❝ Incluso en un mundo oscuro, el amar es posible...❞
Los pilares son gente conocida como los más fuertes cazadores de demonios, personas tan poderosas capaces de dominar sus técnicas de respiración a la perfección, e incluso, creando nuevas.
Cada un...
— ¿Porqué me sigues? —Preguntó tras detener su andar, observando al albino con expectativa.
Una arrogante y coqueta sonrisa surco los labios de Tengen, cruzando sus brazos y viendo a la chica que hace unos momentos lo acababa de golpear.
— No puedo evitar querer saber el nombre de alguien tan bella como tú —Tras sus palabras, el entrecejo de la más joven se frunció con debilidad, sin creer en las palabras del joven, demostrándolo al rodar los ojos e ignorándolo cuando se dio la vuelta para ponerse en marcha.
Uzui evitó que lo dejara hablando sólo, tomando con su mano derecha su muñeca con suavidad, y con la izquierda agarrando su mentón. Actos delicados, que no terminaron por encantar a la mujer como él esperaba.
— Tus ojos son preciosos —Siguió con su coqueteó él, y ella no pudo evitar desviar la mirada con cierta tristeza.
— Mentiroso —Murmuró con debilidad, y su rostro fue obligado a que encarase al varón.
— No miento. Tus ojos son únicos y extravagantes, eso los hace hermosos —Aseguró, e Imara sintió el calor recorrer su rostro.
Los dos luceros de cada uno se encontraron, el ámbar y el magenta se encontraron, incomodando a la femenina.
Tras amagar a querer soltarse del agarre que el albino ejercía en ella, término por hacerlo más fuerte, ahora, la mano que antes tomaba su rostro, había bajado basta su cintura.
Sin dejar de mirarse, la cercanía cada vez era más. Él estaba atrayéndola hacía si mismo, tanto que al poco tiempo, sus respiraciones comenzaban a mezclarse y el agarre a hacerse más débil y ligero.
Justó cuando el sentía que el beso llegaría, el ardor en su mejilla le hizo saber que no era así. Como hacía un rato, la ondulada había chacheteado su mejilla, y se había separado de él.
— ¡No te conozco! —Exclamó, alejándose furiosa del hombre a pasos veloces.
— ¡Mujeriego! ¡Ni se te ocurra volver a seguirme o te golpearé donde más duele! —Amenazó sin detenerse, observando de reojo al cazador— ¡Esto es acoso!
— ¡Pero...!
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