dejé caer la carta en mi rostro para embriagarme con su aroma.

•Cartas• OS FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora