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Abril aportó una especie de locura a las gentes de la comarca y empezaron
a dejar de utilizar el camino que pasaba por los terrenos de Nahum, hasta
abandonarlo por completo. Era la vegetación. Los brotes de los árboles tenían
unos extraños colores, y a través del suelo de piedra del patio y en los prados
contiguos crecían unas plantas que solamente un botánico podía relacionar con
la flora de la región. Pero lo más raro de todo era el colorido, que no
correspondía a ninguno de los matices que el ojo humano había visto hasta
entonces. Plantas y arbustos se convirtieron en una siniestra amenaza,
creciendo insolentemente en su cromática perversión. Ammi y los Gardner
opinaron que los colores tenían para ellos una especie de inquietante
familiaridad, y llegaron a la conclusión de que les recordaban el glóbulo que había sido descubierto dentro del meteoro. Nahum labró y sembró los diez
acres de terreno que poseía en la parte alta, sin tocar los terrenos que rodeaban
su casa. Sabía que sería trabajo perdido y tenía la esperanza de que aquellas
extrañas hierbas que estaban creciendo arrancarían toda la ponzoña del suelo.
Ahora estaba preparado para cualquier cosa, por inesperada que pudiera
parecer, y se había acostumbrado a la sensación de que cerca de él había algo
que esperaba ser oído. El ver que los vecinos no se acercaban por su casa le
molestó, desde luego; pero afectó todavía más a su esposa. Los chicos no lo
notaron tanto porque iban a la escuela todos los días; pero no pudieron evitar
el enterarse de las habladurías, las cuales los asustaron un poco, especialmente
a Thaddeus, que era un muchacho muy sensible.
En mayo llegaron los insectos y la hacienda de Gardner se convirtió en un
lugar de pesadilla, lleno de zumbidos y de serpenteos. La mayoría de aquellos
animales tenían un aspecto insólito y se movían de un modo muy raro, y sus
costumbres nocturnas contradecían todas las anteriores experiencias. Los
Gardner adquirieron el hábito de mantenerse vigilantes durante la noche.
Miraban en todas direcciones en busca de algo…, aunque no podían decir de
qué. Fue entonces cuando comprobaron que Thaddeus había estado en lo
cierto al hablar de lo que ocurría con los árboles. La señora Gardner fue la
primera en comprobarlo una noche que se encontraba en la ventana del cuarto
contemplando la silueta de un arce que se recortaba contra un cielo iluminado
por la luna. Las ramas del arce se estaban moviendo y no corría el menor soplo
de viento. Cosa de la savia, seguramente. Las cosas más extrañas resultaban
ahora normales. Sin embargo, el siguiente descubrimiento no fue obra de
ningún miembro de la familia Gardner. Se habían familiarizado con lo anormal
hasta el punto de no darse cuenta de muchos detalles. Y lo que ellos no fueron
capaces de ver fue observado por un viajante de comercio de Boston, que pasó
por allí una noche, ignorante de las leyendas que corrían por la región. Lo que
contó en Arkham apareció en un breve artículo publicado por la Gazette; y
aquel artículo fue lo que todos los granjeros, incluido Nahum, se echaron
primero a los ojos. La noche había sido oscura, pero alrededor de una granja
del valle (que todo el mundo supo que se trataba de la granja de Nahum) la
oscuridad había sido menos intensa. Una leve aunque visible fosforescencia
parecía surgir de toda la vegetación, y en un momento determinado un trozo
de aquella fosforescencia se deslizó furtivamente por el patio que había cerca
del granero.
Los pastos no parecían haber sufrido los efectos de aquella insólita
situación, y las vacas pacían libremente cerca de la casa, pero hacia finales de
mayo la leche empezó a ser mala. Entonces Nahum llevó a las vacas a pacer a
las tierras altas y la leche volvió a ser buena. Poco después el cambio en la
hierba y en las hojas, que hasta entonces se habían mantenido normalmente
verdes, pudo apreciarse a simple vista. Todas las hortalizas adquirieron un color grisáceo y un aspecto quebradizo. Ammi era ahora la única persona que
visitaba a los Gardner, y sus visitas fueron espaciándose más y más. Cuando
cerraron la escuela, por ser época de vacaciones, los Gardner quedaron
virtualmente aislados del mundo, y a veces encargaban a Ammi que les hiciera
sus compras en el pueblo. Continuaban desmejorando física y mentalmente, y
nadie quedó sorprendido cuando circuló la noticia de que la señora Gardner se
había vuelto loca.
Esto ocurrió en junio, alrededor del aniversario de la caída del meteoro, y
la pobre mujer empezó a gritar que veía cosas en el aire, cosas que no podía
describir. En su desvarío no pronunciaba ningún nombre propio, sino
solamente verbos y pronombres. Las cosas se movían, y cambiaban, y
revoloteaban, y los oídos reaccionaban a impulsos que no eran del todo
sonidos. Nahum no la envió al manicomio del condado, sino que dejó que
vagabundeara por la casa mientras fuera inofensiva para sí misma y para los
demás. Cuando su estado empeoró no hizo nada. Pero cuando los chicos
empezaron a asustarse y Thaddeus casi se desmayó al ver la expresión del
rostro de su madre al mirarlo, Nahum decidió encerrarla en el ático. En julio,
la señora Gardner dejó de hablar y empezó a arrastrarse a cuatro patas, y antes
de terminar el mes, Nahum se dio cuenta de que su esposa era ligeramente
luminosa en la oscuridad, tal como ocurría con la vegetación de los
alrededores de la casa.
Esto sucedió un poco antes de que los caballos se dieran a la fuga. Algo los
había despertado durante la noche, y sus relinchos y su cocear habían sido algo
terrible. A la mañana siguiente, cuando Nahum abrió la puerta del establo, los
animales salieron disparados como alma que lleva el diablo. Nahum tardó una
semana en localizar a los cuatro, y cuando los encontró se vio obligado a
matarlos porque se habían vuelto locos y no había quién los manejara. Nahum
le pidió prestado un caballo a Ammi para acarrear el heno, pero el animal no
quiso acercarse al granero. Respingó, se encabritó y relinchó, y al final
tuvieron que dejarlo en el patio, mientras los hombres arrastraban el carro
hasta situarlo junto al granero. Entretanto, la vegetación iba tomándose gris y
quebradiza. Incluso las flores, cuyos colores habían sido tan extraños, se
volvían grises ahora, y la fruta era gris y enana e insípida. Las jarillas y el
trébol dorado dieron flores grises y deformes, y las rosas, las rascamoños y las
malvarrosas del patio delantero tenían un aspecto tan horrendo, que Zenas, el
mayor de los hijos de Nahum, las cortó todas. Al mismo tiempo fueron
muriéndose todos los insectos, incluso las abejas que habían abandonado sus
colmenas.
En septiembre toda la vegetación se había desmenuzado, convirtiéndose en
un polvillo grisáceo, y Nahum temió que los árboles murieran antes de que la
ponzoña se hubiera desvanecido del suelo. Su esposa tenía ahora accesos de furia, durante los cuales profería unos gritos terribles, y Nahum y sus hijos
vivían en un estado de perpetua tensión nerviosa. No se trataban ya con nadie,
y cuando la escuela volvió a abrir sus puertas los chicos no acudieron a ella.
Fue Ammi, en una de sus raras visitas, quien descubrió que el agua del pozo
ya no era buena. Tenía un gusto endiablado, que no era exactamente fétido ni
exactamente salobre, y Ammi aconsejó a su amigo que excavara otro pozo en
las tierras altas para utilizarlo hasta que el suelo volviera a ser bueno. Sin
embargo, Nahum no hizo el menor caso de aquel consejo, ya que había
llegado a impermeabilizarse contra las cosas raras y desagradables. Él y sus
hijos siguieron utilizando la teñida agua del pozo, bebiéndola con la misma
indiferencia con que comían sus escasos y mal cocidos alimentos y conque
realizaban sus improductivas y monótonas tareas a través de unos días sin
objetivo. Había algo de estólida resignación en todos ellos, como si
anduvieran en otro mundo entre hileras de anónimos guardianes hacia un lugar
familiar y seguro.

El color que cayó del cielo. HP LOVECRAFTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora