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Remy's PoV:
Las primeras horas del día eran las más hermosas. Tal vez era un fastidio tener que levantarse tan temprano e inmediatamente empezar a hacer las actividades de una agenda llena, pero poder estar en mi bicicleta, pedaleando tranquilamente, mientras el sol sale, creo que es una de las cosas más preciosas que hay. No hay nada como esto. Este es uno de los momentos del día que más atesoro. Siempre fui alguien muy tranquila, que estaba en su mundo y apreciaba el silencio, por lo que vivir lejos de la ciudad y poder apreciar las arboledas que había camino a la universidad, el aire fresco, ningún ruido de bocinas o el tránsito, era perfecto para mí.
Pero es verdad que a veces me encontraba algo sola, casi todas las personas prefieren la ciudad y no habían muchas en el exterior. En la ciudad, y más aún en el centro, se encontraba la mercadería necesaria para subsistir mucho más fácil y a menor distancia. Las familias que empezaban a tener hijos y estos llegaban a una edad determinada, optaban por irse del campo y poder darles a sus hijos una vida con mucha más diversión, más sociable, más lugares adaptados para niños, preadolescentes y adolescentes.
Yo estaba aquí por mi padre, al tener un trabajo riesgoso como héroe, se metía en casos muy complicados y prefirió que me venga hasta aquí para que no este expuesta al peligro, o eso fue cuando tenía dieciocho años. A los veintitres, cuando tuve un empleo fijo y con mi carrera casi terminada, le compré la casa donde me había dejado para que no tenga que mantenerme más. No tomé como una opción el volver a su lado.
Aún así lo extraño todos los días. Extraño cuando me hacía panqueques al llegar del colegio o cuando me despertaba con mimos en la cabeza. Recuerdo cuando tenía algún problema o inseguridad, él siempre estaba ahí para mí, después de todo siempre fuimos nosotros dos. Él me había tenido muy joven, a los veinte años específicamente. Mi mamá... no estaba preparada para dejar su libertad, así que se fue, mi papá se hizo a cargo de mí y no hay un día en que no esté agradecida por todo lo que hizo.
Estaba llegando a la universidad después de cuarenta minutos en bicicleta. Sé que es mucho, pero después de cinco años de hacerlo me fui acostumbrando. Paré un rato y saqué una botella, y mientras tomaba, revisaba mi celular.
Empezó a sonar, había una llamada entrante. Atendí.
—Buenos días, Pitufina, ¿a qué se debe tu llamado? —sonreí, aunque no pudiera verme.
—Es tu padre —Ella parecía llorar.
—¿Qué está pasando? Me estás asustando. —Mi corazón empezó a latir muy rápido.
—Está muy grave, no sé cuanto... —sollozó—, no sé cuanto más pueda aguantar, tienes que venir, tal vez lo puedas ayudar. Por favor —Lágrimas empezaron a salir de mis ojos.
—Enviame la dirección por mensaje, estoy a veinte minutos del tren que me lleva hasta allá, que hagan magia o lo que sea, pero que no se muera, no puede morir ¿¡escuchaste!? —Mis manos temblantes movían los manubrios de la bicicleta.
—S-sí
Corté la llamada y rápido guardé todo en mi mochila, me subí a la bicicleta y empecé a pedalear lo más rápido que podía. Tenía que llegar a tiempo, no podía morir, no él, era lo único que tenía.
No entendía como había pasado. No había sido herido en años, su Quirk lo ayudaba, su inteligencia lo hacía pulir cada detalle, tapar cualquier debilidad.
Mis lágrimas nublaban mis ojos y me hacían casi imposible visualizar el camino.
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