Capítulo 1

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No Llores

     El verano no estaba yendo bien. Para nada bien. Mejor os pongo en situación. 

     Estábamos en el último día antes del verano, y aún no habían venido a por mi.

     Imaginaros una habitación cuadrada. En la derecha está una cama simple con sabanas blancas, y a sus pies una ventana donde te podías sentar si no tenías suficiente culo. Delante, una mesita pequeña con un cajón que le faltaba el pomo. Y por último la izquierda, con un armario que se veía viejo, con la madera desgastada y un nombre grabado a punta de cuchillo: Lilianne. Por el medio había una silla por ahí tirada. 

     Vale, hasta ahí todo correcto. Ahora quiero que imaginéis que yo estoy ahí, me acababa de despertar y estaba haciéndome la cama. Llevaba una camisa de manga corta negra y unos pantalones de pijama del mismo color. En los pies unas calcetines de ir por casa, era de los 101 Dálmatas. 

 Cuando la Madre Superior entró. Por su cara, sabía que era un mal día. Estaba end¡fadada..

     -¡TU! MONSTRUO -no vi cuando me soltó un guantazo- Has robado el dinero de la comida ¿VERDAD?

     -No, Madre Consuelo, Nancy ha salido a hacer la compra.

     -A mi no me mientas -otra bofetada que me dejó en el suelo. El labio partido-. Enséñame tus cajones.

     Le revolví toda la habitación delante de ella. No había nada.

     Me agarró del pelo y me tiró al suelo. La primera patada fue hacia el estomago, la segunda también.

     No te levantes, no pongas resistencia. Ella se cansará. Agacha la cabeza, hazle caso. No te resistas. No te levantes. Quédate en el suelo.

     -Lo has escondido en otra parte del edificio ¿verdad? -yo me hice bolita y mengüé el pisotón a la cabeza, pero el talón se clavó en el ojo-. ¿Es en las cocinas?

     No llores. No llores. No llores... Todo pasará, no llores.

     -Señora -intenté quitarme el aturdimiento, tenía un nudo en a garganta, tenía ganas de llorar-, lo ha cogido Nancy para hacer la compra, lo juro.

     Mierda, la cagué. No se debe jurar.

     -¿Con que lo juras eh? -se agarró la correa que había colgando de la silla. Las marcas se quedaban en  mis brazos-. ¿Cuántas veces te he dicho que jurar es pecar? -cachetada-. Es pecado porque estás mintiendo. ¡NO SE DEBEN DECIR MENTIRAS!

     Me lanzó contra la pared y me golpeé la cabeza. Estuve lo suficientemente atontada para no darme cuenta de que la arpía había vaciado todo el armario (que no era mucho) en el suelo. Me agarró del brazo y entendí demasiado tarde lo que pasaba.

     -NO POR FAVOR -grité, pero era tarde.

     Me había arrojado al interior, cerrado las puertas y puesto la silla como tope para que no pudiera salir.

     -No he hecho nada, de verdad -empecé a golpear la puerta lo más fuerte que pude-. Yo no fui, Nancy está comprando.

     -Se ve que no has aprovechado las clases de ese colegio privado -comencé a desesperarme-. No debes vomitar el conocimiento sobre el papel, debes aplicarlo al día a día.

     -Ábrame, Madre Superiora -las paredes se me echaban encima- No puedo... no puedo respirar.

     Estaba hiperventilando. No podía pensar en nada. Los laterales del del armario se apretaban cada vez más y mis brazos no podían mantenerlos a ralla. 

Lilianne y el prisionero de AzkabánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora