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Ammi no les hubiera hablado del pozo de haber sabido que iban a actuar
inmediatamente. Se acercaba la puesta de sol y estaba ansioso por marcharse
de allí. Pero no pudo evitar el dirigir miradas nerviosas al pozo, cosa que fue
observada por uno de los policías, el cual lo interrogó. Ammi admitió que
Nahum había temido a algo que estaba escondido en el pozo… hasta el punto
de que no se había atrevido a comprobar si Merwin o Zenas se habían caído
dentro. La policía decidió vaciar el pozo y explorarlo inmediatamente, de
modo que Ammi tuvo que esperar, temblando, mientras el pozo era vaciado
cubo a cubo. El agua hedía de un modo insoportable, y los hombres tuvieron
que taparse las narices con sus pañuelos para poder terminar la tarea. Menos
mal que el trabajo no fue tan largo como habían creído, ya que el nivel del
agua era sorprendentemente bajo. No es necesario hablar con demasiados
detalles de lo que encontraron. Merwin y Zenas estaban allí los dos, aunque
sus restos eran principalmente esqueléticos. Había también un pequeño
cordero y un perro grande en el mismo estado de descomposición,
aproximadamente, y cierta cantidad de huesos de animales más pequeños. El
limo del fondo parecía inexplicablemente poroso y burbujeante, y un hombre
que bajó atado a una cuerda y provisto de una larga pértiga se encontró con
que podía hundir la pértiga en el fango en toda su longitud sin encontrar
ningún obstáculo.
La noche se estaba echando encima y entraron en la casa en busca de
faroles. Luego, cuando vieron que no podían sacar nada más del pozo,
volvieron a entrar en la casa y conferenciaron en la antigua sala de estar
mientras la intermitente claridad de una espectral media luna iluminaba a
intervalos la gris desolación del exterior. Los hombres estaban francamente
perplejos ante aquel caso y no podían encontrar ningún elemento convincente
que relacionara las extrañas condiciones de los vegetales, la desconocida
enfermedad del ganado y de las personas, y las inexplicables muertes de
Merwin y Zenas en el pozo. Habían oído los comentarios y las habladurías de
la gente, desde luego; pero no podían creer que hubiese ocurrido algo
contrario a las leyes naturales. Era evidente que el meteoro había
emponzoñado el suelo pero la enfermedad de personas y animales que no
habían comido nada crecido en aquel suelo era harina de otro costal. ¿Se
trataba del agua del pozo? Posiblemente. No sería mala idea analizarla. Pero
¿por qué singular locura se habían arrojado los dos muchachos al pozo?
Habían actuado de un modo muy similar… y sus restos demostraban que los
dos habían padecido a causa de la muerte quebradiza y gris. ¿Por qué todas las cosas se volvían grises y quebradizas?
El fiscal, sentado junto a una ventana que daba al patio, fue el primero en
darse cuenta de la fosforescencia que había alrededor del pozo. La noche había
caído del todo, y los terrenos que rodeaban la granja parecían brillar
débilmente con una luminosidad que no era la de los rayos de la luna; pero
aquella nueva fosforescencia era algo definido y distinto, y parecía surgir del
negro agujero como la claridad apagada de un faro, reflejándose
amortiguadamente en las pequeñas charcas que el agua vaciada del pozo había
formado en el suelo. La fosforescencia tenía un color muy raro, y mientras
todos los hombres se acercaban a la ventana para contemplar el fenómeno,
Ammi lanzó una violenta exclamación. El color de aquella fantasmal
fosforescencia le resultaba familiar. Lo había visto antes, y se sintió lleno de
temor ante lo que podía significar. Lo había visto en aquel horrendo glóbulo
quebradizo hacía dos veranos, lo había visto en la vegetación durante la
primavera, y había creído verlo por un instante aquella misma mañana contra
la pequeña ventana enrejada de la horrible habitación del ático donde habían
ocurrido cosas que no tenían explicación. Había brillado allí por espacio de un
segundo, y una espantosa corriente de vapor lo había rozado…, y luego el
pobre Nahum había sido arrastrado por algo de aquel color. Nahum lo había
dicho al final…, había dicho que era como el glóbulo y las plantas. Después se
había producido la fuga en el patio y el chapoteo en el pozo…, y ahora aquel
pozo estaba proyectando a la noche un pálido e insidioso reflejo del mismo
diabólico color.
Una prueba fehaciente de la viveza mental de Ammi es que en aquel
momento de suprema tensión se sintió intrigado por algo que era
fundamentalmente científico. Se preguntó cómo era posible recibir la misma
impresión de una corriente de vapor deslizándose en pleno día por una ventana
abierta al cielo matinal, y de una fosforescencia nocturna proyectándose contra
el negro y desolado paisaje. No era lógico…, resultaba antinatural… Y
entonces recordó las últimas palabras pronunciadas por su desdichado amigo:
«Procede de algún lugar donde las cosas no son como aquí…, uno de los
profesores lo dijo…».
Los tres caballos que se encontraban en el exterior de la casa, atados a unos
árboles junto al camino, estaban ahora relinchando y coceando frenéticamente.
El conductor del carro se dirigió hacia la puerta para ver qué sucedía, pero
Ammi apoyó una mano en su hombro.
—No salga usted —susurró—. No sabemos lo que sucede ahí afuera.
Nahum dijo que en el pozo vivía algo que sorbía la vida. Dijo que era algo que
había surgido de una bola redonda como la que vimos dentro del meteorito
que cayó aquí hace más de un año. Dijo que quemaba y sorbía, y que era una
nube de color como la fosforescencia que ahora sale del pozo, y que nadie puede saber lo que es. Nahum creía que se alimentaba de todo lo viviente y
afirmó que lo había visto la pasada semana. Tiene que ser algo caído del cielo,
igual que el meteorito, tal como dijeron los profesores de la Universidad. Su
forma y sus actos no tienen nada que ver con el mundo de Dios. Es algo que
procede del más allá.
De modo que el hombre se detuvo, indeciso, mientras la fosforescencia que
salía del pozo se hacía más intensa y los caballos coceaban y relinchaban con
creciente frenesí. Fue realmente un espantoso momento; con los restos
monstruosos de cuatro personas (dos en la misma casa y dos en el pozo), y
aquella desconocida iridiscencia que surgía de las fangosas profundidades.
Ammi había cerrado el paso al conductor del carro llevado por un repentino
impulso, olvidando que a él mismo no le había sucedido nada después de ser
rozado por aquella horrible columna de vapor en la habitación del ático, pero
no se arrepentía de haberlo hecho. Nadie podía saber lo que había aquella
noche en el exterior; nadie podía conocer la índole de los peligros que podían
acechar a un hombre enfrentado con una amenaza completamente
desconocida.
De repente, uno de los policías que estaba en la ventana profirió una
exclamación. Los demás se le quedaron mirando, y luego siguieron la
dirección de los ojos de su compañero. No había necesidad de palabras. Lo
que había de discutible en las habladurías de los campesinos ya no podría ser
discutido en adelante porque allí había seis testigos de excepción, media
docena de hombres que, por la índole de sus profesiones, no creían más que lo
que veían con sus propios ojos. Ante todo es necesario dejar sentado que a
aquella hora de la noche no soplaba ningún viento. Poco después empezó a
soplar, pero en aquel momento el aire estaba completamente inmóvil. Y, sin
embargo, en medio de aquella tensa y absoluta calma, los árboles del patio
estaban moviéndose. Se movían morbosa y espasmódicamente, agitando sus
desnudas ramas, en convulsivas y epilépticas sacudidas, hacia las nubes
bañadas por la luz de la luna; arañando con impotencia el aire inmóvil, como
empujados por una misteriosa fuerza subterránea que ascendiera desde debajo
de las negras raíces.
Por espacio de unos segundos todos los hombres reunidos en la granja de
Gardner contuvieron el aliento. Luego, una nube más oscura que las demás
veló la luna, y la silueta de las agitadas ramas se disipó momentáneamente. En
aquel instante un grito de espanto se escapó de todas las gargantas, ya que el
horror no se había desvanecido con la silueta, y en un pavoroso momento de
oscuridad más profunda los hombres vieron retorcerse en la copa del más alto
de los árboles un millar de diminutos puntos fosforescentes, brillando como el
fuego de San Telmo o como las lenguas de fuego que descendieron sobre las
cabezas de los Apóstoles el día de Pentecostés. Era una monstruosa constelación de luces sobrenaturales, como un enjambre de luciérnagas
necrófagas bailando una infernal zarabanda sobre una ciénaga maldita; y su
color era el mismo que Ammi había llegado a reconocer y a temer. Entretanto,
la fosforescencia del pozo se hacía cada vez más brillante, infundiendo en los
hombres reunidos en la granja una sensación de anormalidad que anulaba
cualquier imagen que sus mentes conscientes pudieran formar. Ya no brillaba:
estaba vertiéndose hacia afuera. Y mientras la informe corriente de
indescriptible color abandonaba el pozo, parecía flotar directamente hacia el
cielo.

El color que cayó del cielo. HP LOVECRAFTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora