II

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El silencio que lo recibía en su departamento siempre le había parecido como un muro que lo golpeaba de lleno. Al llegar a su hogar, encendería la televisión en un volumen bajo para que el murmullo llenase el lugar, y volvería a plantearse la posibilidad de conseguir una mascota, solo para llegar a la conclusión de que estaba demasiado ocupado como para cuidar de ella.

Calentar la comida y consumirla escuchando el sonido de los cubiertos al chocar con la vajilla, luego de un día en que nadie le dirigía la palabra más de lo estrictamente necesario, llegaba a aturdirle más, que si fuese expuesto a algún tipo de sonido ensordecedor. Comer frente a la nada misma resultaba un gesto mecánico que Erik evitaría si no fuese indispensable. Los alimentos nunca le supieron bien cuando estaba solo, aunque, en realidad, no estaba seguro en qué momento había comenzado a odiar su soledad. Por ese motivo, todas las noches llamaba a su madre. Para escuchar una voz que se dirigiera a él con cariño, para mantener una conversación trivial y enterarse cosas de un mundo, que le resultaba ajeno.

—La señora, Weissman, la conoces...

La imagen de la anciana de unos 70 años, que siempre quería presentarle sus nietas a Erik, vino a su mente de manera fugaz, antes de asentir con la cabeza y sentirse estúpido, al darse cuenta que su madre no podía verlo.

—...Me ha pedido unos diez kilos de Jalá de agua, para el Bar Mitzvah de su nieto... ¿Te acuerdas del tuyo, bubbala*? Tu padre estaba tan orgulloso... Tengo que conseguir anís, que he sacado mal los cálculos de lo que había necesitado. También un poco de cilantro, porque ella me lo pidió.

—Si quieres, puedo ir a ayudarte- se ofreció, a pesar de que estaba un poco justo de tiempo con la nueva campaña publicitaria de la que estaba a cargo.

—¡Oh, no! No te preocupes. Sé que estas ocupado con tu trabajo... ¿Qué tal los Knishes que te preparé?... ¿Les gustaron a tus amigos?

—Mamá... Ya no estoy en el instituto. - respondió Erik y a su mente vino el recuerdo de su lamentable almuerzo, dentro de su propia oficina. Mientras los demás armaban grupos para salir a algún sitio o ir a la cafetería, Erik se quedaba solo. Nadie buscaba su compañía.

—Pero les gustó, ¿sí o no?

—Los amaron, mamá. Ellos aman tu comida.

—¡Oh, Ich bin froh, Ich bin froh! - dijo ella realmente entusiasmada. (Me alegra, me alegra)

El sonido del timbre, a través del teléfono, llamó la atención de Erik, quien frunció el ceño preocupado.

—¿Esperas a alguien a esta hora? - preguntó fijando sus ojos en el reloj de pared y notando que ya pasaban las diez de la noche.

—Debe ser el muchacho del que Logan me habló.

—Mamá... ¿Qué? ¿Qué muchacho?... No me comentaste nada.

—Oh, es una larga historia, schatz... Resulta que, hace unos días, Logan anduvo por la panadería y me pidió asilo para este chico... Chuck o algo así... dijo que discutió con su novio y el tipo tiró todas sus cosas a la calle ¿Puedes creerlo? Der armer junge, no tiene donde quedarse. (El pobre muchacho)

—¡Qué se quede en el departamento de Logan!- respondió alterado. Ese maldito, hacía unos días había estado en su bar y no le había dicho nada al respecto.

—Ese es el problema... Sabes cómo es Logan. Volvió a pelearse con el encargado del edificio por unos inconvenientes de mantenimiento y ahora, debe buscarse otro lugar en donde instalarse... Es por eso que Chucky o como se llame, se quedará conmigo por unos días.

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