VI

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Pasó la semana solo recibiendo las llamadas de su madre, de vez en cuando, para informarle que aún estaba con vida. Luego de ello, todo se transformó en un actuar por mera inercia, viendo los días pasar de tal manera que parecían escurrírsele entre los dedos sin que pudiese detenerlos. Las horas, los minutos, los segundos eran iguales, tan amargos, tan llenos de un vacío que lo envolvía todo. Era como si sus propios pensamientos se hubiesen fugado e incluso, como si el mero hecho de vivir o respirar, fuese un esfuerzo constante.

Esa semana ni siquiera practicó el shabat. Simplemente, permaneció tirado en su cama sin hallar la voluntad necesaria para salir de allí. Sabía que no era bueno lo que estaba sucediéndole, que no tenía que ceder a ese tipo de emociones tan oscuras, porque no podría recuperarse de ellas. Incluso, deseaba desdramatizar su situación tratando de minimizar todo aquello que se removía dentro de él. Y no pudo, por lo cual, solo le bastaba continuar como hasta el momento, guardándoselo todo y manteniendo la rutina que llevaba.

Era miércoles durante el almuerzo, cuando las cosas cambiaron un poco. Se encontraba en su oficina, abriendo un paquete del menú de la cafetería, que olía mejor de lo que seguramente sabía, cuando alguien llamó a su puerta. Ni siquiera le hizo falta abrirla para saber que estaba Charles detrás de ellas. Los paneles de vidrio que componían el lugar, le daban una vista amplia de los demás puestos de trabajo e incluso, de aquel que había afuera aguardándole.

¿Qué hacía él allí? ¿A qué había venido?

Observó a un algunos de los empleados saludándole contentos de volver a verle y sorprendidos, tanto como lo estaba Erik, de que fuese justamente a él a quien iba a visitar. Poniéndose de pie lentamente, dejó de lado su almuerzo y fue a abrirle. Sin decir palabra, Charles le sonrió tímidamente y las personas que habían estado con él se esfumaron, aunque, podía ver por el rabillo del ojo que había varios ojos mirándole.

Haciendo que Charles entrara, cerró las puertas y corrió las persianas para que nadie más pudiera espiarles. No había tanta gente allí, la mayoría ya estaba en la cafetería, pero no deseaba ser más parte del cotilleo de lo que ya lo sería por esa visita inesperada.

Ni siquiera sabía cómo reaccionar a la presencia de Charles allí. Aquello parecía tan fuera de lugar, tan ilusorio, que por un momento temió por su salud mental. No obstante, Charles alzó las manos para mostrarle el paquete que llevaba entre ellas y Erik pensó en que, quizás, debería ofrecerle asiento.

—Por favor...- dijo señalando una silla y regresando a la suya propia.

—Edie había dicho que probablemente estarías en la cafetería almorzando con tus amigos- rompió el silencio, Charles, al instante en el que se sentaba, provocando que suspirase y se sintiera patético.

—Yo...

—No quieres que ella esté triste por ti-completó, Charles, como si aquello hubiese sido demasiado obvio.

—No.

—Te ha mandado el almuerzo... Porciones grandes para compartir- sonrió con amargura.

—Podemos... si quieres.

Charles sacó unos cubiertos y unas bandejas de plástico, que Edie había preparado, para repartir la comida entre ambos. Erik repartió el menú de la cafetería. El silencio que se había establecido al realizar esas acciones, le pareció extrañamente cómodo a Erik, como si hacer eso hubiese sido cosa de todos los días, algo completamente natural.

—Está preocupada por ti- habló, Charles prestando atención a su comida.

—Lo sé- respondió con pesar — Me gustaría ahorrárselo.

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