Capitulo 11

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Cuando el avión empezó a descender, Abie notó que el estómago se le revolvía otra vez. No sólo porque el suplicio que se le avecinaba estuviera a punto de llegar ni porque la visión de cada rincón conocido de Grecia fuera a despertarle unos recuerdos aterradores, sino porque había caído en la cuenta de algo que empeoraría más todavía el suplicio. ¿Adonde, exactamente, pensaba llevarla Aaron? ¿Tenía la intención de que la vieran con él en público? No podía ser capaz de eso. Tragó saliva, Eso había sido lo peor de su breve y nefasto matrimonio. En realidad, era una contradicción. Al fin y al cabo, sólo había sido para dejar claro que había transigido con la disparatada idea de casarse con él; demostrar al mundo que Arístides Fournatos no tenía que mendigar nada a Aaron Theakis, que sólo hacía algo que cualquier familia griega podía aceptar: crear un vínculo entre dos dinastías empresariales en beneficio de ambas salvar su empresa era casi anecdótico.

Por eso, mostrarse en público había sido una parte esencial de su matrimonio, Abie pensó que podría aguantarlo, al fin y al cabo, había firmado un matrimonio solo a ojos de los demás. Sin embargo, resulto ser mucho más difícil de lo que se había imaginado. Hasta que fue imposible.

Se puso tensa cuando las imágenes de los recuerdos desfilaron ante ella.

Como sobrina de Arístides Fournatos, captó el interés de su círculo de amigos y conocidos, la aceptaron, pese a ser inglesa, por Arístides. Sin embargo, como mujer de Aaron Theakis no sólo despertó interés, sino una curiosidad casi feroz.

Sobre todo de las mujeres, para quienes su marido era objeto de su interés sexual. Su tío no había exagerado cuando le dijo que sería la envidia de todas las mujeres de Atenas. Había muchas. Eran mujeres que o bien habían tenido una aventura con él o les habría gustado tenerla o querrían volver a tenerla. Todas la envidiaban. La detestaban o las dos cosas a la vez. Pronto se dio cuenta de que había cometido una incorrección social de primer orden: se había llevado el mayor trofeo matrimonial de la sociedad griega

Además, sin merecerlo o, lo que era peor, sin apreciarlo. Abie supo, mientras el avión seguía descendiendo, que no había conseguido, ni remotamente, apreciar la envidiable suerte de tener a Aaron Theakis como marido Los comentarios mordaces e hirientes que recibió de otras mujeres lo demostraron. Comentarios de mujeres que la felicitaban abiertamente por haber capturado semejante trofeo o insinuaciones más maliciosas de otras que con una sonrisa le deseaban que Aaron estuviera tan interesado en ella como lo estaba en la empresa de su tío. La reacción de indiferencia de ella pareció desquiciarlas más todavía. Las provocaciones subieron de tono y ella empezó a temer esas ocasiones en las que tenía que acompañar a Aaron a algún acto social. Hasta que, para su alivio, la etiquetaron de inglesa de sangre gélida, aburrida e impasible y dejaron de hacerle caso.

Sin embargo, no fue la infinidad de mujeres que consideraban a Aaron el objeto de su deseo lo que hizo que pensara que su matrimonio había sido un error monumental. Se le ensombreció la mirada. Sabía el momento preciso en el que se dio cuenta de las proporciones del error que había cometido.

La había inducido la falsa sensación de seguridad. Desde el principio fue una novia de mala gana. Aparte de otras cosas, las condiciones de su matrimonio significaban engañar a su madre y a su padrastro. Se quedó pasmada cuando se dio cuenta de que Arístides había pensado invitarlos a Atenas para que fueran a la boda y para evitarlo tuvo que alegar que les era imposible salir de allí a mitad del curso. También le mintió al decirle que les había contado que iba a casarse. Naturalmente, no lo había hecho. Si su madre hubiera sospechado que iba a casarse con un hombre casi desconocido y por aquellos motivos, habría tomado el primer avión a Atenas para impedirlo.

A Jem tuvo que contárselo, aunque sólo fuera porque quería saber cuándo iba a volver a Una Vida Nueva. Fue muy complicado y aunque le aseguró vehementemente que sólo era un matrimonio a efectos sociales, supo que se sintió abatido. No se consoló ni siquiera con la idea de que en cuanto fuera aceptable volvería a Inglaterra con una generosa donación para la causa de su padre. Tampoco le hizo gracia tener que dirigir Una Vida Nueva, aunque ella le había prometido que estaría al otro lado del teléfono para lo que quisiera. Fue otra complicación y cuanto más ahondaba en todo el asunto de casarse con Aaron, más reacia era y más intricado se convirtió su compromiso.

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