Capítulo 1: Felicidad y añoranza

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El mundo

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By Gissa Graham
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El andén se veía casi vacío con escasas doce personas esperando la llegada del ferrocarril que las llevaría directo a la ciudad de Nueva York, el frío de la mañana las hacia replegarse a lo que era la muy modesta caseta de madera que representaba la pequeña estación de trenes de Lakewood. Entre los presentes una joven de corta y rizada cabellera se le veía inquieta, ansiosa, a veces caminando, a veces quieta pero zapateando desesperada como sí con eso logrará que el convoy arribara lo antes posible. El hombre cerca de ella la miraba también inquieto, con la respiración pausada pues el nudo de su garganta no le permitía meter más aire en sus pulmones, aquello no le era de su agrado, no quería verla lastimada una vez más y al mismo tiempo sentía que esta vez todo sería diferente, se encontraba casi seguro de que esta vez no habría más despedidas, al menos por ello rezaba. Albert levantó su muñeca para mirar su fino reloj Santos* de pulsera, una reciente adquisición de la casa Cartier: la seis menos diez, un poco más y el enorme animal de hierro aparecería.

Candy se llevo ambas manos al rostro cubriéndolo por completo cual si estuviese apuntó de llorar, pero sólo negó con la cabeza un par de veces, luego guió las mismas manos hacia su cabello casi tirando su coqueto sombrero y aplastando sus abultados rizos para posterior hacer un mal intento por peinarlos.

—No puedo más, necesito ese tren aquí, ahora mismo —gruñó grito la pequeña rubia.

—Podrás quererlo pero no por eso el tren volará —Albert le dijo con voz tranquila.

—Volar, eso es lo que necesito, tengo que estar ya en Escocia. ¿Por qué Terry no envió un telegrama? Ya estaría en caminó —la pregunta pareció ser hecha más para ella misma.

—Porque Terry tenía que asimilar su propio dolor y porque no te está pidiendo que vayas.

La chica pecosa miró a su interlocutor desafiante.

—Sabes que no necesita pedirlo y que tan poco pedí tu opinión, ni a ti ni a nadie, ni siquiera tienes porque estar aquí en este instante —respondió a la defensiva, debido a que desde el momento en que dijo que partiría a Escocia y el motivo por el cual lo haría, todos sus conocidos habían opinado sobre lo innecesario de hacer aquel viaje.

—Tranquila "Pequeña"...

—Que no me digas "Pequeña", ya no soy más una chiquilla —con evidente molestia interrumpió a su amigo.

¿Por qué Albert no se daba cuenta cuanto detestaba ese mote?, Candice sabía que su rubio amigo se lo decía porque la consideraba su hermana menor y eso era precisamente su molestia, que siempre fue la hermana menor y ninguno lo notó hasta ya tarde.

—Lo sé, hace años que dejaste de ser una niña. Para ser exacto desde el día que decidiste dejar todo y viajar a Europa sola para alcanzar tus sueños, ese día te convertiste en una mujer –Candy lo miro entrecerrando los ojos–. Está bien tal vez antes pero hasta ese momento lo comprendí. Pero siempre serás mi hermana pequeña.

—Lástima que te diste cuenta hasta ese entonces –su voz sonó con algo de reproche.

—No me digas eso, sé que... fue mi culpa, que...

—No Albert, no sólo fuiste tú, yo también iba aceptar aquello.

El rubio caminó hacia el frente para mirar hacia la distancia intentando ver si ya aparecía el tren, cosa que sabía aún no pasaría pero recordar "aquello" siempre lo incomodaba por lo que caminó para evitarlo y cambiar el tema.

—Sé que estas segura de querer ir a verlo, pero me preocupa la situación. Él en verdad la amaba y creo que mucho.

—Lo sé, pero soy su amiga. Desde el San Pablo soy su amiga. El único momento en que deje de ser su amiga fue cuando mire a otro lado para huir de mi propio dolor. Jamás debí de haberlo dejado solo en ese hospital de Nueva York —se recriminó así misma.

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