Capitulo 14

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Hago maratón y termino así ya la historia....perdón por no haber podido subir antes

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Los recuerdos le atenazaban la garganta como una argolla de hierro. Miro al otro lado de la mesa y vio al hombre que iba a vengarse de ella porque, según él, se había ido de su cama para arrojarse a los brazos de otro hombre. No supo que la habían fotografiado con Jem cuando él la recogió en el aeropuerto ni que la habían seguido cuando tomaron el vuelo juntos. No lo supo hasta que tres días más tarde, cuando comprendió que no podía posponerlo más tiempo, volvió a la mansión de Aaron y el la despedazó con toda su furia y la expulsó del matrimonio. No volvió a dirigirle la palabra ni a aceptar su existencia. Hasta ese momento, cuando había decidido que había llegado la hora de vengarse. Se le ensombrecieron los ojos. Vengarse por haber cometido el mayor delito posible para él: haber preferido a otro hombre. No podía ser otra cosa. Su matrimonio no había sido real, había sido una impostura, ¿cómo iba a hablarse de adulterio? Además, nadie vio esas fotos, sólo él. ¿Por qué iba a tener motivos para estar furioso? ¿Había sido por el dinero que le costó comprar las fotos al fotógrafo que había pensado que podría sacarle más dinero a él que a una revista? Él tenía tanto dinero que no sabía cómo gastarlo y ella no tenía la culpa de que la prensa tuviera ese interés ridículo por su vida y sus aventuras. Que no tuviera tantas si no quería que la prensa lo persiguiera. Lo cierto era, se dijo con rabia, que nadie iba a enterarse de la «aventura» que estaba teniendo en ese momento con su ex esposa. Dio otro sorbo de vino. Ojalá perdiera el sentido, ojalá pudiera permanecer completamente impasible a lo que se le avecinaba. Sin embargo, no podía. Sintió un vacío en el estómago. Tenía que hacerlo. Para Aaron sería venganza, pero para ella era algo muy distinto. Lo miró con una fijeza premeditada y dejó la copa en la mesa. Notó que el vino le corría por las venas como una seda ardiente y le llegaba a cada célula del cuerpo. Miró alrededor. El comedor era fastuoso, como el resto de la casa, que estaba decorada con un único objetivo: ser un sitio lujoso y discreto donde tener encuentros sexuales en la más absoluta intimidad. Era un sitio que había presenciado mucha actividad de ese tipo… Se sintió abatida por un instante, pero se repuso inmediatamente. Siguió mirando a todas partes, menos al hombre que estaba al otro lado de la mesa. Aun así, notó su presencia. Era imposible no hacerlo. Estaba estremecida, la sangre le bullía. Acabó haciendo lo que había evitado hacer durante esa cena interminable. Miró al hombre sediento de venganza. Una venganza que ella no podía eludir. Las miradas se encontraron. Fue palpable, físico. Los ojos de él atraparon los de ella como si lo hubiera hecho con las manos. Fue como si la hubiera capturado, se sintió como un pez en un anzuelo. Intentó soltarse, pero él no cedió, fue ella la que fue cediendo al sentimiento. Él captó ese instante de flaqueza. Abie lo notó porque relajó casi imperceptiblemente el gesto. Él supo que no apartaría la mirada, que podía mantener los ojos de ella clavados en los de él, que podía transmitirle lentamente lo que quería. Abie observó que empezaba a esbozar una leve sonrisa de satisfacción.

Se levantó. Sin apartarla mirada de la de él tomó la copa y dio un último sorbo. Volvió a bajar lentamente la copa, pero no la soltó. Entonces, con un movimiento igual de lento, se dio la vuelta y fue hacia la puerta. Notó que contoneaba las caderas y que el pelo le acariciaba el hombro desnudo. Notó que los ojos de él seguían cada paso que daba. No se paró ni se dio la vuelta al llegar a la puerta. Un empleado se la abrió, pero ella ni siquiera si lo agradeció. En ese momento no existía nadie más. Sólo ella… y el hombre que en cualquier momento se levantaría y la seguiría. Cruzó el vestíbulo y empezó a subir las escaleras. Seguía con la copa en la mano y se paró a medio camino. Ya no la necesitaba. Notaba su efecto como un velo sedoso en las venas. Cuando volvió a ponerse en marcha, sintió el vestido sobre el cuerpo, como una leve caricia sobre la piel. Sintió el cuerpo, el calor que se adueñaba de su piel mientras ascendía voluptuosamente. Se paró en lo alto de las escaleras y al cabo de un instante entró indolentemente en el dormitorio principal: el dormitorio de las amantes. Al fin y al cabo, eso era lo que iba a ser otra de las muchas amantes de Aaron Theakis. Iba a disfrutar de una aventura sensual, sofisticada y completamente satisfactoria. Eso era lo

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