Capítulo 10: El día llegará (fin)

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El mundo

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By Gissa Graham

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Warwickshire, Inglaterra, diciembre de 1925
La joven doctora se dio una última mirada al espejo, contemplando cómo lucia su delicada figura en ese hermoso vestido vino que portaba. Ya sólo le faltaba un detalle que lo complementaría a la perfección, así que se acercó hacia su armario para sacar de ahí su lindo y clásico abrigo Paul Poire*, el cual adoraba, ese era uno de los escasos lujos de los cueles se permitía disfrutar, ya que todos sus ahorros se enfocaban en su casa y sobre todo en su clínica, pero ese abrigo estaba seguro que jamás lo dejaría, además de que le ayudaría a lucir bien al tiempo que se mantenía tibia en ese día de principios de diciembre.

Candy se disponía a salir corriendo de su domicilio situado en el pintoresco pueblo de Kineton, perteneciente al condado de Warwickshire, en Inglaterra, cuando de improviso, antes de bajar los escalones que la guiarían a la estancia y luego a la salida, recordó algo, de inmediato se dirigió hacia su coqueta para tomar una pequeña botella de perfume, regalo de Annie y Archie por su cumpleaños número veintisiete, esa fragancia había hecho que por fin, después de tantos años, dejara de usar su perenne agua de rosas. Con ese nuevo aroma sobre ella se sentía más femenina y madura, sentía que al fin había dejado a la niña de coletas que escondía sus sentimientos, para convertirse en una mujer sin ataduras, así que con elegantes movimientos, colocó unas gotas de su también querido Channel Nº5**, en muñecas, cuello y lóbulos, para regalarle una sonrisa final a su espejo y partir.

...

Sabía que debía de darse prisa o se pediría de la primera parte de aquella casi única función de Romeo y Julieta, tenía que llegar lo más pronto posible, no en balde había ahorrado desde que fue informada de la representación especial para poder obtener un boleto en primera fila. Esa sería una de las cinco únicas representaciones en las que el afamado director de la pequeña compañía del Memorial Theatre*** de Stratford Upon Avon, Terrence Graham, actuaría en el papel masculino principal, mismo motivo por el cual las entradas se agotaron en muy poco tiempo, pero Candy era de las afortunadas en tener la suya desde el primer día de venta. Corriendo abordó el auto azul que ya aguardaba por ella fuera de su domicilio, tenía el tiempo medido después de medio día de trabajo atendiendo enfermos en su pequeña, pero bien equipada clínica, sólo pedía que ningún inconveniente se atravesaba en su camino.

Como casi diez años atrás en Chicago, Candice bajo a toda velocidad del vehículo que la llevó hasta el teatro, sin siquiera detenerse a mirar la magnifica edificación de ladrillo rojizo que se imponía majestuosa a un costado de las aguas del Río Avon. Corriendo atravesó el amplio portal de arcos apuntados; prácticamente sin entregar su boleto y sin esperar autorización se dio acceso ella misma ante la mirada perspicaz del empleado que apenas y vio su pase. Aún a prisa, dejó su abrigo en él guardarropas, no quería que por algún descuido se le maltrata, y a esa misma velocidad corrió sin darle mayor importancia al protocolo de las buenas maneras; era una dama, sin duda, pero no una muñeca de aparador, y corrió porque quería estar presente desde el instante en que el silencio abrazara el lugar para que iniciara la magia del teatro. Lo logró apenas en tiempo, siendo la última espectadora a la que se le dio entrada, para casi de inmediato cerrar puertas.

No hace falta decir que la representación había sido todo un éxito, los aplausos se dejaron escuchar como una ola creciendo, al igual que uno que otro inapropiado grito animoso de las admiradoras más osadas del protagónico masculino. Candy más que feliz, literalmente se encontraba dando pequeños brincos en su lugar, jamás había visto esa obra completa en su vida, sólo aquella ocasión en que contempló la primera parte, pero ahora todo era diferente, justo ese día se cumplían diez años menos cinco días, de aquella lamentable noche invernal.

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