XIX. Principios

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Sus manos blancas temblaban de la ira que sentía, su cuerpo se agitaba mientras trataba de no mandar todo a la mierda, sus ojos no se despegaban de la computadora y ya no pudo tolerarlo más, así que lanzó el aparato contra la pared, por lo que var...

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Sus manos blancas temblaban de la ira que sentía, su cuerpo se agitaba mientras trataba de no mandar todo a la mierda, sus ojos no se despegaban de la computadora y ya no pudo tolerarlo más, así que lanzó el aparato contra la pared, por lo que varias piezas cayeron al piso hechas trizas.

Se levantó de su escritorio y, con su brazo derecho, arrasó con todos los objetos que estaban allí, tomó las tijeras junto a la luz de noche y los lanzó hacia el espejo, quebrándolo, por lo que había restos de espejo en el suelo, repartidos por todos lados dado la brutalidad del lanzamiento.

Estaba enojada, sentía tanta ira que mataría a alguien.

Gritó con furia mientras pateaba los objetos que había tirado, su garganta casi desgarrándose en el proceso y arremetió contra el escritorio, botandolo al segundo, pero no era suficiente, estaba demasiado enojada, así que comenzó a levantar las pequeñas figuras de cerámica y las lanzó contra la pared.

La cerámica, hecha trizas, cayó sobre el piso blanco, pero al rato ella tomó las fotografías que mantenía en su habitación y las tiró sobre todo el desastre que había hecho; el piso estaba repleto de vidrio, espejos rotos y cerámica, además de todo lo que guardaba en el escritorio.

Pequeñas lágrimas escaparon de sus ojos, pero no se dio el tiempo de limpiarlas, porque quería matar a esa perra, quería lanzarse encima de ella y asfixiarla con sus propias manos, o tomar una tijera para cortarle el cuello.

—¡Maldita zorra! —gritó a la vez que se lanzaba sobre un peluche de oso y lo comenzaba a despedazar con sus propias manos—. ¡Haré que te mueras!, ¡Te voy a matar, perra!

Su respiración era agitada, sus ojos estaban desorbitados, sus cabellos se encontraban desordenados y no paraba de gritar mientras le sacaba el relleno al peluche.

Realmente estaba fuera de sí.

En su mente se imaginaba que esa puta era el peluche, por lo que no podía parar de desgarrarlo con sus uñas, de golpearlo, de descuartizarlo y hacerle daño; incluso, tomó un pedazo de vidrio para poder apuñalarlo repetidas veces.

Cuando el oso estuvo irreconocible, quedando solo como relleno o pedazos de tela afelpada, ella se alejó un poco de la escena, pero se mantuvo sentada en el piso, observando todo sin ninguna expresión en su rostro, de a poco regulando su respiración.

Lanzó el pedazo de vidrio que le había servido para desquitarse y, también, le había cortado la palma de su mano, debido a la fuerza con la que lo sostenía, terminó por volver a quebrarse.

La sangre escurría por la palma de su mano, tiñendo el piso blanco de toques rojos, pero a ella no le importaba, es mas, empuñó su mano y golpeó el piso, tratando aún de deshacerse de su ira.

Sus largos cabellos le obstruían un poco la vista, pero ella sabía que su habitación era un desastre, ni siquiera le importaba, tendría que llamar a una sirvienta para que limpiara el desastre, pero ahora tenía que pensar.

Poemas de Hyung ©TaeKookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora