Capitulo 3

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Abie se sentó en una de las butacas de cuero que había alrededor de una mesa de cristal ahumado. Sobre ella, perfectamente ordenados, estaban los periódicos más importantes en media docena de idiomas, entre otros el griego. Empezó a leer los titulares. Hacía tiempo que no leía en griego, pero por lo menos tenía la cabeza ocupada con algo para no dale vueltas a lo mismo. A pesar que tenía que  marcharse sin importarle que él no quisiera recibirla. A no quedarse allícomo un poste con la disparatada idea de abordarlo cuando se marchara. Él podría no marcharse, tenía un piso en lo más alto del edificio. Además, el ascensor lo llevaría hasta el aparcamiento, donde un chófer estaría esperándolo en una limusina. No había ningún motivo para que el pasara por delante de ella. Tenía que marcharse. Tenía un nudo en el estómago y le dolían los pies por los tacones. Sin embargo, quería lo que había ido a buscar y no se íria con las manos vacias sin haber intentado conseguirlo. Se le endureció el gesto. Lo que quería le correspondía en justicia y se lo habían negado. Le habían negado lo que le habían prometido, lo que necesitaba. En ese momento, dos años mas tarde, lo necesitaba urgentemente. Ya no podía esperar más. Necesitaba ese dinero.

Eso la mantenía pegada a la butaca de cuero gris. Se daba cuenta de que no tenía sentido, pero la profunda ira que sentía la mantenía allí.

Llebaba dos horas esperando, cuando entendio que tenía que tirar la toalla. Resignada, y pese a esa sensación de haber echo el ridículo, tendría que levantarse y marcharse. La gente había pasado por delante de ella y sabía que más de una persona la había mirado con perplejidad o recelo, entre otras, la recepcionista. Plegó el último periódico y dejó en la mesa. Tendría que pensar en otra forma de conseguir su objetivo. Aunque no sabía cómo. Lo había intentado todo, inclusó indagó la posibilidad de iniciar acciones judiciales, pero el abogado la disuadió inmediatamente. El enfrentamiento directo con su marido había sido el último recurso, lo cual no era de extrañar porque era la última persona sobre la faz de la tierra a la que quería ver.

Por elló se llevó un sobresaltó cuando agarró el bolso para levantarse. Justo enfrente de ella, un grupo de hombres trajeados salía del ascensor para cruzar el vestívulo de Aaron Theakis. Era él. Sus ojos se clavaron en él con la excitación que había sido una fatalidad para ella desde que lo conoció. Sacaba casi una cabeza a sus acompañantes y avanzaba a un paso que les costaba seguir. Uno de los hombres hablaba con él y Aaron lo miraba con atención.

Abie se quedó helada. Volvió a sentirlo, volvió a sentir el estremecimiento que le producía Aaron cada vez que lo miraba.  Era como si se quedara pasmada, como un conejo que se queda mirando los faros del coche que se le acerca y no puede moverse. Había olvidado esa sensación, su pura atracción física. No era solo su estatura ni la amplitud de sus hombros ni la esbeltez de sus caderas. No era el traje hecho a medida que le habría costado miles de libras ni el pelo primorosamente cortado ni la cara que parecía tallada en el mármol más delicado. Era algo más,  eran sus ojos, azules e insondables, que podian mirarla con tal frialdad, con tal ira y con otra expresión tan ntensa que no quería recordar. Incluso en ese momento, cualdo él estaba concentrado e impaciente por lo que estaban diciendole. Vio que él asentia con la cabeza y volvía a mirar al frente.

Entonces la vio. Ella notó al instante preciso en el que él captó su presencia. Notó el brillo de incredulidad que dio paso a la ira cegadora.

Entonces desapareció. Ella desapareció de su vista. Desapareció de ese instante en que había captado su atención. Se limitó a pasar de ella como si nunca hubiera existido. Como si no llevara dos horas esperándolo. Esperando que él bajara a el nivel de los mortales.

Paso de largo rodeado de su séquito. Pronto saldría por la puerta que ya le había abierto uno de sus hombres.

Se puso de pie para seguirlo.  Aaron giró la cabeza un instante. No la giró hacia ella. Hizo un movimiento de cabeza casi imperceptible a uno de sus acompañantes.

Él, con una ligereza asombrosa, se separo del grupo y se colocó ante ella cuando iba a alcanzar su objetivo.

-¡Apártese!-exclamó Abie con furia.

Fue como una gota de agua contra una roca. El hombre no se movió.

-Lo siento, señorita.

No la miró a los ojos ni la tocó. Se limitó a cerrarle el camino, Aaron Theakis se alejó llevandose con él algo que le perteneciá.

El dominio de si misma estaba a punto de quebrarse. Era como una rama seca debajo de sus tacones. Agarro el asa del bolso, lo levanto y lo arrojo con toda su fuerza hacía el hombre que se alejaba.

-¡Habla conmigo,idiota!¡Habla conmigo!

El bolso se estrelló contra el bolso de uno de los hombres trajeados y cayó al suelo. El guardaespalda que tenía delante la agarró del brazo, demasiado tarde para evitar que lanzara el bolso, pero a tiempo para bajarselo con la firmeza que le exigía su profeción.

-No haga eso, por favor- le pidió él con un gesto de cierta sorpresa.

A ella tampoco le había servido de nada. El grupo sguó avanzando, incluso más deprisa. Hasta que el hombre que protegian se metió dentro de la limusina que lo esperaba junto a el bordillo de la acera.

Abie,que temblaba de pies a cabeza, pensó que era un desgraciado. Nunca lo había odiado tanto como en quel momento

#NOTA

Por si os lo preguntais, Abie es Jennifer Lawrence y Aaron es Ian somerhalder

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