Capítulo 13

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A pesar de ser sábado por la mañana, la iglesia se encontraba casi desierta. Tan solo las personas de edad más avanzada y algunas amas de casa sin más cosas que hacer se molestaban en ir otro día que no fuese el domingo, cuando todas las butacas se llenaban de familias vestidas con sus mejores galas. Importantes hombres de negocios, tan ricos como conservadores, se sentaban a conversar entre sí mientras sus esposas vigilaban atentamente a los niños en un cuadro que parecía sacado del siglo XXVI. Y es que las mentalidades de los residentes de este barrio no parecían haber cambiado en los últimos cien años; estos habían empleado toda su energía en tolerar al nuevo párroco, que tenía la piel oscura.

Un individuo ataviado con un elegante abrigo de plumas entró por la puerta y las dos mujeres ancianas que ocupaban las butacas del fondo empezaron a cuchichear. Sin duda se trataba del chico adoptado por los Joestar. Sí, aquel tan atractivo y que tan dócilmente había aceptado las enseñanzas de sus salvadores y la fe cristiana. Solía pasar a menudo por la iglesia. Siempre se dirigía directamente al confesionario, parecía tener muchos pecados que expiar de su vida anterior.

Dio se agachó ligeramente sobre la cabina. Nunca se arrodillaba. Sus labios se curvaron en una sonrisa seductora que el padre Pucci reconoció al instante.

- Dio – suspiró -. No esperaba verte hoy aquí.

Por eso he venido. Pensé que después de ayer merecías saber algo más sobre mí antes de llevar a cabo nuestro magnífico plan.

Pucci abrió un poco los ojos.

- ¿Algo más... Que el resto de tus feligreses?

Dio dejó escapar una pequeña risa.

- Pucci, el destino tiene algo muy importante preparado para ti. Hay mucho más en tus actos que la simple fe o un miedo inconsciente; tienes tu propio campo de gravedad. Puedes hacer que el resto de mortales giren a tu alrededor con sus vidas vacías y atraerlos con el poder que se te ha otorgado.
- Esa descripción coincide más contigo.
- Somos lo mismo, aunque te niegues a verlo. Mi camino no existiría si no se cruzase con el tuyo; te necesito tanto como tú a mí.

Pucci se estremeció. Pensó que si Dio pronunciaba esas palabras suficientes veces, se volverían realidad.

- Tú eres el Dios al que tanto he aspirado.

Dio sonrió complacido.

- Lo eres porque puedes ver más allá – continuó Pucci -. Porque eliges la perfección de la especie humana antes que lo terrenal. Solo aquellos que han estado en el cielo pueden asegurar conocer la verdad absoluta.
- Si me dejas pasar, puedo enviarte allí en menos de tres minutos – ronroneó Dio contra las rejas.
- Eres Dios porque tienes la verdad a pesar de que te sea imposible conocerla, y porque eres más humano que cualquier otro sin ser humano.
- Pucci, nunca fui humano. Mi vida empezó cuando aquella muchacha me mordió en un callejón oscuro de Ogre Street.
- ¿Fue entonces cuando lo viste todo con claridad? ¿Cuando se te reveló lo era necesario para limpiar el mundo de pecado?
- No, no pude alcanzar la verdad hasta que te conocí – admitió Dio.
- Por cierto, hace un par de días el señor Speedwagon se pasó por aquí – dijo Pucci, cambiando de tema otra vez para evitar que la conversación entrase en terreno peligroso, pero apreciando las palabras de Dio.
- ¿Vino a confesarse?
- Sí. Se sentía terriblemente culpable por la muerte de Erina. Hace más de un año desde el incidente, pero no es capaz de dormir tranquilo sabiendo que podría haberla salvado.

Dio no pudo evitar echarse a reír. Afortunadamente, las dos ancianas ya se habían marchado.

- Pensaba que el incendio había sido un accidente... Pero era yo, Dio, intentando deshacerme de los tres para evitar que se entrometieran en la creación del nuevo mundo. Déjame adivinar. Speedwagon estaba demasiado ocupado preocupándose por Jonathan como para pensar en otra cosa.
- Así es – sonrió Pucci, reconociendo la agudeza de su amigo -. Ahora carga con una doble culpa.

Dio hizo una mueca.

- Qué innecesario.
- No te preocupes, pronto lo liberaremos. Y nosotros también seremos libres.

Pucci echó un vistazo a la sala.

- Creo que es hora de cerrar la capilla.

Dio comprobó su reloj de bolsillo. Todavía era temprano. Sonrió para sí.

- ¿Sabías que iba a marcharme?
- Lo suponía – dijo Pucci mientras salía de la cabina con la llave en la mano -. Para que el plan resulte efectivo necesitas tener esbirros repartidos por todo el mundo.
- ¿Podrás esperar?

Pucci asintió.

- ¿Cuánto crees que te llevará? – cerró la puerta y dejó la mano sobre el pomo, evitando darse la vuelta.
- Un par de años, como mínimo. Tendré que usar la intimidación y aprovecharme de esa mezcla entre miedo y admiración que tienen los humanos por los vampiros. No te preocupes, no me olvidaré de ti.

Puso su mano sobre la de Pucci con delicadeza y le acarició el cuello con dedos congelados.

- La nueva era está cerca. Es necesario acabar con la raza humana para limpiar el mundo, y está en mis manos el poder para conseguirlo. Aunque esta noche preferiría tener otra cosa entre las manos.

Deslizó sus yemas por las mejillas de Pucci hasta llegar a su labio inferior, que acarició suavemente con el pulgar. Pucci giró la cabeza e hizo contacto visual con Dio mientras abría ligeramente la boca.

- Volveré a por ti y nos convertiremos en los amos del nuevo mundo que tanto has deseado, Pucci. Cerremos este acuerdo con un pacto de ADN. Tú decides qué clase de fluido quieres intercambiar.

Pucci volvió a girar la cabeza y se santiguó.

Bajo la luna de sangre (jjba fanfiction)Where stories live. Discover now