Capítulo 12

80 18 6
                                    

Unos ladridos despertaron a Abbacchio, que se revolvió perezoso entre las mantas hasta que recordó que no era un perro el que emitía esos sonidos.

Antes de abrir los ojos, decidió recapitular los eventos del día anterior para prepararse mentalmente. Recordaba que había asesinado a una mujer muy extraña que por visicitudes del destino al final no murió. También que esa misma chica había intentado apuñalar a Bruno con una navaja que escondía en la manga de la blusa. El instinto protector de Abbacchio lo había hecho arrojarse instintivamente sobre ella, logrando inmovilizarla a cambio de una herida bastante fea en el hombro. El estruendo de los disparos y los gritos atrajeron a un hombre y su mascota que como cada mañana daban un paseo por el vecindario.

Cada día el doctor Cioccolatta, nada más despertarse, le servía un bol de comida a su preciado animal de compañía, que saltaba a su alrededor entusiasmado por verlo e intentaba lamerle las manos y la cara. Cioccolatta intentaba calmarlo con un par de caricias antes de desayunar él mismo y prepararse para salir. No necesitaba ponerle un arnés a su perro ya que este era muy obediente y lo quería demasiado como para alejarse de él más de un par de metros.

Salían al jardín, levantaban los blindajes de acero a prueba de zombies y daban un paseo sin preocuparse por los infectados, que no abundaban en el área dado que el doctor ya los había utilizado a todos. Más que dar un paseo libre de preocupaciones y de zombies, Cioccolatta ansiaba con encontrarse a alguno de ellos.

Mientras dejaban que sus zapatos se hundieran en la hierba, oyeron unos disparos seguidos de unas voces. Inmediatamente, el médico ordenó a su mascota que los siguiera. Ambos se escondieron en unos arbustos cercanos y esperaron a que Abbacchio tuviese controlada la situación.

Secco placó al policía con un ladrido y sentó su enorme culo en la herida de Abbacchio, causándole el suficiente dolor como para que no pudiera reaccionar durante unos segundos. Cioccolatta aprovechó ese precioso tiempo para preparar la droga que tantas veces había usado con humanos, pero que funcionaba igual de bien con los infectados.

Tomó el pañuelo de tela y se abalanzó sobre Bucciarati, tapando sus vías respiratorias con precisión experta y provocando que su víctima se desmayase en menos de un segundo. Se agachó sobre Abbacchio y le dedicó una sonrisa antes de repetir el procedimiento.

Rió como un maníaco, inmensamente feliz por haber encontrado a otros humanos. Al fin y al cabo, jugar con zombies no era tan divertido, y haberse topado con Bucciarati de todas las personas posibles despertaba algo primitivo en él. Siempre había sentido excitación por romper el tabú con un compañero de oficio.

Secco interrumpió sus pensamientos con un gimoteo y Cioccolatta recordó que todo eso era posible gracias a su querida mascota.

- No creas que me he olvidado de tu recompensa, Secco. Has hecho un magnífico trabajo.

Se sacó del bolsillo unos terrones de azúcar y los lanzó al aire. El hombre vestido de cuero saltó abriendo mucho la boca y los tragó sin masticar.

- Pero no creas que esto es todo... Hemos capturado a Bruno Bucciarati. ¡Bruno Bucciarati! Me has hecho muy feliz.

Secco se arrastró por el suelo alrededor de Cioccolatta.

- ¿Me vas a dar otro terrón? - preguntó, a punto de llorar de la emoción.
- Mejor todavía.
- ¿Me vas a vaciar el tarro de azúcar en la boca mientras me rascas la barriga? - gimió.
- Es Bucciarati, no el presidente de los putos Estados Unidos. Aprende tu sitio, Secco.
- Perdón, amo.

Cioccolatta se metió un par de terrones en la boca y empezó a masticar.

- Iba a darte dos terrones, no uno - dijo con la boca llena -. Pero tu comportamiento me ha hecho replantearme las cosas.
- Por favor - suplicó Secco, agarrándole la pierna de los pantalones -, por favor...
- Demasiado tarde, ya están dentro de mi boca. ¿Ves?

Bajo la luna de sangre (jjba fanfiction)Where stories live. Discover now