Capitulo 13

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Aaron notó que su cuerpo reaccionaba. Habría sido imposible que no lo hiciera. Los sentimientos brotaron al mismo tiempo que su reacción animal.

Unos de los sentimientos era evidente, pero el otro… El otro era improcedente. Lo desdeñó. Luego, como el degustador de mujeres hermosas que era, dio rienda suelta al sentimiento dominante. Llevaba un vestido de seda azul que se ceñía a su cuerpo más que su propia piel, que le resaltaba los pechos y que mostraba el profundo escote. El pelo rubio caía seductoramente sobre un lado de la cara hasta posarse en un hombro. Los ojos eran enormes y la boca una curva carnosa con un color parpadeante.

Ella, de pie, se llevó el vaso a la boca y dio un sorbo intencionadamente lento. Luego, volvió a bajar el vaso. Fue un gesto calculado y provocativo.

Él capto el juego. Los sentimiento, volvieron a entrar en conflicto y, como antes, dejo a un lado el intrascendente. Sabía qué era la mujer que tenía delante. Lo había sabido desde hacía mucho tiempo y por saberlo deseaba hacer lo que iba a empezar a hacer esa noche. Iba a servirse un plato frío y muy apetecible.

Se acercó a ella. Abie se quedo paralizada con el vaso en la mano, como un conejo unte su depredador.

Sin embargo, algo lo bullía por dentro como un fuego por unos rastrojos secos. Efectivamente, eran unos rastrojos secos. Hacía dos años que ese fuego no le recorría las venas. Los recuerdos le fundieron el pasado y el presente.

Aaron que se acercaba a ella con sólo una intención en los ojos; unos ojos que había clavado en los de ella y no la permitían moverse. No la permitían escapar.

Ella lo deseó con todas sus fuerzas, pero ni siquiera pudo dar un paso. Se quedó quieta mientras él se acercaba y alargaba una mano. Le pasó los dedos, entre el pelo que le caía por el costado de la cara. El pelo no tenía sensibilidad, pero ella notó que todas las terminaciones nerviosas del cuerpo la abrasaban.

Durante un momento interminable, él no dijo nada. Se limitó a mirarla con los párpados muy levemente entrecerrados. Ella permaneció inmóvil, estremecida por su presencia abrumadora, por su cercanía, por su intención.

Luego, con un gesto pausado, dejó caer la mano.

—Antes cenaremos —susurró él.

Fue al comedor que daba a la sala. Abie lo siguió. Tenía el pulso alterado e intentó sosegarlo, pero no pudo. Dio otro sorbo de vermú. Se sintió mucho mejor. Con la fuerza que necesitaba imperiosamente.

Un empleado de la casa había apartado una silla, ella se sentó y susurró un agradecimiento. Con cierto espanto se dio cuenta de que le había salido en griego. No quería sentirse en Griega. Sólo quería acabar con todo aquello. Miró a Aaron con animadversión mientras él se sentaba. ¿Por qué había montado esa farsa de cena? ¿Por qué no la llevaba a esa descabellada cama y hacía lo que se había propuesto hacer?

Dio otro sorbo de vermú y al ver la copa de vino blanco que acababan de servirle, la agarró y también bebió. La mezcla era bastante mala, pero le dio igual. Necesitaba el alcohol.

—Si pretendes perder el sentido, será mejor que te lo pienses.

Ella lo miro con un destello en los ojos. Quiso decirle que perder el sentido sería lo mejor manera de sobrellevar lo que él tenía pensado hacer con ella, pero la presencia de los empleados la disuadió. Entonces, apartó ostensiblemente la copa de vino y se acercó la copa con agua mineral.

Comieron en silencio. No podían hacer mucho mas con las idas y venidas del servicio, Abie no sabía si alegrarse de esa presencia. Ellos daban una apariencia de normalidad a la situación, pero eso sólo conseguía que le pareciera más hipócrita.

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