Capítulo 1

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No era un buen día para Tobin Heath y era por culpa de Cara. Ella era la mujer más, más exigente y petulante que había tenido la desgracia de conocer; un monstruo absoluto se escondía detrás de sus grandes ojos azules, su suave cabello rubio y delicados labios. Y era así todas las noches, desde que ella había invadido su hogar hacía un par de meses. Le había hecho despertarse en mitad de la noche, insistiendo en que Tobin satisfaga sus necesidades y, podía jurar por lo que fuera que las necesidades de Cara podían dejar agotados a un regimiento de soldados.

Además, no le dejaba volverse a dormir hasta que no la hubiera satisfecho.

Una vez despierta y saciada, prácticamente le ordenaba que le entretuviera contando cosas, cantando y charlando con ella.

Era de la clase de mujer más mortal, pensó Tobin.

Encantadora y sorprendentemente maravillosa en un momento y necesitada y completamente dependiente al siguiente. No le cabía la menor duda de que sería letal para cualquier hombre desafortunado algún día.

Y eso que sólo tenía tres meses.

Tobin se acercó al armario de las medicinas y se tomó un par de aspirinas.

Cuando dio unos tragos de agua de la fuente que tenía en el despacho aprovechó para mirarse en el espejo que había cerca y luego deseó no haberlo hecho.

La verdad era que tenía un aspecto espantoso.

Ni siquiera había tenido tiempo para ponerse un poco de máscara de pestañas esa mañana, lo que unido a las ojeras por la falta de sueño no le hacía parecer una de las jefas del hospital, sino una paciente, probablemente de la sección de psiquiatría.

Unos golpes rápidos en la puerta de su despacho hicieron que se volviera rápidamente y se tiró encima toda el agua del vaso que tenía en la mano.

Como estaba muy fría le hizo sobresaltarse, por lo que terminó de tirarse encima todo el contenido.

—¡Adelante! —gritó enojada. 

La puerta se abrió lentamente, lo justo como para que asomara la cabeza de una de las nuevas internas.

—¿Doctora Heath?

—¿Sí?

No pudo recordar el nombre de esa joven, pero tampoco le importaba.

Por lo poco que se había fijado en ella no debía de llevar mucho tiempo por allí.

—Bueno, le necesitan en maternidad, doctora.

—¿Por qué?

—Eh, no lo sé. Sólo me han pedido que se lo diga.

—¿Es una urgencia?

La joven entornó los párpados y pensó la pregunta.

—No lo creo. Probablemente me lo habrían dicho si fuera así, ¿no cree?

—Pues sí.

—O, supongo que le habrían llamado de otra manera.

Tobin la miró por un largo momento antes de decir algo.

Sanando viejas heridas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora