Capítulo 3: Horror y esperanza

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Capítulo III

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Capítulo III

"¡¿Steve?! ¿Dónde está Nat?"

"¡STEVE! ¡RESPONDE, STEVE!"

"Rogers, maldición, ¡responde!"

Todas las voces de sus compañeros sonaban lejanas, como venidas de otro mundo. En su mente sólo había un pensamiento: Natasha. Nunca creyó sentirse así. Todo el cuerpo le pesaba, no era capaz de moverse. Sabía que debía ponerse de pie, correr a buscarla, buscar una pista, perseguir al maldito que se la arrebató de las manos, pero no era capaz. Ni siquiera sabía si estaba respirando o no. Su mirada estaba perdida en los escombros del suelo, sentía frío. Y es que era incapaz de imaginar un mundo en el que no estuviera la pelirroja de sus sueños. La compañera de misiones, la que lo hacía reír, la que lo mantenía con los pies en el suelo y al siguiente segundo lo hacía tocar el cielo sólo con una sonrisa, la que estaba obsesionada con encontrarle el amor, sin saber que ese amor era ella y siempre lo sería.

No podría vivir sin ella. Su corazón nunca se había sentido tan pesado... era como si al no tenerla, toda su voluntad hubiera desaparecido. Hasta la de vivir. Cerró los ojos despacio y un sollozo silencioso escapó de sus labios, seguido de una lágrima solitaria que recorrió su mejilla sucia, dibujando un camino hacia su mandíbula. Esa pequeña lágrima fue la única que pudo derramar.

Un golpe brutal lo sacó de su trance. Wanda lo había elevado por los aires con un movimiento de su mano y lo dejó caer sin miramientos contra el suelo. Se acercó a él a paso rápido y lo ayudó a ponerse de pie, mirándolo angustiada.

–Lo siento, Steve, pero no me respondías... parecías perdido–alzó la mirada hacia él buscando sus ojos azules– ¿Dónde está Nat, Steve? – él la miró sin aliento, tosiendo para tratar de recuperar el aire. El golpe lo había dejado aturdido por un segundo, pero la verdad es que lo agradecía.

–Se la llevaron...–jadeó a media voz, apoyándose ligeramente en la muchacha que lo sostenía con la mirada llena de sorpresa y dolor. Sam corrió a su lado y relevó a Wanda en su tarea de sostener al tembloroso Steve.

El capitán se odió a sí mismo. Ése no era él. Él siempre sabía qué hacer, él hacía los planes, manejaba la contingencia, mantenía la mente fría y sus prioridades claras. Pero, ahora habían tocado la fibra más sensible de su ser. Le habían arrebatado a Natasha. Su Natasha. Era lo único que temía perder y ahora no estaba con él. Y era su culpa, si tan sólo hubiera estado cerca de ella, si no hubiera subestimado la capacidad de Azimov, si...

Alzó la mirada al cielo, cerrando los ojos por un segundo. Necesitaba un momento para volver en sus cabales. Sus compañeros guardaron respetuoso silencio. Sabían de los sentimientos de Steve por la espía. El que no los hubiera externado no significaba que todo el equipo no se hubiera dado cuenta de lo que ellos habían creado. De ese pequeño mundo en el que sólo cabían los dos.

Cuando volvió a abrirlos, sus ojos azules tenían el brillo gélido del metal. Sam sonrió. Ahí estaba Steve de nuevo. Se apartó de él y comenzó a caminar a salida, agachándose para recoger su escudo. Lo acomodó en su espalda y se giró para ver a sus compañeros.

– Vamos a buscar a Nat – aseguró con una nueva seguridad en la voz. Wanda y Sam se apresuraron a seguirlo de regreso al Quinjet. Tenían el tiempo medido. Cada segundo perdido era uno menos que tenía Natasha.

Salieron de allí a toda velocidad. Mientras más pronto arribaran a la base, más posibilidades tenían de recuperarla con vida. Todos los agentes de alto rango de S.H.I.E.L.D llevaban un chip de rastreo insertado quirúrgicamente bajo la muñeca izquierda. Así, si eran secuestrados, si se perdían en acción o si intentaban huir o traicionar a la agencia, los encontrarían con facilidad. Steve se había negado a la intervención, pero sabía que Natasha lo llevaba. Suerte que ella no le hubiera hecho caso en aquella ocasión.

Cada minuto parecía eterno para el equipo. Iban en silencio, cabizbajos. Todos sabían los riesgos a los que se exponían en su trabajo, pero nadie estaba realmente preparado emocionalmente para una pérdida así. No, no es una pérdida aún, se dijo Steve. Ella debía estar viva. De haberla querido muerta, Azimov la habría matado sin más. Si se la había llevado era porque la necesitaba para algo. Y ese algo era lo que le preocupaba al capitán, porque nada bueno podría esperarse de un hombre que traficaba con armas para facciones extremistas que no temían herir a civiles inocentes. Un hombre sin limitaciones, sin moral... tenía que sacar a Nat de ahí. Lo más pronto posible. 







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