Capitulo 7

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—¿Qué te ha parecido? —le preguntó con desenfado su tio.

—¿Quién? —preguntó ella con una falsa perplejidad.

—Ese invitado tan atractivo.

—Ah… Muy atractivo, sin duda.

—Nos ha invitado a comer mañana en su club náutico —le comunicó el—. Es un sitio muy conocido, te gustará. Está en el Pireo.

Ella pensó que le gustaría más si no estuviera Don Guapo, pero no lo dijo. Todavía no había estado en el Pireo, el puerto de Atenas.

—Tío, ¿pasa algo? —preguntó ella para cambiar de tema.

Lo preguntó sin venir a cuento pero había notado que a pesar de la sonrisa de su tío, en su cara también había tensión. Una tensión que se disipó tras una sonrisa enternecedora.

—No pasa nada. Nunca he estado mejor. Ahora, cariño, es hora de que te vayas a la cama o mañana las ojeras estropearan tu belleza y no podemos permitirlo —dejó escapar un suspiro—. Si Andreas viviera para ver lo guapa que es su hija… Yo me ocuparé de ti en su lugar. Te lo prometo. ¡A la cama!

Ella se fue aunque seguía intranquila ¿La habría despedido para que no siguiera haciendo preguntas?

Al día siguiente no había rastro de la tensión que había notado en él y cuando llegaron al selecto club, su tío estaba muy animado. Ella no lo estaba tanto y su prevención aumento cuando el hombre se levantó de la mesa. Fue una comida algo incómoda. Aunque casi toda la conversación fue en inglés. Vicky tuvo la sensación de que había otra conversación paralela en la que ella no participaba. Sin embargo, ése no fue el motivo de su incomodidad. El motivo era el hombre que comía con ellos y la forma de mirarla. Según avanzaba la comida, ella fue notando con más fuerza la presentía física de él, el movimiento de sus manos, la fuerza de sus dedos al levantar la copa o al agarrar el cuchillo, el ligerísimo flequillo negro sobre la frente, el movimiento de la garganta cuando hablaba, el tono grave de su voz que la alteraba, que alteraba los latidos de su corazón, que hacía que sintiera un vacio en el estómago cuando lo miraba.

Vio de soslayo que él hacía un gesto casi inapreciable con la mano y al instante el maître se deshizo en atenciones con ellos. Ella se dio cuenta, con cierto espanto, de que ése era otro de los motivos por los que era tan atractivo: la sensación de poder que irradiaba. No era evidente ni ostentosa, sencillamente, se percibía.

Era un hombre que no concebía no tener lo que quisiera. Ella se estremeció. Su lado racional le dijo que no estaba bien identificar virilidad con un poder implacable. Era un error por muchos motivos éticos. Sin embargo, era así. Lo detestó por conseguir que pensara de esa manera, que reaccionara a él de esa manera.

Todo aquello era absurdo. Estaba indignándose por alguien que, en general, no significaba nada para ella. Había invitado a comer a su tío, seguramente por esa mezcla de trabajo y relaciones sociales que practican los ricos, y la había incluido por cortesía.

—Te gusta Mozart, ¿verdad, cariño? —le preguntó su tío.

Ella parpadeo al no saber de dónde había salido esa pregunta.

—Sí… ¿porque lo preguntas?

—En estos momentos, la Filarmónica está en Atenas y mañana por la noche interpretan a Mozart —contestó su anfitrión—. A lo mejor te gustaría ir…

Abie miró a su tío. Él sonreía afectuosamente. Ella se quedó perpleja. Iría encantada con su tío. A Él le gustaba presumir y a ella le encantaba Mozart.

—Me parece maravilloso… —contestó ella.

—¡Perfecto! —la sonrisa de su tío se ensanchó. Arístides dijo algo en griego a su anfitrión que ella no entendió y él le contestó.

—Puedes estar preparada a las siete, ¿verdad? —le preguntó su tío.

—Claro —contestó ella con el ceño ligeramente fruncido por no saber de qué había hablado.

Lo supo, con desasosiego, cuando volvía a Atenas con su lío.

—¿Quiere que le acompañe al concierto? Yo creía que íbamos a ir nosotros.

—No, ni hablar —replicó él con desenfado—. No tengo tiempo para conciertos.

Una sensación muy extraña se había adueñado de ella y no le gustaba. Tampoco le gustaba la sensación de que hubieran jugado con ella.

Así empezó todo y así continuó. Ni siquiera todavía, después de la tormenta y el estrés, de la furia y la desesperación, sabía cómo terminó de la forma que terminó. Cómo fue posible que pasara de ir a un concierto de Mozart acompañada por un hombre que la alteraba profundamente a casarse con él, a ser la señora de Aaron Theakis.

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