Capítulo 2: Desilusión

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El mundo

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By Gissa Graham
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Lakewood 1918

El sol entraba a borbotones a través del muy amplio ventanal que daba luz al cuarto de bordado de la vieja Elroy, creando un juego de luces espléndido y dibujando intensas sombras en el piso de la robusta alfombra color burdeos.

La aún considerada matriarca del clan Andley, aunque sólo en palabra y por respeto, hacia una intrincada labor de flores en su lienzo de tela cuando unos suaves golpes en la puerta interrumpieron su concentración, molesta por aquella invasión a su espacio privado permitió el pasó. Un mayordomo se acercó a ella extendiendo una charola de plata con una tarjeta de visita sobre ella.

—Señora, el Joven Terrence Graham está fuera solicitando entrevistarse con algún miembro de la familia. –Elroy tomó la tarjeta a penas con las puntas de los dedos y miro al empleado solicitando más información.— Primero pregunto por la señorita Candice, al informarle que ella no se encontraba solicitó ver al Señor William o al joven Cornwell, como también se le hizo saber que ninguno de los dos se encontraba, pero si usted, pidió le trajéramos esto diciendo que se le comunicará que Graham sólo es su apellido artístico, mientras Grandchester es el de nacimiento.

—Grandchester. ¡Terrence G. Grandchester! —La anciana de inmediato recordó ese nombre y con más interés el apellido, si bien el apellido era de su agrado, no así el joven que lo portaba.— Pero si es el jovenzuelo hijo del Duque Richard, el mozalbete que metió en un escándalo a la familia por Candice, ¿cómo es que se a atrevido a... –Elroy detuvo su hablar, su rostro lleno de molestia pasó en un segundo a una emoción parecida a la alegría ante la mirada incrédula del mayordomo–. Dígale que en unos minutos estaré con él.

—¿Lo pasó a la biblioteca?

—No es necesario, se irá una vez me vea.

El empleado salió sin hacer más preguntas. La mujer sonrío maliciosa.

—Candice, Candice, te dije que te arrepentirías de haber roto el compromiso con Albert, mucho más después de que yo ya lo había aprobado. Ese desaire no se le hace a un Andley.

En la estancia Terrence miraba por la ventana hacia el portal de las rosas, ignorando que todas aquellas bellas flores eran inspiradas en su "Pecosa", las "Dulce Candy" en plena flor sólo serían espectadoras del tonto comportamiento de una mujer mayor en cuya naturaleza estaba el no tener aprecio por la gente que no consideraba sus iguales, así como el defender a su familia sin importar las consecuencias de sus actos.

—Joven Grandchester. –El mencionado a penas y tuvo tiempo de girar y medio intentar estirar la mano para saludar cuando Elroy, dejándolo con la mano al aire continuo.— Ni se moleste en saludar que sólo vengo a despedirlo. Por el respeto que su ancestral familia merece le he recibido pero en realidad no tiene a que quedarse aquí. Sí busca a mi sobrina, Candice, ella no se encuentra...

—Eso ya lo sé, pero necesito saber dónde puedo hallarla –interrumpió, total era obvio que la señora frente a él carecía de la mínima educación–. Ya fui al "Hogar de Pony" y las "amables" señoras —enfatizó la palabra para hacer notar la diferencia— me dijeron que aquí me podrían decir dónde encontrarla.

La matriarca arrogante alzó la nariz, se giró para retirarse.

—Ella se fue a Europa, su esposo se la llevó a vivir allá.

Frío... todo se congeló en ese preciso instante para Terry, no hubo movimiento alguno, ni reacción, sólo un dolor intenso en el pecho que no supo sí fue porque su corazón se saltó varios latidos o porque sus pulmones exigían oxígeno el cual no estaban recibiendo.

Aire... todo volvió a moverse, su pecho subía agitado por el excesivo aire que inhalaba a carencia del que le faltó instantes antes. Movió la cabeza con confusión.

—¿Se encuentra bien?

¿En que momento había llegado el mayordomo y Elroy había desaparecido?, sin pensarlo interrogó de inmediato al empleado.

—Dígame, ¿cuando se caso Candy? —lógico el protocolo de "señorita Andley" le valió sorbete.

El hombre frente a él parpadeo.

—¡Dígame! –se exigió saber en forma de gritó.

—La señorita Andley partió hace cerca de seis meses...

—¿Fue cuando se caso?

El viejo señor Robinson asintió una única vez, muy a su pesar, la señora Elroy le advirtió de aquella pregunta y de lo que debería responder o de la suerte que le depararía, a su avanzada edad no podía arriesgar su fuente de ingresos, tenía que afirmar una boda aunque él hombre apreciara mucho a la pequeña rubia y sabiendo que hacía mal en afirmar tal cosa.

Terrence, no quiso saber más, salió casi corriendo, aventó todo y a todos los que se interponían en su camino. Salió de la residencia sin saber hacia dónde partir, se sentía ridículo con su traje gris, su impecable peinado en una muy corta coleta y aquella caja forrada en seda blanca que compró una semana antes de aquel maldito accidente que había cambiado sus planes, su vida, su manera de ver las cosas, caja que mantenía resguardada en el bolsillo interior de su saco. Con la impotencia llenando todo su ser tomo la caja y con todas sus fuerza la aventó hacia el jardín para que se perdiera entre las rosas blancas mientras lanzaba un incomprensible gruñido de frustración. Una vez sacada esa pequeña furia con las manos bien guardadas en los bolsillos de  su pantalón, camino sin un rumbo específico.

...

El señor Smith, antiguo jardinero del lugar vio todo aquello, intrigado por aquel comportamiento de ese chico y por la cosa que hubiese aventado que probablemente había lastimado a más de una de las plantas, buscó entre las enredadas raíces que conocía a conciencia pues él mismo, junto a Anthony, había plantado aquellas bellas flores. Tardó casi media hora hasta que encontró una ya enlodada caja, la abrió, era obvio su contenido, tomo el fino anillo y forzando su cansada vista logró leer la inscripción de su interior.

"Sobre el amar me enamore"

El jardinero no sabía la historia, pero se imaginaba a quien había ido a buscar aquel joven de elegante porte y mirada esperanzada. En algún momento de la tarde su amigo, el mayordomo, se lo confirmó, así como le reveló que le era imposible hablar más al respecto.

...

La vieja matriarca también había visto la escena desde su gran ventanal. Por unos segundo su corazón se presionó contra los pulmones cuando notó que el joven Grandchester había aventado una pequeña caja, pero, para ignorar ese sentimiento de culpa que amenazaba con surgir, giró para dirigirse hacia el sillón y así continuar con su bordado. «Fue una piedra.» pensó para acallar a su consciencia, aunque jamás en su vida hubiese visto una piedra blanca.

Continuará...

Gracias por perderse entre mis letras.



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De mis letras:
Hermosas lectoras, sé que el capítulo es muy pequeño, pero lo recompenso subiendo doble esta semana.

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