—¿_____, estás bien? —preguntó Dahyun con una preocupación evidente mientras se acercaba a mí. —¿______? —insistió, apartando con suavidad mis manos de mi rostro. —¿Qué ocurrió?
—Me voy —murmuré, apenas audible.
—¿Qué? No te oí bien —dijo Dahyun, su mirada tierna reflejando una profunda preocupación.
—Me voy —repetí, mi voz rota por la tristeza mientras las lágrimas comenzaban a fluir. —Mis padres quieren que me mude a Estados Unidos para estudiar. No quiero irme, no quiero separarme de ti —añadí, el llanto apoderándose de mí. Dahyun me abrazó con fuerza, llorando a mi lado en un consuelo silencioso.
Nos abrazamos durante un largo tiempo, el mundo exterior parecía desvanecerse mientras buscaba consuelo en su presencia. Aunque me costaba admitirlo, sentía algo más profundo por Dahyun, algo que trascendía la amistad. Poco a poco, mis sollozos se calmaron, y Dahyun hizo lo mismo. Ella se apartó ligeramente, secando mis lágrimas con delicadeza.
—¿Cuándo te vas? —preguntó Dahyun, su voz suave mientras seguía limpiando mi rostro.
—Este fin de semana —respondí, mi tono cargado de melancolía.
—Está bien —dijo Dahyun, levantándose del sillón—Vamos —añadió, extendiéndome la mano.
—¿A dónde vamos, Tofu? —pregunté, confundida, mientras aceptaba su invitación.
—Vamos a disfrutar estos últimos cuatro días juntas —dijo Dahyun, con una de sus sonrisas más encantadoras, esa que siempre lograba iluminar el día.
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Los días pasaron, y Dahyun hizo que esos últimos cuatro días fueran los mejores que podría haber imaginado. Ahora me encontraba en el aeropuerto, rodeada de mi familia y de Dahyun.
—Espero que aprendas mucho, hija —dijo mi papá, con un tono serio mientras me daba un abrazo.
—Sí, papá —respondí, abrazándolo con cariño.
—Cuídate mucho, hija —dijo mi mamá, besándome en la mejilla—Recuerda llamarme todos los días.
—Lo haré, mamá —aseguré, abrazándola también.
A lo lejos, vi a Dahyun, apartada, con los ojos llenos de lágrimas. Me acerqué a ella, y en cuanto me vio, saltó a mis brazos.
—Por favor, no te vayas —dijo entre sollozos, aferrándose a mi hombro— No sabes cuánto te extrañaré.
—No llores, Dubu —le dije, limpiándole las lágrimas con dulzura— Volveré, no sé cuándo, pero lo haré —añadí con una sonrisa sincera.
—No te olvides de mí, te lo suplico —dijo, mientras las lágrimas seguían rodando por sus mejillas.
