Narra Federico
Un repentino golpe me despierta, me parece que proviene de la ventana de mi habitación. El frio viento azota agresivamente cada centímetro de mí cuerpo y provoca en mí cientos de escalofríos, mis ojos se acostumbran a la luz matinal y me percato de que todos los papeles que había sobre la mesita de noche han sido esparcidos por diversas partes del suelo de la habitación. Me pongo en pie y camino hacía el viejo ventanal para cerrarlo con esmero y así evitar aplastar mi mano en el intento. Miro el nublado cielo, intentando encontrar, sin suerte, algún rastro de los cálidos rayos de sol, pero mis ojos solo alcanzan a ver la amenazante negrura. Nadie diría que es otoño, ya que durante los últimos años ha solido hacer calor durante estas fechas. Pero no me sorprende, desde mucho tiempo antes de mudarnos aquí, yo ya me imaginaba que todos los días que viviría serian completamente grises. Pues ahora estoy condenado a vivir en este siniestro pueblo, añorando la cálida brisa de la ciudad y el alboroto de sus calles. Incluso extrañaré los ladridos nocturnos del perro del vecino, aquel que siempre conseguía despertarme cuando recién me había dormido.
—Se viene una buena. —Dice mi madre mientras atraviesa el pasillo, cargando una cesta con ropa hacía su habitación.
Suspiro, y en tan solo un instante, comienza a oírse como las húmedas pedradas golpean mi ventana.
—Fede, ayúdame corre. —Me ordena mientras atraviesa de nuevo el pasillo, está vez en el sentido contrario y con la cesta vacía, —la ropa limpia. —grita, dirigiéndose hacia el patio.
Al llegar anoche, nos percatamos de que uno de los botes de jabón para la ropa se había abierto, manchando algunas cajas, y la más afectada fue la que contenía toda nuestra ropa de invierno. Atravieso el pasillo, todavía se percibe el olor de las paredes recién pintadas, bajo las escaleras lentamente y agarro una de las cestas que hay apiladas frente la salida al patio. Miro hacia afuera, mi madre se cubre la cabeza con un cesto más grande que los que se encuentran acopiados junto a la puerta, protegiéndose así de los cuchillos que cruelmente lanzan las nubes, dándonos una cálida bienvenida a este frio pueblo. O quizá Júpiter, desde la comodidad de su privilegiado asiento en el Olimpo, le está propinando un digno y merecido castigo por obligarme a atravesar media España y permanecer aislado en este perdido y extraño pueblo marginado.
—Venga, vuela un poco. —Me llama la atención.
Un nuevo escalofrió recorre mi cuerpo y hace tambalear mis piernas al sentir las primeras gotas heladas caerme en el cuello. Por suerte, entre los dos conseguimos recoger toda la ropa en muy poco tiempo, pero de todas formas tenemos que volverla a tender dentro de casa pues vuelve a estar empapada. Me pregunto porque diablos he decidido ayudarla, me suelo sorprender a mí mismo. ¿Quién podría culparme de no echarle una mano? Teniendo en cuenta lo que ella me ha hecho.
Pasan las horas y la lluvia no cesa. Estoy sentado en la mesa de la cocina, tomándome un café con leche y cuatro cucharaditas de azúcar, miro hacía el patio a través de la puerta de cristal, observando como poco a poco el agua se desliza por el suelo hacia el desagüe.
—Pues parece que hoy no podremos conocer el pueblo. —Espeta mi madre entrando en la cocina. Agarra una taza y se sirve un poco de café.
—Genial. —Respondo con ironía, —Sin internet, encerrados en casa y con la antena de la televisión rota. —Añado secamente.
Se sienta frente a mí.
El hombre que va a arreglarnos la antena nos avisó de que tardaría dos días en venir, y la compañía telefónica nos había asegurado que iban a instalarnos internet una semana antes de nuestra llegada. No, sí todos sabemos que aquí en España las cosas van siempre a su ritmo. Y encima, el camión que contenía los libros y las consolas aún no ha llegado, ni ha dado noticia alguna sobre su paradero, casualmente nadie sabe nada, razón por la cual mí madre se ha pasado una hora completa al teléfono discutiendo con la compañía de mudanzas. Sólo rezo porque dios se apiade de la pobre chica que la ha atendido, ella no tenía culpa de nada. Por lo que me ha contado ella, la telefonista parecía muy joven e inexperta, así que probablemente acababa de comenzar en ese puesto y mi madre habrá acabado con toda su motivación por trabajar.
—Bueno. —Respira ella, percatándose de la incómoda escena. —Fede. —Agarrándome suavemente la mano, —Dale una oportunidad a este sitio.
Aparto mí mano bruscamente y giro la vista. No respondo.
No entiendo que espera de mí, ¿Acaso quiere que finja una sonrisa? ¿Qué finja que todo va bien? Pues no, no va bien. Cada vez que la miro me invade la rabia. Ahora mismo la empujaría al patio y la dejaría ahí, empapándose toda la tarde, encerrada. Decidió que nos mudásemos sin consultarlo conmigo. Una tarde llegué a casa del instituto y me dijo que fuese comenzando a empaquetar, porque al mes nos iríamos. Me obligó a renunciar a más de 14 años de recuerdos, a todos mis amigos, con lo que me cuesta conseguir entablar amistad, me hizo renunciar a mí vida y en ningún momento me preguntó, ni siquiera se molestó en saber mi opinión respecto a esa decisión ni en preguntarme como me sentía. Simplemente nos mudamos porque ella quiso, a este pueblo infernal recién sacado de un libro de Stephen King. Fue egoísta, y eso es algo que jamás le podré perdonar.
—Bueno. —Murmura, —Podemos conectar el viejo DVD a la tele y tumbarnos en el sofá a ver un maratón de Harry Potter. —Me sonríe, sabiendo que es una de mis sagas preferidas, junto al universo cinematográfico de Marvel y Jurassic.
—No. —Respondo sin dejar atrás mí frio tono. —Me voy a duchar. —Levantándome y yendo con paso lento y firme hacia la fregadera, llenando de agua tibia la taza y dejándola en el interior de la pila.
—Vale. —Suspira, pero no digo nada más, tampoco la miro. Simplemente salgo de la cocina.
Si algo me gusta de esta casa, es mi habitación. Es más luminosa y grande, al menos sí que pude elegir como decorarla, y el detalle de tener baño propio es un sueño hecho realidad, eso en la ciudad no es muy usual. Sí, tal vez no es un baño muy grande, tal vez puede resultar agobiante hacer de vientre estando atrapado entre el lavamanos y la ducha, pero es bastante agradable visualmente hablando, y la ducha es simplemente genial, con la alcachofa en el techo de tal forma que parece que te duches bajo la lluvia.
El día acaba por ser bastante improductivo. Pero aprovecho para desempaquetar y guardar algunas cosas, escribir un poco y ver una película en Netflix, siempre tengo alguna descargada para emergencias de este tipo, bueno, no para mudanzas gafadas, sino situaciones en las que por el factor que sea me encuentre sin conexión a internet. Decido no cenar para así evitar otra incomoda conversación con mi madre y, a las diez de la noche, acaba por vencerme el cansancio y me voy a dormir. Este ha sido mí primer día en este oscuro pueblo, todavía recuerdo el mal presentimiento que sentí cuando cruzamos el cartel de bienvenida. «Bienvenidos a Vila Oblit»
¿Qué puedo esperar de un sitio que se llama "Villa olvido"? ¿Dónde me has traído mamá? Y ahora tendré que comenzar de nuevo en un instituto, intentar hacerme nuevos amigos y, por si no había suficientes dificultades para esta nueva vida, reaprender catalán. Porque dudo que después de tantos años sin usarlo vaya a poder entender a los profesores explicando la teoría de sus respectivas materias en clase. Que bien, por si no me agobiaba suficiente tener que aprender dos lenguas en la escuela, ahora me veré obligado a estudiar tres.
Poco a poco mis parpados se cierran, es la primera vez en años que consigo dormirme sin esfuerzo en apenas tiempo, y sin ayuda de pastilla alguna. ¿Acaso serán las mudanzas el remedio definitivo contra el insomnio? Quien sabe, tal vez sí.
Pero de nada sirve seguir quejándose y lamentándose. Lo más probable es que no consiga nada, he de acostumbrarme a la vida en este extraño pueblo. Los dados ya han sido lanzados y la suerte está echada.
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ACADEMY
Teen FictionMisterios, corrupción, secretos y muchas mentiras se esconden tras todos los rincones de este recóndito pueblo. Federico se ve obligado a mudarse a él con su madre y deberá adaptarse a su nueva vida, a su nueva academia y a sus nuevos amigos mientra...