Capitulo 1

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Un amigo siempre está ahí para darte una mano ¿No es así?

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Un amigo siempre está ahí para darte una mano ¿No es así?

Pero, ¿Qué es lo qué pasa con esas personas que no tienen amigos?

O peor aún. Esas que tenían muchos, y de repente, por una estupidez, ya no tienen a nadie.

 Esas que tenían muchos, y de repente, por una estupidez, ya no tienen a nadie

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Aún me costaba saber si en verdad había despertado.

Tampoco sabía qué tan tarde lo había hecho. A fin de cuentas ya no debía ir a la escuela, así que no me mataba la cabeza pensando si llegaría tarde a clases o no. Me levantaba a la hora a la que dejara de tener sueño y solo... existía.

Esa era mi única labor en este mundo ahora, existir. Ser una carga para mis padres, una maldita incapacitada.

Una maldita ciega.

Perder la vista fue lo peor que me pudo haber pasado. Ya no podría escoger la ropa que me pondría, no sabría si estaría a la moda o no. No podía maquillarme yo misma. No podía hacer nada, porque todo implicaba la vista. No podía volver a leer un libro de Oscar Wilde, ni tomar apuntes en clase. No podía mandar mensajes, ni siquiera atender el teléfono cuando me llamasen. No podía asistir a una fiesta nunca más porque no podía hacer nada por mí misma.

No volvería a ver nunca lo hermosa que soy.

Mi perfecta vida había dado un terrible vuelco de 360°.

Y lo peor, me había quedado completamente sola.

- ¿Qué hubo hermana? - Escuché la voz de Valerio proviniendo de la entrada de mi cuarto. - ¿Ya tan temprano despierta?

- ¿Qué hubo de qué imbécil? Déjame en paz. - Justo ahora no estaba de humor para aguantar esa actitud tan valemadrista que caracteriza a mi medio hermano. - Olvidas que no puedo ver nada, ni la hora siquiera.

-Cálmate Lu, esto va a pasar, ya escuchaste al médico.

Toda mi familia se empeñaba en repetir que aún había una esperanza para mí, y, ellos se dijeron tanto a sí mismos esa vil mentira que acabaron por creerla, y es lo que quieren hacer conmigo ahora. Pero no soy tan idiota como para pensar que algún día recuperaría la vista.

-Valerio. - habló mi padre, el eco de su voz apenas llegaba desde el pasillo.

Después de lo que había pasado le habían prohibido terminantemente a Valerio estar a solas conmigo, solo podríamos estar juntos en compañía de algún adulto, sino no.

- ¿Cómo amanece mi princesa? - su voz se escuchaba ahora más cercana a mí, hasta que sentí sus fríos labios besar con delicadeza mi frente, y sus manos, grandes y rusticas acariciar mis mejillas.

-Todo lo bien que se puede estar en estas circunstancias, papá.

-Odio verte así mi niña.

- ¿Y a mí qué me cuentas? Odio esta vida de mierda.

-Ey, no hables así.

-Perdón papá. - Sin saberlo, ya me encontraba al borde de las lágrimas. - No aguanto más, esto es tan difícil. Quiero recuperar mi antigua vida, no quiero estar más así papi...

-Mi amor... qué más quisiera yo que ayudarte a hacerlo, pero me temo que vas a tener que aprender a vivir de esta manera. Vamos, tú eres una guerrera, vas a salir de esta, continuaras con tu vida, con tu nueva vida. Mi princesa Maya.

Sus palabras me habían descolocado. Así que por eso estaba tan raro, mi padre ya se había dado por vencido, ya no mantendría más la lucha. Al cabo de un rato me abrazó para despedirse ya que debía asistir a una importante reunión. Claro que antes de irse se aseguró de que Valerio también se marchase, dejándome los dos sola en la habitación. La cuidadora que contrataron para ayudarme en mis cosas llegó finalmente al saber que estaba despierta. Me guió hasta el cuarto de baño dónde me pasó el cepillo de dientes con la pasta y me ayudó a llevármelo a la boca. Por suerte mi cepillo era automático. Luego me ayudó a desvestirme y me metió en la ducha, que era lo único que me dejaban hacer sola.

-Señorita Lucrecia, ¿Le gustaría ponerse ese vestido verde agua que me dijeron que tanto le gusta? Es un vestido hermoso. Y le debe de quedar muy bien a usted. - Hice una mueca de dolor por un acto de reflejo. - ¿Qué le sucede señorita? La veo un poco triste la verdad, hoy más que los otros días.

-Mi padre ya se resignó a tener una hija ciega, Ingrid.

¿Quién lo diría? Lucrecia Montesinos Hendrich hablando con una criada como si fuesen íntimas amigas. A mi antigua yo le daría un infarto al ver algo así. Pero ya no tenía a nadie con quien conversar así que debía conformarme con lo que tenía. Y la nueva yo ni podría ver nada, con eso les digo todo.

Jamás había visto a Ingrid, no físicamente, quiero decir. La contrataron cuando me dieron de alta en el hospital, yo llegué y ella ya estaba aquí. Pero se ha portado de maravilla conmigo. Me saca conversa cuando me ve deprimida, y, aunque no quiera hablar, de una u otra manera siempre me hace decirle lo que siento, no sé por qué. Eso sí, cuando tiene que callar, calla. Ella en estos meses se ha acercado más a mí que mi nana durante los últimos años. Ingrid me conoce, sabe que decir y cuando hacerlo. Y sabe muy bien como consolarme. Ella solía ser especialista en psicología, pero tuvo que dejar la carrera cuando quedo encinta, y desde entonces se dedicó a esto, al cuidado personal de gente incapacitada.

Ella ha hecho mucho por mí, y algún día quisiera devolverle el favor.

Valerio también me hace compañía de vez en cuando, me cuenta sobre las reestructuraciones que le han estado haciendo a la escuela, los alumnos que ya se han marchado y los que no. Me habla sobre los últimos cotilleos en el salón. Siempre me cuenta de todo un poco. A veces me siento mal de no poder volver a la escuela, ya que, ahora no podía ver, entonces papá me hará un cambio de colegio, a una escuela especial para personas como yo... sin vista. Pero que primero tendría que aprender Braille.

Ahora, Valerio e Ingrid son mis únicos amigos. Ya que perdí a Carla, a Ander, a Cayetana, a Guzmán, y a todas las personas que alguna vez pudieron tener la iniciativa de querer acercarse a mí.

Como dije antes, me he quedado sola, y ciega.

Con Los Ojos CerradosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora