Epilogo

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Samuel García

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Samuel García.

 — ¡Joder! ¡Que si chaval! ¡Así te ves bien! — me gritó Rebeka.

—Eso es lo que no entiendes, que no quiero verme bien, quiero estar perfecto, como a ella le gustan las cosas.

—Así estas bien, hombre. — me regañó Guzmán sentado en una silla.

— ¡Pero no quiero estar bien!

Llevábamos ya una hora con quince minutos dentro de la tienda. Buscaba el esmoquin perfecto para la fiesta de bienvenida que el papá de Lu iba a ofrecer esta noche con la llegada de su hija. No había ido a recibirla al aeropuerto porque ella no me lo había permitido, quería que nos viéramos en la fiesta en la noche, y yo quería estar increíble para verla. Hemos pasado ya cinco meses separados. Lu ya cumplió sus dieciocho años y tomó la decisión de volver a España con su padre, y conmigo. Estoy realmente muy emocionado por verle. La he extrañado muchísimo. Aún no hemos formalizado relación, porque ella estaba en México, después de su recuperación, terminó la preparatoria allá, con su madre, como habían acordado y yo regresé a Madrid, también con mi familia, con la promesa de que pronto nos veríamos, y ese pronto se tardó mucho en llegar, joder, pero ya finalmente la voy a ver.

—Nano tu que dices de este.

—Con tal de irnos ya a casa, te voy a decir que hasta con una bolsa de papel te ves estupendo.

—Es enserio.

—Mira chaval, yo digo que nos larguemos ya, pagas ese trapo y te vas a arreglar a tu casa. — Rebe se oía ya algo frustrada, pues me había probado, sin mentir, doce trajes y ninguno me gustaba.

—Ya, ya, mira que si hay alguien aquí que sepa cómo vestir a la peña para fiestas de pijos, soy yo. Ven conmigo. — Habló ahora Cristian, quien había regresado hace dos semanas y había insistido en acompañarme, incluso a la fiesta, pues quería recibir como se merece a Miss México. Él me entrego otros cuatro traes y no me gustó ninguno.

—Vámonos a otra tienda.

Todos mis acompañantes bufaron o suspiraron frustrados.

— ¿Sabéis que? Si no me queréis acompañar, andaos a casa. Yo puedo con esto solo. — dije y Salí, los escuché llamarme pero no les he puesto cuidado, entré a otra tiendo y empecé a buscar algunos. Realmente quería verme bien para ella.

Entré a cambiarme una y otra vez, pero seguía sin hallar el indicado. Por alguna extraña razón me sentía observado. Me probé el último que traía y tampoco me gustó. Volví a l vestidor, me cambie y salí. Estaba devolviendo los trajes a su sitio cuando escuché una voz a mis espaldas, llamándome.

—Este es de tu talla. — dijo y reconocí la voz, y aunque ya sabía quién era tenía que girarme a confirmarlo.

—Carla.

Con Los Ojos CerradosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora