Capítulo 1 | Singularidad Inhabitual

358 61 188
                                    


-La vida es difícil ¿bien?

-¿Y eso qué tiene que ver con acampar en el bosque, eh? -replica la rubia de Paris -que, ps, cumple con el estereotipo de rubia promedio en este país-, arqueando una ceja.

¡Oh, no! ¡Piensa rápido en algo Miranda Nicolette Bellerose Levigne!

-¡Es que...! La vida es tan difícil de entender que, ¡no puedo comprender por qué me hace sentir tanta flojera! -recito dramáticamente, imitando a cualquier actriz de teatro que sobreactúe. ¡¿Por qué, vida?! ¿¡Por qué eres así conmigo?! Solamente te pido que me digas... ¡POR QUÉ ME HICISTE TAN DESIDIOSA! Oh amada vida mía, ¿y si mejor nos suicidamos?

-¡MIRANDA! -chilla la rubia, dándome un empujón en el hombro. Ay, qué te pasa loca-. ¿Por qué eres así, ah? ¿Acaso no duermes bien, ah? -gruñe.

-No, no he estado durmiendo bien -bajo la mirada al suelo de cemento, simulando un estado deprimido. Paris parece contenerse una exclamación de preocupación-. Es que la vecina gime tan alto que, necesito tumbarle la pared a golpes cada noche, para que se calle -miro nuevamente a la rubia, dedicándole una sonrisa divertida. Permanecemos unos segundos en silencio, para después estallar en carcajadas que hacen mero escándalo en plena plaza pública. Sí, todos nos miran, incluso el perro que en la esquina anda defecando mientras copula con la roca, pensando que es una perra. ¡Y esa escena claramente me causa más gracia!

-¡Ya, ya! -intenta disminuir sus risas, inhalando aire profundamente, y exhalándolo después-. Entonces ¿irás? -chilla, con una enorme sonrisa plasmada en su rostro.

-No.

-¡AGH! -se levanta de la banca bruscamente, fulminándome con la mirada. Si sus ojos hablasen, seguro estaría destruyéndome verbalmente-. ¡¿Acaso te da miedo el bosque, o qué?!

¿Me da miedo? Pff, no. ¡Qué dices! A mi madre la descuartizaron en un bosque y desde ese entonces no quiero volver a uno, ¡nada de otro mundo!

-Sí ¿y? -respondo, sin ninguna tonalidad en mi tono de voz, mas que la neutralidad misma. La rubia no replica, desvía la mirada. Los bisbiseos de la brisa; moviendo las hojas secas en el suelo, los cuchicheos de la gente, y el tránsito de fondo, son los únicos sonidos audibles ahora.

-Si decides ir, te estaremos esperando -suspira, mientras toma el bolso que yacía a un lado de la banca; colocándoselo sobre el hombro-. Nos vemos -hace un ademán con su mano, y repito el mismo movimiento. Acto siguiente, procede a irse, caminando cada vez más lejos, hasta ya no hallar algún rastro de ella, dejándome completamente sola ahora; junto a las naranjas hojas que caen, siendo un número más en este parque.

Suspiro. Cierro mis ojos, y dejo que la brisa otoñal me abrace por unos minutos.

Una vibración. Mi bolsillo. ¿Qué?

Salgo de mi sereno estado de relajación instantánea, y saco de mi bolsillo trasero mi celular; el problema.

Enciendo la pantalla, y una notificación en específico llama mi atención: «cumpleaños». Contengo una exclamación.

No... lo, ¿olvidé?

『✪』

Hace frío, hace demasiado frío, ¡hace tanto frío...! Tanto que otros podrían morir de hipotermia, pero claro, ¡estoy acostumbrada a los otoños de Texas! Sé que no es nada comparado con Alaska, pero, algo es algo.

Fulshear Cementery; era el más cercano a nuestro hogar, cuando todo sucedió. Puedo recordar, aquel día, todo ante mis ojos se veía frío y gris; tal vez gracias al efecto de enero en invierno, o quizá de mis desabridos sentimientos.

Ese día nevó. Fue la primera nevada que presencié en toda mi existencia viviendo en Houston, fueron como pequeñas lágrimas congeladas provenientes del cielo. La única persona que fue al entierro, fui yo; junto a personal del orfanato. Sólo éramos mi madre y yo para todo, no había nadie más en nuestra familia; que siguiera con vida. Aquel día, a pesar de la melancólica e invernal soledad que parecía verse, siempre hubo una peculiar calidez junto a mí.

-¿Sabes? Ya te he superado -susurro, afincando la mirada en aquella lápida que a pocos centímetros yace frente a mí. «Jade Giselle Bellerose Levigne»-. Ya era hora, han pasado trece años.

Un silencio sepulcral. Bisbiseos de brisa helada. Hojas que levitan en el aire.

-Estoy bien. Vivo en San Felipe ahora ¿orgullosa de que tu hija resida en una de las zonas más lujosas de Houston? ¿Eh, eh? -bromeo, riendo en voz baja. A veces hay que agregar algo de gracia al asunto ¿no? ¿NO?-. A veces siento que, estoy olvidándote...

-Volveré luego ¿bien? -habla una voz desde mis recuerdos.

Una pequeña casa en los suburbios. Una invernada noche de enero. Inocentes inquietudes y atroces finales impredecibles.

-¡AH! Ya es de noche... ¿a dónde vas? -refunfuñé, cruzándome de brazos.

-Apenas son las seis de la tarde, cariño -sonrió con dulzura, acunando mi rostro entre sus manos.

-¡Pero está oscuro! ¿A dónde vas? -gruñí, frunciendo el ceño. Era extraño que mamá saliera de noche, así que era normal mi preocupación.

-Voy a solucionar algunas cosas ¿sí? -aclaró, y su tono de voz dejó de ser meloso y maternal. Sentí un escalofrío al escucharla hablar tan diferente a como solía expresarse conmigo-. Si pasa algo, busca a la vecina -esas fueron las últimas palabras que me dedicó, antes de irse por aquella puerta, sin siquiera dejarme responder o darle un abrazo de despedida. Si tan sólo, hubiese sabido que esa vez sería la última.

Una hora, dos horas, tres horas. El tiempo pasaba, y yo cada vez más asustada estaba. Miraba a través de mi ventana; constantemente, mas sólo la oscura noche arropaba todo a su paso, y los susurros del viento al cristal musitaban como llantos de almas en desgracia. ¿Era legal dejar a una niña tanto tiempo sola, encerrada en casa?

Nunca había estado sin mi madre antes, esa fue la primera noche sin ella, la primera de muchas. Estaba tan asustada, que lloraba silenciosamente; sin consuelo alguno, hasta caer en un profundo sueño debido al cansancio que generaba cargar con preocupaciones. La almohada fue mi única compañía.

Al despertar, ella no había llegado todavía.

Escuché el timbre, e inmediatamente mis energías volvieron, así que con una ancha sonrisa salí tan rápido como pude, llegando a la puerta de entrada. ¡Seguro es mami! Eso creí ¿quién más podría haber pensado que sería?

Desbloqueé la puerta; abriéndola enseguida. Mi emoción fue decayendo; haciéndome sufrir una primera decepción, y es que no era lo que yo esperaba. La anciana vecina yacía de pie frente a la puerta, a su espalda había un cúmulo de gente cuchicheando, nunca supe quiénes eran ni qué decían; porque estaba solamente concentrada en la trágica expresión de la señora, cuya mirada transmitía, que algo no andaba bien. De hecho, nada estaba como debía ser.

-Pero luego recuerdo que eres mi madre, y es imposible hacer desaparecer memorias que reflejan malos y buenos momentos del pasado, que me hacen ser quien soy a día de hoy.

Una helada ventisca acaricia mis pómulos, tal como un delicado roce; haciéndome estremecer. Alzo la mirada, comenzando a buscar con desespero algo, o alguien. Ni siquiera yo misma sé qué es lo que tanto quiero hallar.

FORÁNEO ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora