Capítulo VI
Natasha tosió una vez más y se giró en la cama, despacio. El doctor se había ido unos momentos atrás, luego de inyectarla con las hormonas para la fertilidad y un sedante. No le había dicho una palabra, pero ella sabía. Ya los había oído. Azimov no era estúpido. Ella era la Viuda Negra, sabía que no debía correr riesgos. De ahí que se preocupara de mantenerla siempre al borde de la consciencia, incapacitada para defenderse. Se le hacía pesado incluso respirar, debido a que el aire de la habitación estaba viciado.
Se acomodó de lado, todo lo que le permitieron sus ataduras y se enrolló sobre sí misma, pretendiendo aumentar su calor corporal. La habían despojado de sus ropas, dejándola completamente desnuda sobre la cama. Supuso que así sería más fácil y menos demoroso cumplir su cometido. No le tenía miedo a una violación. No es como si fuera la primera vez. En su estancia en la Red Room, muchos hombres habían pasado por su cuerpo en contra de su voluntad: otros agentes, soldados, políticos, empresarios. Ella, como las demás, era usada como un premio. Si algún agente hacía algo bien, lo premiaban con una noche junto a ella.
Era parte del entrenamiento. La sexualidad es uno de los puntos fuertes, y a la vez, más débiles de una mujer, por lo que debía aprender a desprenderse del acto, alejarse de su cuerpo y verse a sí misma como un objeto. Así fue como le perdió el miedo al sexo, y se dejaba estar como una muñeca, fingiendo lo que no sentía. Cerró los ojos y se propuso regular su respiración para bajar sus pulsaciones: la relajación era importante si no quería quedar lastimada tras el acto. Sólo había una cosa que le preocupaba.
Ella siempre se sintió incompleta. Era una mujer inteligente, hermosa, buena en su trabajo. Más que buena. Tenía una vida exitosa y satisfactoria tras superar sus traumas pasados. Se había convertido en una heroína, un modelo a seguir para las mujeres del mundo, comenzando de ese modo a limpiar la sangre que manchaba su historial. Tenía amigos que se habían convertido en su familia. Tenía un hombre al que amaba, y aunque no hubieran puesto ese amor en evidencia, sabía que él le correspondía.
Pero, algo faltaba. Cada vez que veía a los hijos de su amigo Clint, algo se retorcía en su interior. Creyó que ella nunca podría tener aquello. Creyó que jamás podría asentarse, formar una familia con Steve y dar su amor a una personita que hubiera salido de ella, que sería el fruto de su amor con el hombre de sus sueños. Y, sin embargo, ahora tenía una posibilidad. ¿Qué pasaba si no la encontraban a tiempo? ¿Y si Azimov lograba su cometido y ella quedaba encinta? ¿Tendría al niño o se desharía de él? ¿Steve la recibiría a su lado con un niño en brazos? ¿Con el hijo de un criminal?
Aquel era su mayor temor en ese momento. Su sueño podría cumplirse, y aún así podría volverse una pesadilla. Alguien siempre conseguía que sus sueños se volvieran pesadillas. Ya debía estar habituada a ello. Pero, en este caso, no podía resignarse. El sonido de la puerta abriéndose la puso en alerta. Su cuerpo se tensó y sus ejercicios de respiración fueron inútiles. Su respiración se aceleró y comenzó a temblar.
– ¿Estás despierta, querida? – la voz de Azimov le provocó un estremecimiento. Se mantuvo en su posición, sin moverse. Sabía que era inútil luchar. No podría defenderse, de todos modos– No importa... – murmuró él, tomándola de las caderas y obligándola a girarse hacia él. Le deslizó un dedo por el abdomen y ella lo miró fijamente.
– No te atrevas...– le dijo, desafiante. No le dejaría ver lo aterrada que estaba.
– Oh, pero sí me atreveré. Pórtate bien y seré lindo contigo, te lo prometo.
El sonido del zipper abriéndose la hizo tragar pesado. Azimov ajustó sus correas para que sus brazos quedaran tensos sobre su cabeza y luego se acomodó entre sus piernas. De haber contado con sus fuerzas lo hubiese atrapado entre sus muslos y le habría aplicado una llave. Pero, sentía su cuerpo tan pesado que no era capaz de mover un músculo. Cerró los ojos y ladeó el rostro. Cuando lo sintió entrar, se mordió el labio inferior y mandó su mente lejos. Como le habían enseñado.
Pensó en Steve. Recordó sus manos grandes y fuertes, deslizándose con delicadeza por el papel cuando dibujaba. Le pareció ver su rostro concentrado, los labios fruncidos, las cejas juntas y su mirada fija en el papel. Le pareció verlo frente a ella, como aquella vez que le pidió que posara para él.
"– ¿Quieres que me ponga como la chica del Titanic? No tengo un collar tan grande...– bromeó ella, haciéndolo sonrojarse hasta la base del cabello.
– ¡No digas tonterías, Nat! Si no quieres, no lo hagas...– reclamó él, haciendo el amago de levantarse para irse de su cuarto.
– Steve, vamos... no seas tan dramático. Dime, ¿dónde quieres que me ponga? – preguntó ella, tratando de no carcajearse. Él podía ser tan lindo cuando quería...
– Siéntate en el alféizar de la ventana. Y no me mires, ¿sí? Ve la ciudad... se ve muy bonita desde aquí...– le pidió ya más tranquilo, sentándose nuevamente. Natasha obedeció. Se sentó en el alféizar y miró la ciudad a sus pies. Realmente era una bella postal, verla al atardecer. Subió las piernas y las abrazó, manteniendo siempre su vista hacia el exterior. Así no se notaría la tensión que sentía en ese momento al estar tan juntos, solos, frente a aquella bella postal.
De vez en cuando le daba una mirada furtiva, admirando su cara de concentración. Y cada vez recibía un regaño de Steve, pidiéndole que no se moviera. Al cabo de una media hora, él le anunció que estaba listo. Ella se bajó de la ventana y se desentumeció, estirándose un poco.
– A ver, déjame ver...– pidió acercándose a él. Se acomodó a su espalda, poniendo sus manos sobre sus hombros y recargándose hacia adelante para ver el boceto. Steve lo extendió para que lo viera mejor.
– Tienes talento, Rogers...– le dijo, realmente impresionada. El dibujo era increíblemente detallado. Incluso la textura de su largo suéter era visible en los trazos. Le parecía estarse viendo a través de un espejo mágico. Nunca se había visto a sí misma tan bella. Y comprendió que era porque así era como él la veía. Emocionada, dejó un beso en su mejilla y le sonrió – ¿Puedo conservarlo? – pidió en voz baja.
– Claro que sí...– dijo él, arrancando la hoja para alcanzársela."
Ahora el dibujo estaba enmarcado en su habitación, en su mesa de noche. Esperándola. No supo cuanto tiempo pasó. Escuchó un gruñido y lo sintió salir de su cuerpo. Permaneció inmóvil, mirando fijamente a la pared, hasta que sintió una mano férrea tomar su rostro con brusquedad, obligándola a verlo al rostro.
– Creí que serías más divertida... Eres como una muñeca de trapo. No importa. Vendré las veces que sea necesario y las que no también – ella le escupió el rostro y él se apartó asqueado – Zorra maldita...– siseó antes de asestarle un golpe tan fuerte que le reventó un oído. Pero ella fingió no sentirlo. Volteó el rostro y siguió mirándolo entre sus cabellos revueltos por la cachetada.
– Creí que tendrías más fuerza que una niña...– se burló, sonriendo de medio lado.
– Te dije que te portaras bien. Había pensado tratarte bien, atenderte solo yo... pero, lo he pensado mejor. Dejaré que los chicos también se diviertan contigo. La verdad es que me importa una mierda si quedas esperando de mí o de otro. Espera aquí, corazón. Ya viene tu próximo cliente.
YOU ARE READING
Rebirthing
RomanceMi primera historia Romanogers. La tragedia puede ser el comienzo de una nueva vida... no se puede vivir sin morir un poco, ¿verdad?