El veterinario se estremeció y se acercó a la puerta para echar la doble
barra. Ammi estaba también muy impresionado y tuvo que limitarse a señalar
con la mano, por falta de voz, cuando quiso llamar la atención de los demás
sobre la creciente luminosidad de los árboles. Los relinchos de los caballos se
habían convertido en algo espantoso, pero ni uno solo de aquellos hombres se
hubiese aventurado a salir por nada del mundo. El brillo de los árboles fue en
aumento, mientras sus inquietas ramas parecían extenderse más y más hacia la
verticalidad. De pronto se produjo una intensa conmoción en el camino, y
cuando Ammi alzó la lámpara para que proyectara un poco más de claridad al
exterior, comprobaron que los frenéticos caballos habían roto sus ataduras y
huían enloquecidos con el carro.
La impresión sirvió para soltar varias lenguas y se intercambiaron
inquietos susurros.
—Se extiende sobre todas las cosas orgánicas que hay por aquí —murmuró
el médico forense.
Nadie contestó, pero el hombre que había bajado al pozo aventuró la
opinión de que su pértiga debió de haber removido algo intangible.
—Fue algo terrible —añadió—. No había fondo de ninguna clase.
Únicamente fango, y burbujas, y la sensación de algo oculto debajo…
El caballo de Ammi seguía coceando y relinchando desesperadamente en
el camino exterior y casi ahogó el débil sonido de la voz de su dueño mientras
éste murmuraba sus deshilvanadas reflexiones.
—Salió de aquella piedra…, fue creciendo y alimentándose de todas las
cosas vivas…; se alimentaba de ellas, alma y cuerpo… Thad y Merwin, Zenas
y Nabby… Nahum fue el último… Todos bebieron agua del… Se apoderó de
ellos… Llegó del más allá, donde las cosas no son como aquí…, y ahora
regresa al lugar de donde procede…
En aquel momento, mientras la columna de desconocido color brillaba con
repentina intensidad y empezaba a entrelazase, con fantásticas sugerencias de
forma que cada uno de los espectadores describió más tarde de un modo distinto, el desdichado Hero profirió un aullido que ningún hombre había oído
nunca salir de la garganta de un caballo. Todos los que estaban en la casa se
taparon los oídos, y Ammi se apartó de la ventana horrorizado. Cuando miró
de nuevo hacia el exterior, el pobre animal yacía inerte en el suelo bañado por
la luz de la luna entre las astilladas varas de la calesa. Y allí se quedó hasta
que lo enterraron al día siguiente. Pero el momento presente no permitía
entregarse a lamentaciones, ya que casi en el mismo instante uno de los
policías les llamó silenciosamente la atención sobre algo terrible que estaba
sucediendo en el interior de la habitación donde se encontraban. Donde no
alcanzaba la claridad de la lámpara podía verse una débil fosforescencia que
había empezado a invadir toda la estancia. Brillaba en el suelo de tablas y en la
raída alfombra, y resplandecía débilmente en los marcos de las pequeñas
ventanas. Corría de un lado para otro, llenando puertas y muebles. A cada
momento se hacía más intensa, y al final se hizo evidente que las cosas
vivientes debían abandonar enseguida aquella casa.
Ammi les mostró la puerta trasera y el camino que conducía a las tierras
altas. Avanzaron con paso inseguro, como sonámbulos, y no se atrevieron a
mirar atrás hasta que llegaron al camino del Norte. Ninguno de ellos hubiera
osado pasar por el camino que discurría junto al pozo… Cuando miraron atrás,
hacia el valle y la distante granja de Gardner, contemplaron un horrible
espectáculo. Toda la granja brillaba con el espantoso y desconocido color;
árboles, edificaciones e incluso la hierba que no había sido transformada aún
en quebradiza y gris. Las ramas estaban todas extendidas hacia el cielo,
coronadas con lenguas de fuego, y radiantes goterones del mismo monstruoso
fuego ardían encima de la casa, del granero y de los cobertizos. Era una escena
de una visión de Fusell, y sobre todo el resto reinaba aquella borrachera de
luminoso amorfismo, aquel extraño arco iris de misterioso veneno del pozo…,
hirviendo, saltando, centelleando y burbujeando malignamente en su cósmico
e irreconocible cromatismo.
Luego, súbitamente, la horrible cosa salió disparada verticalmente hacia el
cielo, como un cohete o un meteoro, sin dejar ningún rastro detrás de ella y
desapareciendo a través de un redondo y curiosamente simétrico agujero
abierto en las nubes, antes de que ninguno de los hombres pudiera expresar su
asombro. Ningún espectador podría olvidar nunca aquel espectáculo, y Ammi
se quedó mirando estúpidamente el camino que había seguido el color hasta
mezclarse con las estrellas de la Vía Láctea. Pero su mirada fue atraída
inmediatamente hacia la tierra por el estrépito que acababa de producirse en el
valle. Había sido un estrépito, y no una explosión, como afirmaron algunos de
los componentes del grupo. Pero el resultado fue el mismo, ya que en un
caleidoscópico instante la granja y sus alrededores parecieron estallar,
enviando hacia el cenit una nube de coloreados y fantásticos fragmentos. Los
fragmentos se desvanecieron en el aire, dejando una nube de vapor que al cabo de un segundo se había desvanecido también. Los asombrados espectadores
decidieron que no valía la pena esperar a que volviera a salir la luna para
comprobar los efectos de aquel cataclismo en la granja de Nahum.
Demasiado asustados incluso para aventurar alguna teoría, los siete
hombres regresaron a Arkham por el camino del Norte. Ammi estaba peor que
sus compañeros y les suplicó que lo acompañaran hasta su casa en vez de
dirigirse directamente al pueblo. Por nada del mundo hubiera cruzado el
bosque solo a aquella hora de la noche. Estaba más asustado que los demás
porque había sufrido una impresión que los otros se habían ahorrado, y se
sentía oprimido por un temor que por espacio de muchos años no se atrevió a
mencionar. Mientras el resto de los espectadores en aquella tempestuosa colina
había vuelto estólidamente sus rostros al camino, Ammi había mirado hacia
atrás por un instante para contemplar el sombrío valle de desolación al que
tantas veces había acudido. Y había visto algo que se alzaba débilmente para
hundirse de nuevo en el lugar desde el cual el informe horror había salido
disparado hacia el cielo. Era solamente un color…, aunque no era ningún color
de nuestra tierra ni de los cielos. Y porque Ammi reconoció aquel color, y
supo que sus últimos y débiles restos debían seguir ocultos en el pozo, nunca
ha estado completamente cuerdo desde entonces.
Ammi no se acercaría a aquel lugar por nada del mundo. Hace cuarenta y
cuatro años que sucedieron los hechos que acabo de narrar, pero Ammi no ha
vuelto a pisar aquellas tierras y le alegra saber que pronto quedarán enterradas
debajo de las aguas. También a mí me alegra la idea, ya que no me gustó nada
ver cómo cambiaba de color la luz del sol al reflejarse en aquel abandonado
pozo. Espero que el agua será siempre muy profunda, pero aunque así sea
nunca la beberé. No creo que regrese a la región de Arkham. Tres de los
hombres que habían estado con Ammi volvieron al día siguiente para ver las
ruinas a la luz del día, pero en realidad no había ruinas. Únicamente los
ladrillos de la chimenea, las piedras de la bodega, algunos restos minerales y
metálicos, y el brocal de aquel nefando pozo. A excepción del caballo de
Ammi, que enterraron aquella misma mañana, y de la calesa, que no tardaron
en devolver a su dueño, todas las cosas que habían tenido vida habían
desaparecido. Sólo quedaban cinco acres de desierto polvoriento y grisáceo, y
desde entonces no ha crecido en aquellos terrenos ni una brizna de hierba. En
la actualidad aparece como una gran mancha comida por el ácido en medio de
los bosques y campos, y los pocos que se han atrevido a acercarse por allí a
pesar de las leyendas campesinas le han dado el nombre de «erial maldito».
Las leyendas campesinas son muy extrañas. Y podrían ser incluso más
extrañas si los hombres de la ciudad y los químicos universitarios tuvieran el
interés suficiente para analizar el agua de aquel pozo olvidado, o el polvo gris
que ningún viento parece dispersar. Los botánicos podrían estudiar también la sorprendente flora que crece en los límites de aquellos terrenos, ya que de este
modo podrían confirmar o refutar lo que dice la gente: que la zona
emponzoñada está extendiéndose poco a poco, quizás una pulgada al año… La
gente dice que el color de la hierba que crece en aquellos alrededores no es el
que le corresponde y que los animales salvajes dejan extrañas huellas en la
nieve cuando llega el invierno. La nieve no parece cuajar tanto en el erial
maldito como en otros lugares. Los caballos (los pocos que quedan en esta
época motorizada) se ponen nerviosos en el silencioso valle; y los cazadores
no pueden acercarse con sus perros a las inmediaciones del erial maldito.
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El color que cayó del cielo. HP LOVECRAFT
FantasiLa historia está contada en primera persona por un ingeniero encargado de hacer un estudio para edificar un embalse en un remoto paraje llamado Arkham. Allí encuentra un área de terreno denominada «landa maldita» que es distinta a todas y que le cau...