Capítulo XIII
Steve sintió que su corazón se detenía cuando sus dedos viajaron al cuello de Natasha, buscando su pulso. No lo encontró. Nunca supo si fue su desesperación o si realmente no tenía pulso al momento de buscarlo. Ni siquiera cuando había sido secuestrada se había sentido tan asustado, pero la razón fue capaz de pasar por encima de ese miedo y se decidió a no dejarla partir de su lado. La dejó con cuidado sobre el piso mojado y posicionó sus manos entre sus pechos, comenzando presionar rítmicamente.
– No te dejaré ir... – murmuró mientras comprimía su tórax, tratando de controlar su fuerza para no lastimarla de más– ¡Jarvis! ¡Llama a la doctora Cho, rápido!
– Sí, señor– la voz de Jarvis desapareció en el aire y él continuó con su labor, sin cejar en su esfuerzo.
Natasha seguía laxa, sin responder.
– Vamos, mi amor, no me hagas esto...– pidió con un sollozo atravesado en la garganta.
Por un momento dejó de presionar su tórax para presionar sobre su nariz y abrirle la boca, insuflando aire dos veces antes de retomar las compresiones. Quince compresiones por dos respiraciones. Los segundos se arrastraron unos tras otros y él seguía tratando de devolverla a la vida. No entendía porqué nadie acudía aún. Las esperanzas comenzaban a abandonarlo cuando el pecho de ella se movió convulso y tosió, escupiendo el agua, tratando desesperadamente de volver a respirar.
– ¡Eso, Nat! ¡Así, respira! –la acomodó rápidamente de lado para facilitar la salida del agua de sus pulmones, acariciando su espalda para animarla a respirar.
En ese momento entró la doctora Cho acompañada de una enfermera y se acuclillaron a un lado de la pareja para revisar a Nat, quien seguía tosiendo, intentando recuperar el ritmo de su respiración. Steve se puso de pie, temblando y las dejó trabajar. Llamados por la IA, Tony, Wanda y Sam hicieron su aparición. La muchacha se acercó a la puerta del baño y se dio cuenta de lo que había pasado.
Se llevó ambas manos a la boca y jadeó, pensando en lo que pudo pasar si Steve le hubiera hecho caso y no se hubiera asomado a la habitación de la espía. Sus compañeros también los miraron, sin dar mucho crédito a lo que veían. Todos pensaron que Natasha se encontraba mejor, la había visto más animada, el temor había ido disminuyendo, pero al parecer no había sido así. Ella no había confiado lo suficiente en ellos como para buscar su apoyo y la ausencia de Steve finalmente había desencadenado en ella la peor de las reacciones.
La muchacha castaña posó su mano en el brazo del capitán y recién en ese momento él se percató de su presencia. La miró con los ojos anegados en lágrimas y se dejó caer hacia adelante, enterrando el rostro en el hueco del cuello de la chica. Y por primera vez desde que todo aquello había pasado se quebró enfrente de sus compañeros, sollozando convulsamente entre los brazos de la sokoviana.
Trasladaron a Nat nuevamente a aquella sala en la que había estado internada los primeros días de la pesadilla. Steve no fue capaz de ir con ella aún. No quería que lo viera en aquel estado. En ese momento maldijo los efectos del suero, puesto que deseaba un trago con urgencia. Pero, lo que recibió entre sus manos temblorosas había sido una taza de café muy cargado que Wanda puso entre sus manos y una manta que le dejaron sobre los hombros.
Tenía la ropa mojada y temblaba. Pero, no era frío lo que sentía. Eran los resabios de la adrenalina producto de la situación recién vivida. Wanda se sentó a su lado y le acarició el dorso de la mano suavemente.
– Perdóname, Steve. Se supone que yo debía cuidar de ella mientras tú no estabas... no supe ver lo que ella sentía, no leí sus intenciones... – Steve negó con un gesto.
– No es tu culpa, Wanda. Ninguno de nosotros fuimos capaces de ver su verdadero dolor... nunca imaginé que ella llegaría a tomar una decisión como esta...– miró su taza entre sus manos y por un momento se preguntó si había sido egoísta.
Él jamás podría dimensionar el dolor de Nat. Quizás, esta situación sólo había sido la gota que había colmado el vaso. Natasha jamás había gozado de una vida sencilla, la habían hecho pasar un infierno desde muy pequeña. La Sala Roja no era sólo un lugar de entrenamiento, era un sitio de torturas. Su mente no era capaz de elucubrar las cosas que ella había padecido allí. Sabía escuetamente que veintiocho chicas habían ingresado al programa, pero que sólo una se coronaba como Viuda Negra. Y que tenían el título bien ganado.
Nat no era una mujer abierta. No era de extrañar que no hubiera compartidos sus experiencias de vida más allá de un comentario escueto y sólo cuando se sentía realmente segura y en confianza. Sabía también que lo que le había permitido llegar con vida hasta ese punto había sido la fortaleza inherente que ostentaba la mujer: era la persona más fuerte y resiliente que había conocido, incluso más que Peggy. Pero, todo el mundo tiene un punto de quiebre.
Y quizás, éste era el de Nat. Se preguntó si no había sido un error el mantenerla con vida. ¿Era realmente necesario que ella siguiera sufriendo sólo porque él no quería perderla? Se esforzó por sacar esos pensamientos de su cabeza. Él no había hecho nada malo. Había salvado a la mujer que amaba. Estaba decidido a continuar protegiéndola hasta que ya no quedara un aliento de vida en su cuerpo. A hacer lo que fuera por ella.
Finalmente, la doctora Cho hizo acto de presencia nuevamente. Sus compañeros la rodearon y ella les informó que la agente Romanoff estaba bien, que había recuperado la consciencia y que quería ver al capitán. Todos los ojos se posaron sobre él. Asintió con un gesto mecánico y dejó la manta sobre el sofá en el que había estado esperando antes de dirigirse a ese cuarto tan conocido.
Cuando entró, se encontró a Nat sentada en la cama, con una cánula de oxígeno en la nariz. Sus ojos se encontraron y él dudó si acercarse más o no. Pero, el gesto de ella, llamándolo a su lado lo movió como si de hilos invisibles se tratara. Ella palmeó las sábanas a su lado y él se sentó, obedientemente, mirándola con atención. Aún tenía el cabello húmedo y sus labios se veían levemente amoratados. Pensó que por ello la tenían aún conectada al oxígeno.
No alcanzó a decir nada. Natasha extendió sus manos y le acunó las mejillas antes de acercarlo a ella, abriendo sus labios en un beso que le dejó la mente en blanco. Por un momento, sólo atinó a cerrar los ojos. La cadencia del movimiento de aquellos labios suaves sobre los suyos le provocó un escalofrío que erizó todos los vellos de su nuca. Finalmente, atinó a posar sus manos en su cintura, inclinándose más hacia ella para profundizar el contacto. Aquel beso duró lo que un suspiro y a la vez, una eternidad. Lo habían esperado toda la vida, durante una y mil vidas.
Cuando finalmente se separaron, Natasha apoyó su frente en la de él y le acarició muy suavemente las mejillas que aún seguían entre sus manos. Steve no abrió los ojos. Se limitó a posar sus manos sobre las de ella, atrayendo una para besar delicadamente su palma.
– No creas lo que no es... – comenzó, con la voz ronca– No pretendía dormirme en la tina... comencé a sentirme mal y pensé que el agua fría me ayudaría. No resultó y quise tomar los ansiolíticos, pero me confundí y... – el dedo de Steve sobre sus labios la detuvo en su exposición.
– Te creo... sólo... no vuelvas a asustarme así, ¿sí? – murmuró acariciando sus manos, sin abrir los ojos aún. Sentía que, si los abría, la magia que había caído sobre ellos desaparecería.
– Nunca más– afirmó ella, negando suavemente con la cabeza antes de que él volviera a romper la escasa distancia que había entre ellos, buscando sus labios en un nuevo beso.
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Rebirthing
RomanceMi primera historia Romanogers. La tragedia puede ser el comienzo de una nueva vida... no se puede vivir sin morir un poco, ¿verdad?