Capítulo 4

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El boggart del armario ropero

     Volví a despertarme al día siguiente, justo para la hora del desayuno. Sin avisar a nadie me fui a mi sala común y me duché y lavé mis dientes. Apestaba a sangre. 

     Todo el resto de la semana fue normal, menos por los gritos de la enfermera y de Chris, que pensaba que me podía agarrar una infección en el brazo o yo que se. No sabía como explicarles a todos que me dolía el brazo, pero no era invalida. 

     Tuve que enseñarle el hechizo de crear llamas a Chris para que se entretuviera con algo. Solo le alcanzaba a quemar hojas, pero no creía que fuera apropiado enseñarle que podía utilizarlo como yo hice con profesor Quirrell. No me apetecía que matara a nadie sin querer si lgún día se enfadaba con alguien.

     La última hora de la mañana del jueves, tuvimos la primera case de pociones. Dos horas los Slytherin y los Gryffindor juntos. Entré intentando ocultar los vendajes del brazo derecho bajo la túnica. 

     -¿Cómo va el brazo Lilianne? -preguntó Pansy- ¿Te duele mucho?

     -No.

     Se lo que pensaréis. Menuda mal educada, encima que preguntan por tu bienestar... pero eso es porque habéis olvidado mi personalidad. No soy amable, no sonrío, no hablo más de la cuenta, y no le tomo importancias a las muestras de afectos. 

     Y a esto es justamente a lo que estaban acostumbrados mis compañeros, por lo que se limitaron a sonreír.

     -Siéntate -me dijo el profesor Snape amablemente.

     En estas ocasiones, era bueno que Snape favoreciera a su casa. Si algún Gryffindor hubiera hablado en su clase sin su permiso, los habría castigado a quedarse después de clase. 

     Aquel día elaborábamos una nueva pócima: una solución para encoger. 

     Había que cortar raíces de margarita y pelar higo seco. No me resultaría fácil, tenía las vendas sujetas en mi mano cruzando la palma por entre el pulgar y el índice. 

     -¿Puede hacerlo sola, señorita Lilianne? -el profesor estaba a mi lado- No creo que consiga hacerlo cien por cien eficiente así. Puede no hacerla o yo le encargaré a alguien que le ayude.

     Los ojos se pusieron en el trío de oro. Estos ya empezaban a mirar indignados.

     -Nunca he dejado una poción a medias, señor -negué-. Si sale mal, será por mi mano.

     Iba a cortar los ciempiés cuando algo me vino a la mente. Estábamos utilizando esos bichos porque necesitábamos su sangre baja en sales minerales como iones de sodio, potasio, cloruro, bicarbonato y fosfatos. 

     No corté los dichosos ciempiés y lo cambié por un escupitajo por cada uno. La saliva era un noventa y nueve por ciento agua, algo que que tenía la poción y que ayudaba a la disolución de los ingredientes. El otro uno era todo lo otro que se necesitaba. Justo la medida perfecta.

     Añadí el brazo de rata y el jugo de sanguijuela mientras removía con la izquierda. Los otros se peleaban con los ciempiés para que no les picaran o no se movieran. 

     Al final conseguí una poción de un tono verde amarillo brillante. 

     -¿Ya acabó Lilianne? -preguntó el profesor con el ceño fruncido mientras se acercaba. Vio mis ciempiés sin utilizar y mi poción con el color correcto-. Interesante... ¿media concha de pichilina? No sabía que los alumnos tenían.

Lilianne y el prisionero de AzkabánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora