Capítulo XXXVI

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De lo que se ha de tratar en el siguiente discurso

Pero todavía me quedan que decir algunas razones contra los que atribuyen las pérdidas de la República romana a nuestra religión, porque les prohíbe ésta que sacrifiquen a sus dioses; referiré también cuántas calamidades me pudieren ocurrir, o cuántas me parecieren dignas de referirse, que padeció aquella ciudad, o las provincias que estaban debajo de su Imperio, antes que se prohibiesen sus sacrificios. Todas las cuales, sin duda, nos las atribuyeran si tuvieran entonces, o noticia de nuestra religión, o les prohibiera así sus sacrílegos sacrificios. Después manifestaré cuáles fueron sus costumbres y por qué causa quiso, el verdadero Dios -en cuya mano están todos los imperios- ayudarles para acrecentar el suyo, y cómo en nada favorecieron los que ellos tenían por sus dioses, antes por el contrario, cuánto daño les causaron con sus engaños. Últimamente, hablaré contra los que, refutados y convencidos con argumentos insolubles, procuran defender la adoración de los dioses, no por la utilidad que se saca de ellos en vida, sino por la que se espera después de la muerte. En la cuestión si no me engaño, habrá mucho más en que entender, y será digna de que se trate con mayor esmero, de modo que en ella vengamos a disputar contra los filósofos, y no cualesquiera, sino contra los que entre ellos son de mejor fama y nombre, y concuerdan en muchas cosas con nosotros; es a saber, en la inmortalidad del alma, en que el verdadero Dios creó al mundo y en la admirable Providencia con que gobierna todo lo que creó; mas porque es justo que los refutemos también en los puntos que opinan contra nosotros, no dejaré tampoco de dar satisfacción a esta parte, para que, refutadas las impías contradicciones conforme a las fuerzas que Dios me diere, presentemos la Ciudad de Dios y la verdadera religión, mediante la cual se nos promete con verdad la eterna bienaventuranza. Así con esto concluyo este libro, para que lo que tenemos dispuesto lo comencemos en un nuevo libro.

La ciudad de Dios: Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora